Incluso
en la época de la supuesta hegemonía americana, los estudios muestran que solo
una quinta parte de las medidas adoptadas por Estados Unidos para imponer
cambios en otros países mediante amenazas militares dieron resultado, mientras
que las sanciones económicas solo lo hicieron en la mitad de los casos. Aun
así, muchos creen que la preponderancia actual de Estados Unidos en cuanto a
recursos de poder es hegemónica y que decaerá, como ocurrió antes con la de
Gran Bretaña. Algunos americanos tienen una reacción emocional ante esa
perspectiva, pese a que sería ahistórico creer que Estados Unidos tendrá
eternamente una participación preponderante en los recursos de poder.
Pero el
término "decadencia" aúna dos dimensiones diferentes del poder: una
decadencia absoluta, en el sentido de declive o pérdida de la capacidad para
utilizar los recursos propios eficazmente, y una decadencia relativa, en la que
los recursos de poder de otros Estados lleguen a ser mayores o a utilizarse más
eficazmente. Por ejemplo, en el siglo XVII los Países Bajos prosperaron
internamente, pero decayeron en poder relativo, pues otros cobraron mayor
fuerza. A la inversa, el Imperio Romano occidental no sucumbió ante otro
Estado, sino por su decadencia interna y a consecuencia de los embates de
tropeles de bárbaros. Roma era una sociedad agraria con poca productividad
económica y un alto grado de luchas intestinas.
Si bien
Estados Unidos tiene problemas, no encaja en la descripción de decadencia
absoluta de la antigua Roma y, por popular que sea, la analogía con la
decadencia británica es igualmente engañosa. Gran Bretaña tenía un imperio en
el que nunca se ponía el sol, gobernaba a más de una cuarta parte de la
humanidad y gozaba de la supremacía naval, pero hay diferencias muy importantes
entre los recursos de poder de la Gran Bretaña imperial y los Estados Unidos
contemporáneos. Durante la I Guerra Mundial, Gran Bretaña ocupaba tan solo el
cuarto puesto entre las grandes potencias en cuanto a personal militar, el
cuarto por el PIB y el tercero en gasto militar. Los gastos de Defensa
ascendían por término medio a entre el 2,5% y el 3,4% del PIB y el Imperio
estaba gobernado en gran parte con tropas locales.
En 1914,
las exportaciones netas de capital de Gran Bretaña le brindaron un importante
fondo financiero al que recurrir (aunque algunos historiadores consideran que
habría sido mejor haber invertido ese dinero en industria nacional). De los 8,6
millones de soldados británicos que combatieron en la I Guerra Mundial, casi
una tercera parte procedían del imperio de allende los mares.
Sin
embargo, con el ascenso del nacionalismo, a Londres leresultó cada vez más
difícil declarar la guerra en nombre del Imperio, cuya defensa llegó a ser una
carga más pesada. En cambio, Estados Unidos ha tenido una economía continental
inmune a la desintegración nacionalista desde 1865. Pese a lo mucho que se
habla a la ligera del imperio americano, Estados Unidos está menos atado y
tiene más grados de libertad que la que disfrutó Gran Bretaña jamás. De hecho,
la posición geopolítica de Estados Unidos difiere profundamente de la de la
Gran Bretaña imperial: mientras que esta última había de afrontar a unos
vecinos en ascenso en Alemania y en Rusia, Estados Unidos se beneficia de los
dos océanos y de unos vecinos más débiles.
Pese a
esas diferencias, los estadounidenses son propensos a creer cíclicamente en la
decadencia. Los Padres Fundadores se preocupaban por las comparaciones con la
decadencia de la República de Roma. Además, el pesimismo cultural es muy
americano y se remonta a las raíces puritanas del país. Como observó Charles
Dickens hace un siglo y medio, "de creer a sus ciudadanos, como un solo
hombre, están siempre deprimidos, siempre estancados y siempre son presa de una
crisis alarmante y nunca ha dejado de ser así".
Más
recientemente, las encuestas de opinión revelaron una creencia generalizada en
la decadencia después de que la Unión Soviética lanzara el Sputnik en 1957 y
otra vez durante las sacudidas económicas de la época de Nixon en la década de
1970 y después de los déficits presupuestarios de Ronald Reagan en la de 1980.
Al final de aquel decenio, los americanos creían que el país estaba en
decadencia; aun así, al cabo de una década creían que Estados Unidos era la
única superpotencia. Ahora muchos han vuelto a creer en la decadencia.
Los
ciclos de preocupación por la decadencia nos revelan más sobre la psicología
americana que sobre los cambios subyacentes en cuanto a recursos de poder.
Algunos observadores, como, por ejemplo, el historiador de Harvard Niall Ferguson,
creen que "debatir sobre las fases de la decadencia puede ser una pérdida
de tiempo: lo que debería preocupar más a las autoridades y los ciudadanos es
una inesperada caída en picado". Ferguson cree que una duplicación de la
deuda pública en el próximo decenio no puede por sí sola erosionar la fuerza de
Estados Unidos, pero podría debilitar la fe, durante mucho tiempo dada por
supuesta, en la capacidad de Estados Unidos para capear cualquier crisis.
Ferguson
está en lo cierto al sostener que Estados Unidos tendrá que abordar su déficit
presupuestario para mantener la confianza internacional, pero, como muestro en
mi libro El futuro del poder, lograrlo entra dentro de lo posible. Estados
Unidos disfrutó de un superávit presupuestario hace solo una década, antes de
que las reducciones fiscales de George W. Bush, dos guerras y la recesión
crearan una inestabilidad fiscal. La economía estadounidense sigue ocupando uno
de los primeros puestos en competitividad, según el Foro Económico Mundial, y
el sistema político, a su desorganizado modo, ha empezado a lidiar con los
cambios necesarios.
Algunos
creen que antes de las elecciones de 2012 se podría lograr una avenencia
política entre republicanos y demócratas; otros sostienen que es más probable
un acuerdo después de las elecciones. En cualquier caso, las declaraciones
difusas sobre una decadencia de la hegemonía resultarían una vez más engañosas.