Interpretar narcocorridos es ya un oficio peligroso, más aún cuando empieza a documentarse que no pocas carreras de músicos de ese género han sido financiadas por el crimen organizado. Autores e intérpretes se ven sometidos a grandes presiones de los cárteles, ya sea para que amenicen sus fiestas o para que compongan piezas que narren sus hazañas.
Negarse
a ello pueden pagarlo con la vida, y aceptar significa enemistarse con las
bandas rivales o con las fuerzas de seguridad. A esto se suma ahora la ola de
prohibiciones que recorre estados y municipios del norte del país…
En los
últimos meses varios gobiernos estatales y municipales se han empeñado en
censurar los narcocorridos. El argumento: estas piezas musicales son “apologías
del narcotráfico y de la violencia”.
El más
reciente episodio de censura ocurrió en la ciudad de Chihuahua y afectó a uno
de los grupos musicales pioneros del género, Los Tigres del Norte: “La
agrupación musical no contará con permisos para posteriores presentaciones en
el municipio hasta en tanto las autoridades correspondientes no definan lo
contrario”, especificó un comunicado de la alcaldía chihuahuense el pasado 12
de marzo.
Según
las autoridades, el grupo musical interpretó un narcocorrido en un concierto
celebrado a principios del mismo mes, por lo que violó una disposición
decretada a principios del año que prohíbe la ejecución pública de ese género
musical.
El
presidente municipal de Chihua-hua, Marco Adán Quezada Martínez, ordenó que si
algún cantante o grupo desea presentarse en la ciudad, primero tendrá que
proporcionar las letras de las canciones que interpretará; de otra forma no
habrá permiso. El alcalde enfatizó que los corridos que hablan del narcotráfico
y que enaltecen a los delincuentes son una mala influencia para los niños.
Después
del concierto, los organizadores del acto fueron multados con 20 mil pesos por
violar el ordenamiento. A su vez Los Tigres del Norte alegaron que el gobierno
de Chihuahua los estaba “vetando por haber interpretado La Reina del Sur”.
Añadieron:
“No queremos excusarnos, pero nunca se nos hizo del conocimiento el contenido
de las cláusulas del permiso otorgado”. En su cuenta de Twitter sostuvieron que
son respetuosos de la ley y que de haber sabido que existía una prohibición no
hubieran interpretado la pieza.
En
Sinaloa, el gobernador Mario López Valdez, Malova, prohibió que el género se
escuche en bares, antros, cantinas y centros de baile. Refirió que un crimen
reciente se debió a que unos jóvenes pelearon después de escuchar uno de esos
temas.
“En un
evento en Mazatlán algunos muchachos estaban tomados y otros hasta drogados y
armados, y cuando les tocaron una canción parece que eso les prendió la sangre
y fue lo que dio origen a que perdieran la vida muchos jovencitos ahí”,
argumentó.
A Los
Tucanes de Tijuana también se les impidió presentarse en la ciudad de la que
son oriundos, ya que durante un espectáculo celebrado ahí en 2008 mandaron
saludos a dos capos de un cártel.
El
género de la muerte
“El 2 de
febrero de 1975 se registraba en la Sociedad de Autores y Compositores de
México el corrido La banda del carro rojo, de Paulino Vargas, interpretado
entre otros por el grupo sinaloense de Rosamorada, Mocorito, Los Tigres del
Norte. Ese corrido marca el comienzo de una versión histórica y musical inédita
que crea y recrea la sociodisea del tráfico de drogas y de los
narcotraficantes”, escribió Luis Astorga en su libro El siglo de las drogas. El
narcotráfico, del porfiriato al nuevo milenio (2005).
El
narcocorrido de registro más antiguo es Contrabando de Juárez, de 1955, también
del desaparecido Paulino Vargas. A ese tema siguieron muchos otros compuestos
por “juglares” que se especializaron en cantarles a “los barones”; en un
principio se entonaban loas sólo a los delincuentes más notables.
Ahora
todos quieren su corrido.
El
género creció al ritmo de la ambición: los miles de millones de pesos tentaron
a famosos e incluso desconocidos autores, músicos y cantantes que pronto se
vieron inmersos, ellos mismos, en el ambiente que recreaban en sus canciones.
Así, el otrora pequeño mundo se transformó en uno más de los campos de batalla
de la guerra entre cárteles: como en las canciones del género, emergió ahí la
traición, los faros volaron por los aires y los fusiles de asalto R15 y cuernos
de chivo hicieron lo suyo…
En la
actualidad, la mayor parte de los grupos y cantantes que interpretan
narcocorridos son manejados por dos empresas regiomontanas: Representaciones
Apodaca y Representaciones Serca, fundada esta última en 1971 por Servando
Cano, hermano del desaparecido pistolero Chito Cano, al que se le han dedicado
varios corridos. Ambas empresas tienen en sus filas, entre muchos otros, a
Bronco, Límite, Los Tigres del Norte, Bobby Pulido, Los Dinos, Los Invasores y
Los Cardenales de Nuevo León.
El
representante de un grupo originario de Monterrey –quien se mantiene al margen
de las dos grandes empresas y que pidió el anonimato– dice a Proceso que “la
relación entre los capos y algunos grupos y cantantes tiene muchos años”.
Explica:
“A veces los narcos contratan a los artistas directamente con sus casas
representantes, pero la mayoría de las ocasiones buscan directamente a los
músicos o cantantes… En tres ocasiones, en diferentes partes del país,
recibimos invitaciones para ir a tocar a fiestas privadas de algún capo”.
Refiere
que una vez los visitaron seis individuos en un hotel de Zacatecas donde se
hospedaban; les ofrecieron 30 mil dólares por amenizar “la fiesta del jefe
durante al menos una hora”.
“A esos
tipos –añade– había que darles una respuesta sosteniéndoles la mirada, que
fuera muy clara y convincente para que pudieran trasmitir el mensaje al jefe.”
La
respuesta, dice, fue la siguiente: “Con todo respeto… nos gusta mucho la lana,
pero el equipo ya está en los camiones porque mañana el grupo se debe presentar
en Televisa, y si no lo hacemos nos vetan”.
Agrega
que uno de los individuos habló por celular con su patrón, después de lo cual
“dijo que estaba bien, pero que habría una próxima ocasión… Gracias a Dios las
tres ocasiones que nos buscaron fueron grupos diferentes de la delincuencia
organizada”.
La misma
fuente asegura que en el mundo grupero se conoce a los músicos y cantantes que
acuden regularmente a fiestas privadas de narcos, quienes pagan entre 30 mil y
40 mil dólares por hora, según el renombre del artista.
Por
ejemplo, “Ramón Ayala tiene una larga trayectoria amenizando fiestas” de ese
tipo, señala.
Se
trata, dice, “de presentaciones alejadas de las potentes luces y del glamur de
los grandes centros de espectáculos, en apartados pero lujosos ranchos de la
frontera tamaulipeca, ante muy pocos pero selectos asistentes, donde corren
litros de cerveza y whisky y donde no puede faltar la mesita con la ‘línea
blanca’ para las mujeres”.
Según la
fuente, “en la fiesta de La Barbie (a Ramón Ayala) le ganó la ambición. Llevaba
varias horas tocando hasta que irrumpieron los efectivos de la Marina”.
Por
participar en ese festejo hace dos años, Ramón Ayala quedó arraigado 40 días,
pero fue puesto en libertad por “motivos de salud”. Horas después de salir de
la cárcel se fue a Mission, Texas, donde tiene su residencia para reunirse con
su familia, como informó su representante, Servando Cano.
El
entrevistado recuerda que la madrugada del 25 de noviembre de 2006 el grupo que
representa actuó en el Teatro del Pueblo de Reynosa, mientras el cantante
sonorense Valentín Elizalde, El Gallo de Oro –del que se ha dicho que su
carrera fue financiada por El Chapo Guzmán–, se presentaba en el palenque de la
misma plaza.
Cuenta
la fuente, que presenció la tragedia: “Servando Cano le advirtió (a Valentín)
que no se presentara”… No hizo caso y “al final interpretó el tema A mis
enemigos”.
[Para
hablar a mis espaldas, para eso se pintan solos. ¿Por qué no me hablan de
frente? ¿Acaso temen al mono? Ya saben con quién se meten, vengan a rifar la
suerte… Al que no le vino el saco pídalo a su medida. Conmigo no andan jugando.
Pa’ qué se arriesgan la vida...]
Desde
los primeros acordes y estrofas, un hombre bajo de estatura y regordete que
estaba en las primeras filas del palenque hizo evidente su disgusto. Se trataba
de Jaime González Durán, El Hummer, zeta y entonces jefe de la plaza para el
Cártel del Golfo.
Cuando
El Gallo de Oro abandonó el palenque, fue alcanzado por sus asesinos. En su
vehículo quedaron las huellas de unos 70 disparos de fusiles AK-47 y R15 y de
pistolas .38 súper. Murió junto con su mejor amigo, Mario Mendoza Grajeda, y su
chofer, Raymundo Ballesteros.
Corre la
versión de que antes de presentarse en el palenque había recibido a un
mensajero que lo invitó a actuar en una fiesta privada. Elizalde se negó con el
argumento de que terminaría muy cansado y que ese mismo día debería cantar en
Morelia.
Cuando
el cuerpo de Elizalde estaba en la morgue, varios hombres le tomaron
fotografías que casi de inmediato empezaron a circular por internet.
Más
gruperos asesinados
La
madrugada del 2 de diciembre de 2007, unos 10 kilómetros al norte de Morelia
fue hallado el cadáver de Paulo Sergio Gómez Sánchez, cantante del grupo K-Paz
de la Sierra. Tenía señales de estrangulamiento y los genitales quemados. Había
sido levantado al término de un concierto en el estadio Morelos. Un día antes
recibió amenazas telefónicas, pero no les prestó atención.
Sin
embargo, la muerte más dramática fue la de la cantante Zayda Peña Arjona, de 28
años: El 1 de diciembre de 2007 varios sicarios llegaron al hotel Mónaco, en
Matamoros, Tamaulipas, para acribillarla a ella y a una pareja que la
acompañaba.
La
pareja murió de inmediato, pero Zayda- quedó herida por una bala que le entró
por la espalda y le salió por la barbilla. Fue llevada al hospital y, cuando
estaba en el quirófano, dos sicarios irrumpieron para rematarla de sendos tiros
en la cara.
Otros
casos: En diciembre de 2006, en un parque de Michoacán fue asesinado Javier
Morales Gómez, de Los Implacables del Norte. En febrero del año siguiente
cuatro miembros de la Banda Fugaz fueron acribillados con fusiles AK-47 luego
de una presentación en Michoacán. El cantante Gerardo Ortiz fue víctima de un
atentado el 20 de marzo de 2011: lo atacó un grupo de sicarios cuando salía de
dar un concierto en Colima; él sobrevivió pero su representante y su chofer
murieron.
Pero no
sólo los intérpretes de narcocorridos han actuado en fiestas privadas de capos
de las drogas: hace más de dos años la cantante regiomontana de música infantil
Tatiana amenizaba el cumpleaños de un menor en una discoteca de Reynosa cuando
efectivos del Ejército irrumpieron en el festejo para detener a varios
narcotraficantes ahí presentes.