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24/09/2011 | Libia - Jdeida: historia de una prisión de guerra

Manuel Brabo

Esta antigua cárcel del régimen libio sirve ahora para mantener a supuestos combatientes y mercenarios leales al dictador en las mismas condiciones inhumanas que antes padecían sus opositores.

 

Las cárceles del régimen en Trípoli apenas han cambiado. Si acaso, están un poco más destrozadas tras los motines y fugas masivas ocurridas desde los primeros días de septiembre, durante la toma de la ciudad.

La diferencia principal es que la cárcel de Jdeida, antaño conocida por ser una de las más duras del país (sólo detrás de Abu Salim), ya no está poblada por opositores al régimen, sino por supuestos mercenarios subsaharianos y de otros países árabes como Argelia, y por centenares de ciudadanos libios acusados de formar parte de los Khataib, los temidos y sanguinarios soldados gadafistas expertos en torturar y liquidar a sangre fría. Pero esto nadie lo reconoce. “Yo trabajo en una compañía petrolífera; un grupo de soldados de Gadafi me robó el pasaporte y mi permiso de trabajo. En el siguiente check point fui apresado por los rebeldes y aquí llevo 10 días”, son las palabras de un prisionero nigeriano que comparte celda con otros 12 compatriotas. “Ninguno de nosotros es un mortasaka(mercenario)”.

Abdullah es un antiguo contable y miembro del Ejército del Consejo Nacional de Transición (CNT) desde el principio de la contienda. Ahora está destinado a la vigilancia de esta prisión ubicada a las afueras de Trípoli. “Yo sé que no todos son mercenarios. Mi opinión es que los culpables son el 50 por ciento, pero ¿qué podemos hacer? El juez decidirá en unos días”. Las palabras del carcelero hablan de una de esas grandes tragedias de la guerra: el pago de justos por pecadores. Todos, vencedores y vencidos, asumen esta máxima con cierta naturalidad aquí dentro.

“El caso es que ahora no hay justicia, hay que construirla”, comenta Salas, miembro del nuevo cuerpo diplomático del CNT que ha accedido a acompañarnos —¿vigilarnos?— dentro de la prisión. “Por desgracia, estas personas deberán esperar aquí hasta que creemos una, y luego hasta que se aclare su situación (…) no podemos tener a mercenarios sueltos por las calles de Trípoli”. Por uno de los corredores de la cárcel dos prisioneros libios cargan con una gran olla de pasta con harissa. Es la hora de la cena y los presos esperan con los brazos fuera de sus celdas sujetando unos pequeños cazos de plástico. “Solo nos dan esta mínima cantidad de comida, tenemos hambre. ¿Por qué nos hacen esto? Yo sólo soy trabajador en una tour operadora”, comenta, en buen inglés, otro prisionero libio. “Además, tan sólo nos dan un galón de agua para todo el día”, añade su compañero de celda.

Al fondo de un pasillo oscuro y húmedo, con ropa secando colgante de los barrotes de las celdas y bombillas titilantes a medio fundir, accedemos al pabellón de mujeres. Aquí se encuentra el que quizá sea el caso más llamativo dentro de esta cárcel: el de una muchacha de 19 años acusada de matar a 12 revolucionarios durante los meses de conflicto. Su nombre es Nesarya. Ella dice que trabajaba para una mujer cercana al régimen que la obligaba a espiar entre los círculos rebeldes. Su belleza le garantizaba un buen acceso entre los grupos de jóvenes opositores tripolitanos. Así, preparaba las listas de disidentes del régimen que luego pasarían a ser detenidos, torturados y encarcelados, cuando no ejecutados. “La señora me obligaba a mantener relaciones con Masur Dawi (uno de los consejeros de Muamar Gadafi), quien me violó varias veces. Amenazaban con matarme a mí y a mi familia”, dice, añadiendo en todo momento que no lo hacía por convicción, sino por miedo a las represalias. Aguantándose las lágrimas y con la respiración entrecortada, pide por favor que se termine la entrevista mientras vuelve a su celda. Abdullah, el carcelero, vuelve la cabeza mientras traslada a la prisionera. Su mirada lo dice todo: él tampoco cree que ella deba estar aquí, pero así es la guerra.

Así las cosas, mientras el CNT organiza un nuevo sistema de Derecho, mientras nace esa nueva Libia que todos deseamos, mientras la guerra llega a su fin, la prisión de Jdeida es y será un homenaje a las contradicciones e incapacidades humanas; un monumento de ladrillo y barrotes a la estupidez y el rencor que domina a nuestra especie en todas y cada una de las guerras desde Troya hasta Trípoli.

Milenio (Mexico)

 


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