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19/01/2009 | EE.UU - Expectativas en seguridad nacional

Henry A. Kissinger

El presidente electo, Barack Obama, ha designado un equipo extraordinario para la política de seguridad nacional. A primera vista, quebranta algunas máximas de la sabiduría convencional: designar para el gabinete a políticos con electorado autónomo y que, por tanto, son difíciles de despedir, limita el control presidencial; designar un asesor de Seguridad, una secretaria de Estado y un secretario de Defensa con puntos de vista políticos arraigados puede hacer que el presidente gaste sus energías resolviendo discusiones entre asesores obstinados.

 

Para elegir esta constelación, Obama ha necesitado valor y confianza en sí mismo, cualidades esenciales para enfrentarse al reto de ordenar un sistema internacional fragmentado. Ignorar la sabiduría convencional puede demostrar que se poseen las cualidades necesarias para ser creativo. Tanto el presidente electo como la secretaria de Estado, la senadora Hillary Clinton, deben de haber llegado a la conclusión de que el país y su compromiso con el servicio público requieren su cooperación.

«Equipo de rivales»

Quienes toman al pie de la letra la expresión «equipo de rivales» no comprenden la esencia de la relación entre el presidente y la secretaria de Estado. No conozco excepciones a la regla de que los secretarios de Estado son influyentes sólo en la medida en que se les percibe como una extensión del presidente. Cualquier otra táctica debilita a éste y margina a aquél.

El sistema de circunvalación de filtraciones e insinuaciones intentará ensanchar despiadadamente cualquier fisura, por poco visible que sea. Los gobiernos extranjeros se aprovecharán de las desavenencias dedicándose a establecer contactos diplomáticos con la Casa Blanca y el Departamento de Estado alternativamente. Una política exterior eficaz y un papel significativo del Departamento de Estado requieren que el presidente y el secretario de Estado compartan una visión común sobre el orden internacional, la estrategia general y las medidas tácticas. Los inevitables desacuerdos deben resolverse en privado; de hecho, el talento del secretario para aconsejar o plantear dudas está directamente relacionado con la discreción con que se exprese.

Como ha señalado el presidente electo, no sería posible que ninguno de los protagonistas en cuestión asumiese esta nueva relación si todos ellos no hubiesen llegado a conclusiones similares. Partiendo de una base de estrecha cooperación entre la presidencia y la secretaría de Estado, la senadora Clinton puede poner manos a la obra y enfrentarse al reto de convertir su departamento en un instrumento de planificación geopolítica y estratégica. Lo que va a definir el papel del Departamento de Estado es su rendimiento. Ningún presidente se siente obligado a hacer caso de un consejo porque un esquema organizativo así lo exija. Cuando un departamento hace valer sus derechos burocráticos ante la Casa Blanca, tiene media batalla perdida.

Nadie puede cuestionar la capacidad de Clinton para romper con esquemas arraigados, ni su imponente presencia para negociar. Sus retos más inmediatos son proporcionar una orientación estratégica y reorganizar el departamento.

Que ninguna política falle

Nunca se ha designado como consejero de Seguridad a alguien como el general James Jones, con su experiencia como antiguo jefe del cuerpo de marines y comandante de la OTAN. Teóricamente, la función del asesor de seguridad es velar por que ninguna política falle por razones que podrían haberse previsto pero no se previeron, y por que no se pierda ninguna oportunidad por falta de previsión. El asesor de seguridad debe procurar que al presidente se le ofrezcan todas las opciones pertinentes. Esta es una labor agotadora porque los departamentos tienden a identificar la moral interna con la adopción de sus propias recomendaciones y son propensos a interpretar las decisiones en el sentido que más se acerca a sus propuestas.

La máxima de que el asesor de Seguridad debería actuar como un policía que regula el tráfico, y no como un participante en el proceso político, es más teórica que práctica. La frecuencia diaria del contacto del asesor de seguridad con el presidente hace que esa distinción entre gestión y asesoramiento sea insostenible. El asesor de seguridad tiene la ventaja de la cercanía. Su oficina está a 15 metros de distancia de la del presidente. El secretario de Estado está a 10 minutos.

La permanencia en el cargo de Robert Gates como secretario de Defensa es un importante elemento de equilibrio en ese proceso. Es el único entre los jugadores clave que se encuentra al final, y no en el inicio, de su función política. Al permanecer en un cargo de transición, no puede estar interesado en los tejemanejes que acompañan a las nuevas Administraciones. Obama le ha designado, consciente de que no cambiará sus convicciones. El nuevo equipo de seguridad nacional alimenta la esperanza de que EE.UU. esté tratando de superar sus divisiones para centrarse en sus oportunidades.

©Tribune Media Services

ABC (España)

 


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