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12/09/2011 | 11S. ¿Qué queda de Al Qaeda?

Manuel Coma

De Al Qaida central no mucho. El 11-S fue su zénit y desde entonces no ha hecho más que menguar y no precisamente por decrepitud natural. Ha recibido sus peores golpes en el décimo año desde la infamia, con la caída de su fundador, y hace tres semanas con la muerte de Attiya, que era hasta ese momento un indispensable número dos.

 

En términos más generales, la amenaza para Europa y América del terrorismo yihadista con cualquier etiqueta también ha disminuido, tanto por la merma de sus capacidades como por la mejora de nuestras defensas. Tiene sus riesgos decirlo hoy, en el momento en que Estados Unidos sube su nivel de alerta por el temor a un ataque conmemorativo en Washington o Nueva York. Amenaza «concreta, creíble, pero no confirmada», según fuentes oficiales.

De acuerdo con documentos capturados en el refugio de Ben Laden de Abbottabad, ésa era una ilusión que el terrorista acariciaba y sobre la que discutía a distancia con el libio Attiya, el referido jefe de operaciones de su total confianza, abatido el 22 de agosto por un misil lanzado desde un avión teledirigido. Es lo que da credibilidad a los indicios recién hallados, pero es de esperar que la organización terrorista no haya podido más que lanzar un manojo de pistas falsas.

El terrorismo místico e imperial, que se cree llamado por Dios a reunificar políticamente a toda la umma (comunidad de creyentes) en un nuevo y definitivo Califato que someta a continuación al resto del mundo, como comunistas y nazis también pretendieron, ha sido recientemente conmocionado por la gran revuelta árabe, que se ha deshecho de algunos dictadores nacionales que los yihadistas tenían en su punto de mira por apóstatas, lacayos de Occidente, y lo han hecho sin un mal recuerdo para los que hasta hace poco consideraban sus héroes.
Constatar decadencia no es proclamar victoria. Irak, donde pretendían enterrar al poder americano, tuvo para ellos mucho de sepultura, pero los que se identifican con la marca de Ben Laden todavía siguen mandando al otro mundo por docenas a sus correligionarios díscolos, sobre todo si son herejes chiitas. En otras tierras islámicas el levantamiento contra los opresores puede llegar a ser el río revuelto en el que ellos realicen sustanciosas capturas. Son fuertes en Yemen, donde la situación está lejos de aclararse. También en la desgraciada Somalia.

Otra de sus ramas más activas es la de las Tierras del Magreb Islámico, a la que han pertenecido algunos de los jefes de milicias libias que han protagonizado la sangrienta conquista de Trípoli y han derrocado a Gadafi.

En todo caso, el «gran no acontecimiento» de que el 11-S no se haya repetido, desde luego en América, pero en la misma dimensión tampoco entre los que hemos sufrido el zarpazo de las bombas asesinas, debe dominar la década transcurrida y su conmemoración.

La pregunta de una periodista me ha devuelto el recuerdo de cuál fue mi primera reacción ante el terrible espectáculo de los rascacielos durrumbándose. No puedo menos de alegrarme de que lo que la hubiera empujado al olvido fuera mi error. Pensé en aquel momento que acabábamos de entrar en una nueva época de megaterrorismo. De hecho, durante meses, la Administración de George Bush se concentró tanto en destruir a los perpetradores y a los que los habían cobijado como en evitar lo que se suponía un ineluctable segundo golpe en marcha al que seguiría, seguramente, algún otro detrás. No hubo tal o fue desbaratado sin ni siquiera saberlo.

Pero el listón había sido colocado muy alto y un tabú cuantitativo se había roto. El temor era que para ellos mismos golpear más bajo sería en adelante una cierta manifestación de impotencia. Otros desearían emularlos y superarlos. Afortunadamente todos se han quedado muy por debajo de aquella plusmarca, y lo que se inauguró fue una nueva época de alerta y prevención que, a pesar de retóricas izquierdistas, no ha erosionado nuestras libertades más que en la medida en que nos rendimos frente a la amenaza, como ante las inadmisible reacciones por las caricaturas danesas y con las inhibitorias actitudes desde entonces adoptadas. Mucho peor todavía fue la exaltación como heroicos patriotas resistentes de los implacables terroristas que en Irak asesinaban salvajemente a sus compatriotas.

La Razón (España)

 


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