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02/06/2005 | Rusia está interesada en que Europa sea fuerte

Nikolay Kaveshnikov

Tras la celebración del referéndum en Holanda, el destino de la Constitución de la UE se hace siempre más claro y triste. El pueblo se ha negado a respaldar los sueños y ambiciones de los políticos. Las probabilidades de organizar votaciones repetidas son mínimas.

 

Más conviene esperar una nueva ronda de prolongadas y difíciles negociaciones, cuyo resultado sería un documento que mejor responda a los intereses de los europeos. La crisis de ratificación amenaza con degenerar en estagnación de la Unión Europea. ¿Qué puede significar ello para Rusia?

En el aspecto táctico, tal situación ofrece determinadas ventajas para Rusia. El revés sufrido con la aprobación de la Constitución debilitará las posiciones de los nuevos miembros de la UE, las élites políticas de los cuales conservan ánimos antirrusos residuales. Los resultados de los referéndums muestran que los "veteranos" no quieren financiar las economías de los países de Europa del Este en dinámico desarrollo ni los proyectos geopolíticos dudosos. Rusia conserva la posibilidad de maniobrar entre los intereses de política exterior de diversos países de la UE y de desarrollar más intensas relaciones con los países europeos grandes, los que por tradición se muestran más propensos que Bruselas a considerar los intereses rusos.

Sin lugar a dudas, se dificultará mucho la ampliación de la UE. Bulgaria y Rumania se adherirán a ésta en 2007, según estaba previsto. Pero las negociaciones con Turquía, cuyo comienzo estaba fijado para otoño, se alargarán mucho en este nuevo contexto. Y ni tratarse podrá, por supuesto, del ingreso de Ucrania u otros países postsoviéticos. Antes abrigaban tales esperanzas sólo unos políticos prooccidentales idealistas, a los que les parecía que bastaría sólo con mostrar la voluntad por desentenderse de Rusia, para que ante ellos se abriesen de par en par las puertas del club de la democracia, la estabilidad y la prosperidad. Los actuales sucesos los harán entender que por muy atractivo que les parezca el ingreso en la UE, en el futuro previsible ellos se verán simplemente obligados a mantener buenas relaciones con Rusia. Lo de liberarse de las ilusiones siempre es doloroso, pero útil. Quizás mañana ellos lleguen a comprender que la integración en Europa y el mantenimiento de intensas relaciones económicas y políticas con Rusia no entren en colisión sino que se complementan.

La UE es un club atractivo. Pero Rusia a su vez debe acentuar las ventajas reales que ella concede ya hoy día a Ucrania, Moldavia y otros países limítrofes, siendo su principal mercado de ventas y su fundamental fuente de inversiones, que conoce los riesgos que supone invertir en esos países y la situación existente en su mercados; además, Rusia es un lugar donde los ciudadanos de ellos pueden encontrar trabajo y ganar dinero. La UE no podrá ofrecerles nada de eso ni en el futuro, pese a que ciertos políticos de Europa del Este hacen tales promesas de nombre de la UE.

Pero también Rusia debe reconsiderar las relaciones que ella mantiene con los países postsoviéticos, los que ya son Estados soberanos que tienen un pasado histórico y cultural común con Rusia, y en los que Rusia sigue tiendo sus intereses. La política que la Federación Rusa aplica con respecto a los pueblos de estos países tiene que ser amistosa y respetuosa, pero al propio tiempo pragmática y rigurosa en casos de necesidad. Por ejemplo, conviene ponernos a reflexionar sobre la conveniencia de seguir patrocinando a las élites locales, por medio de venderles agentes energéticos a precios rebajados. No sería mejor gastar ese dinero en el trabajo directo con la población de Georgia o Ucrania, en proyectos culturales o de enseñanza. En este caso, el espacio postsoviético podría evolucionar desde una zona de latente rivalidad entre la UE y Rusia hacia la de cooperación.

Pero desde el punto de vista estratégico, el revés sufrido con la aprobación de la Constitución europea no le hace bien a Rusia. El desorden reinante en la casa del vecino o el consocio no es motivo para sentir un goce maligno. Máxime que Rusia está interesada en que Europa sea fuerte tanto en lo político como en lo económico y, siendo uno de los polos de nuestro mundo multipolar, pueda hacer su aporte a la estabilización del sistema de relaciones mundiales, así como hacer frente a los crecientes retos a la seguridad. La debilidad de Europa podría provocar el aumento de tensiones en su perímetro. Y puesto que Rusia quiere ser aliada y parte integrante de la civilización europea, no siente el menor deseo de verse al lado de una fortaleza sitiada.

Tan sólo una Europa fuerte, que aplique una consecuente y activa política exterior, puede hacer aporte al partenariado estratégico EEUU-Europa-Rusia. Se trata de un equilibro de influencias, en el que el fortalecimiento de un miembro no se acoja como una amenaza de hegemonía, sino como el aumento del potencial necesario para cumplir tareas comunes, las que se desprenden directamente de la coincidencia de los intereses básicos; de un equilibro en que las divergencias entre los partenaires no sirven de pretexto para ejercer presión sobre la otra parte, sino para sostener un diálogo enjundioso y constructivo.

Es de esperar que la actual crisis, en vez de provocar apatía, estimule el desarrollo del debate sobre el futuro de la Unión Europea, un debate que la haga responder mejor a los esperanzas de los ciudadanos de Europa. Tal debate podría aclarar también las perspectivas de relaciones UE - Rusia, y ayudar a transformar la opción de Rusia, hecha a favor de la civilización europea, en una bien definida estrategia, así como llenar de un contenido concreto las declaraciones políticas.

Nikolay Kaveshnikov, científico del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia, RIA "Novosti"

RIA Novosti (Rusia)

 


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