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21/05/2006 | La forma de entender Europa

M. Martín Ferrand

Benedicto XVI, durante el acto en que recibió las cartas que acreditan a Francisco Vázquez como embajador de España ante el Vaticano, invocó los acuerdos Iglesia-Estado, el concordato vigente, para reclamar la enseñanza de la religión «en condiciones equiparables» con otras asignaturas.

 

A poco que nos asistiera el sentido común no harían falta invocaciones tan solemnes para llegar a entender que resulta imprescindible para un ciudadano europeo del siglo XXI el conocimiento de las bases históricas, estéticas, éticas e ideológicas en las que se sustenta su propia civilización. Incluso para alcanzar el mayor de los despropósitos que predica José Luis Rodríguez Zapatero, la «alianza de civilizaciones», sería conveniente que nuestros jóvenes, como parte afectada, tuvieran ideas concretas de lo que culturalmente es el cristianismo.

Naturalmente, no estoy hablando de la fe católica, asunto que tampoco es desdeñable en la gran crisis contemporánea. No es ése mi territorio. Me refiero al cuerpo de hechos históricos, brotes de pensamiento y conjunto de padres de la cultura europea que, con raíz inequívocamente cristiana, son el sustento real de toda una civilización, la nuestra. Difícilmente estaremos en condiciones de defenderla, obligación que nos compete para poder entregársela a nuestros descendientes en las condiciones en que la recibimos de nuestros mayores, si partimos de la ignorancia como armamento.

Es posible que un católico practicante tenga suficiente con la fe para alcanzar el más deseado de sus sueños, la eternidad; pero un ciudadano europeo, orgulloso de un continente pleno de contenidos y trufado de ideas y costumbres exógenas, sólo conseguirá salvar su propia identidad, germinada en el paso de los siglos con la aportación de los maestros, sin dejar aparte el conocimiento cabal del Antiguo Testamento y, desde el Nuevo, de todos los Santos Padres que han preparado el sedimento en el que, creo que confortablemente, nos movemos en nuestra propia realidad cultural, social, nacional y continental.

Del mismo modo que ignorar a Aristóteles es renunciar, de hecho, a la condición ciudadana, no conocer lo que antes se clasificaba como Historia Sagrada es abdicar de la condición europea. Cierto es que nuestro sistema educativo no abunda en deseos de conocimiento y, menos todavía, en el fomento de la excelencia como gran pretensión del individuo. Si nuestros chicos no tienen una idea, ni aproximada, del valor de Alfonso X o de Carlos III, ¿podemos aspirar a que entiendan el sentido de las catedrales, las ideas de san Agustín o los versos de san Juan de la Cruz? Insisto en que no hablo de fe, que para eso están las catequesis, sino de una forma de entender el mundo, Europa especialmente, que, para bien y para mal, nos diferencia de otras, también respetabilísimas, pero diferentes y ajenas.

ABC (España)

 


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