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21/03/2006 | India y Estados Unidos

Henry A. Kissinger

La visita del presidente George W. Bush a la India ha llevado las relaciones entre ambos países a un nivel de cooperación e interdependencia sin precedentes.

 

En Estados Unidos, el debate sobre sus consecuencias, incluida la cooperación nuclear, debería enmarcarse en el contexto de la contribución trascendental que esta asociación puede hacer a la paz y la prosperidad internacionales.

Es curioso que esta relación haya tardado tanto en desarrollarse. Ambos países son democracias. El inglés es el idioma de trabajo de la India y las clases cultas lo hablan con retórica floritura. La burocracia india está bien preparada y es competente, aunque lenta. Sin embargo, hasta hace muy pocos años, las relaciones entre las dos grandes democracias han estado marcadas por la precaución. Para que la nueva relación aproveche esta oportunidad es importante comprender por qué.

Durante la Guerra Fría y en nombre de un no alineamiento que proclamaba la equivalencia moral de ambos bandos, la India navegó entre dos aguas, inclinándose en la mayoría de los casos del lado soviético o manteniéndose al margen. La actitud estadounidense hacia la India se vio igualmente acosada por la ambigüedad, situándose entre el respeto y la irritación ante las tácticas cotidianas del país.

Para que esta incipiente colaboración prospere, ambas partes necesitan comprender qué las ha reunido aparte de sus instituciones. No debe considerarse este análisis dentro de la polémica actual sobre la viabilidad de la difusión de la democracia, sino como la evaluación de una relación incipiente que nos permitirá plantear sus congruencias, profundizar en sus objetivos comunes y definir sus límites.

Los estadounidenses creen que su país es «la ciudad que brilla en la colina», y sus instituciones políticas se consideran únicas y relevantes para el resto del mundo como garantía de paz universal. La cruzada en defensa de la democracia ha sido un elemento tácito del pensamiento político de EE.UU., explícito periódicamente en sus políticas desde la época de Woodrow Wilson, y especialmente acusado en la administración de George W. Bush.

No es así como los indios contemplan su papel internacional. Sin duda la sociedad india se considera única, pero de una forma tremendamente diferente a la de Estados Unidos. La democracia no se concibe como una expresión de la cultura india, sino una adaptación práctica, el medio más eficaz para conciliar los componentes políglotas de un Estado que emerge de un pasado colonial. El aspecto más definitorio de la cultura de la India ha sido la imponente hazaña de mantener su identidad durante siglos de dominio extranjero sin contar, hasta hace bien poco, con las ventajas de un Estado unificado, específicamente indio. La India, que nunca fue un único Estado con las dimensiones actuales hasta el periodo poscolonial, conservó su identidad no incorporando a los extranjeros, sino segregándolos y hallando espacio para su variedad. Los hunos, los mongoles, los griegos, los persas, los afganos, los portugueses y, finalmente, los británicos conquistaron territorios indios, levantaron imperios y después se desvanecieron, dejando tras de sí a multitudes aferradas a la impermeable cultura india, a cuya religión no es posible convertirse; o se nace en su seno o nunca se podrá acceder a sus rigores y consuelos.

En consecuencia, la India, que no lucha por difundir ni su cultura ni sus instituciones, no es un aliado cómodo para misiones ideológicas en el mundo. Lo que analiza con gran precisión son sus necesidades en materia de seguridad nacional, más relacionadas con conceptos tradicionales de equilibrio e interés nacional -en parte como legado del dominio británico- que con los debates ideológicos contemporáneos. La India busca un margen de seguridad en el que su cultura pueda prosperar y sus plurilingües nacionalidades trabajar al unísono para alcanzar objetivos prácticos. Esto ha llevado al país a diversos niveles de participación en el panorama internacional.

Respecto a sus vecinos más próximos y Estados pequeños como Bután, Sikkim, Nepal, Sri Lanka e incluso Bangla Desh, la política india ha sido comparable a la de EE.UU. en lo tocante a la aplicación de la doctrina Monroe en el hemisferio occidental: ha intentado mantener la hegemonía del país, mediante el uso de la fuerza si ha sido necesario. La política estadounidense no ha solido participar en dichas campañas, salvo en el caso de Bangla Desh hace 30 años, debido a una particular constelación de elementos relacionados con la Guerra Fría.

Al norte, la India se enfrenta al gigante chino a lo largo de la difícil barrera del Himalaya y del macizo tibetano. Aquí la India ha aplicado la receta tradicional de una superpotencia que lidia con un rival comparable: ha establecido un cinturón de seguridad frente a la presión militar. Los choques fronterizos de 1962 tenían que ver con la llamada línea MacMahon, una zona intermedia creada por los británicos entre China (o Tíbet) y esa histórica línea de demarcación. Hasta el momento, ni China ni la India han tratado de competir por la supremacía en el corazón de Asia. En el futuro inmediato, ambos países, aun protegiendo sus intereses, tendrían demasiado que perder con un enfrentamiento.

La política de EE.UU. hacia la India se ha definido con demasiada frecuencia como una forma de contener a China. Pero lo cierto es que hasta el momento tanto la India como Estados Unidos han tenido interés en mantener una relación constructiva con China. No hay duda de que a la estrategia mundial estadounidense le beneficia la participación india en el desarrollo de un nuevo orden mundial. Pero la India no será el complemento de la política de EE.UU. hacia China y se ofendería si fuera utilizada como tal.

En la zona que discurre entre Calcuta y Singapur, la India pretende desempeñar un papel que se ajuste a su relevancia económica, política y estratégica, cuya magnitud tiene que ver hasta cierto punto con la cercanía de cada país a sus fronteras (de manera que existe más interés, por ejemplo, en Myanmar y Bangla Desh, que en Vietnam o Malasia). La India es muy consciente de que el futuro del sureste de Asia se verá determinado por unas relaciones económicas y políticas en las que China, EE.UU. y Japón, junto a la India, serán los principales actores. A todos ellos les interesaría o debería interesarles el desarrollo de la Asociación de Naciones del Sureste de Asia.

En la zona que se extiende entre Bombay y Yemen, el interés de la India y de Estados Unidos en la derrota del islam radical corre paralelo. Hasta los atentados del 11-S, los sistemas políticos del mundo musulmán solían estar en manos de autócratas. Los dirigentes indios utilizaron la no alineación para apaciguar a su minoría islámica, cooperando con esos Estados musulmanes y autócratas. Gamal Abdel Naser, en su enfrentamiento con Occidente, siempre disfrutó de una estrecha relación con Nehru y sus sucesores.

La situación ya no es la misma. Los dirigentes indios se han dado cuenta de que un islam fundamentalista procedente de Estados de Oriente Próximo financia escuelas religiosas que llegan hasta el subcontinente Indio. Saben que el yihad integrista pretende radicalizar a las minorías musulmanas socavando las sociedades laicas mediante llamativos actos de terrorismo. Los líderes indios de la actualidad han comprendido que si esta manifestación de inquietud mundial se extiende -y más si triunfa-, su país sufrirá tarde o temprano atentados similares. En este sentido, aunque la India hubiera preferido otros campos de batalla, el resultado de la lucha de EE.UU. contra el terrorismo afecta a largo plazo y de manera fundamental a la seguridad india. Estados Unidos está librando algunas de las batallas de la India y ambos países tienen objetivos paralelos aunque sus tácticas difieran.

También ha surgido una confluencia de intereses geopolíticos. La India pudo asumir el papel de equilibrista durante la Guerra Fría porque el conflicto entre EE.UU. y la Unión Soviética sólo la amenazaba indirectamente. Para Washington, la opción era abordar el desafío o fracasar. La contribución de la India habría sido marginal y el intento de alinearse con EE.UU. habría comportado el riesgo de enemistarla con Pakistán, la otra superpotencia nuclear, situada a unos cientos de millas de distancia, lo cual podría haber reforzado la obsesión que la India tenía -que en gran medida sigue teniendo- con este país en lo que respecta a su seguridad. La India también confiaba en los suministros militares de la Unión Soviética.

Ahora, Rusia ya no es una superpotencia ni tampoco un adversario de Estados Unidos. China se ha convertido en un destacado actor en el ámbito geopolítico, y tiene vínculos considerables con EE.UU., sobre todo en el ámbito económico. Con la aparición de un Japón más seguro de sí mismo como aliado de Estados Unidos, la actitud distante de la India ya no tiene sentido.

La globalización ha acentuado los incentivos para la cooperación. En la India, durante gran parte de la década de 1990, la mezcla de burocracia y proteccionismo limitó las inversiones privadas. Durante la pasada década, administradores reformistas de las dos principales formaciones políticas indias han venido vinculando cada vez más el país con la economía mundial. En consecuencia, tanto los líderes estadounidenses como los indios tendrán que enfrentarse al dilema fundamental de la globalización: este proceso impone sacrificios asimétricos: tanto los beneficios como los costes afectan de manera distinta a cada sector social. Los perdedores de la globalización buscarán desquitarse a través de su sistema político, que es nacional. El éxito de la globalización alimenta la tentación del proteccionismo y la inherente necesidad de tratar de combinar el éxito tecnológico con los problemas humanos. La India y Estados Unidos tienen la oportunidad de superar estas tentaciones con esfuerzos conjuntos.

Aunque la democracia no sea lo que ha reunido a ambos países, facilitará su capacidad para profundizar en la relación. Una cumbre sólo puede definir la tarea; para ponerla en práctica es preciso abordar los tremendos objetivos esbozados anteriormente.

Las relaciones con Pakistán son un caso especial. En el momento de acceder a la independencia, la India británica se dividió entre Pakistán y la India. Pero como la partición no podía separar por completo a las poblaciones musulmana e hindú, 150 millones de musulmanes viven actualmente en la India, y la reacción de éste país frente al primero, y viceversa, siempre será diferente a la de los demás países. Para los nacionalistas indios el Estado paquistaní no sólo se forjó partiendo de lo que consideran su patrimonio histórico; también constituye un desafío permanente al Estado indio al dar a entender que los musulmanes no pueden mantener su identidad bajo el dominio hindú y que, por tanto, deben tratar de constituir una identidad política independiente. Para hallar un equilibrio entre el papel de Pakistán en la guerra contra el terrorismo y la incipiente asociación con la India será preciso mostrar una extraordinaria sensibilidad, sin perder de vista el hecho de que la obsesión nacional de ambos países es el otro y que ambos interpretarán las acciones estadounidenses no en función de los pronunciamientos de EE.UU., sino de sus propios prejuicios.

La cooperación nuclear con la India debe observarse a la luz de estos principios. En 1998 me opuse a la aplicación de sanciones por sus pruebas nucleares, y señalé que había que aceptar que el país era una potencia nuclear cuyos progresos en este campo eran irreversibles. En ese contexto, la cooperación nuclear con la India es adecuada. Pero debe dejar claro que la India se compromete, como ya ha hecho Estados Unidos, a no llevar materiales nucleares a terceros países. Esta cooperación nuclear debe evitar la retórica y la realidad de una carrera nuclear que China podría querer contrarrestar apoyando programas nucleares en Irán y Pakistán. El objetivo debería ser un continente asiático capaz de sortear la inaceptable hegemonía de cualquiera de sus potencias y una carrera armamentística que podría repetir en la zona las tragedias de Europa, sólo que con armas más potentes y consecuencias aún más inmensas.

En un periodo atribulado por el terrorismo y el posible choque de civilizaciones, el refuerzo de la cooperación entre dos grandes democracias, la India y Estados Unidos, introduce una perspectiva positiva y esperanzadora.

© 2006 Tribune Media Services, Inc.
HENRY A. KISSINGER. Ex secretario de Estado norteamericano

ABC (España)

 



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