No son banales las diferencias entre las dos grandes democracias americanas. No son óbice para que ambos países se proclamen "so- cios estratégicos". La visita del primer mandatario afroamericano de EEUU a la primera mujer presidenta de Brasil puede marcar un hito en una relación que si bien no es contenciosa, ha estado signada por aprehensiones comprensibles. 

Obama busca deslastrarse del legado unilateralista de Bush y Rousseff no esconde su nuevo estatus de potencia mundial. Tiene el presidente americano mucho camino por recorrer para superar la indiferencia benigna con que su país ha tratado a Latinoamérica, ahora que la región vigoriza su gobernabilidad con más democracia, progreso económico y equidad social. 

No fue en Brasilia sino en Wall Street donde se gestó la crisis financiera de 2008 y Latinoamérica ha superado el coletazo sin los traumas de Europa o Norteamérica. Obama desea vender sus productos y Rousseff le recuerda:"buscamos relaciones más justas y equilibradas; es fundamental que se derriben barreras a productos nuestros como el etanol, carne bovina, jugo de naranja, acero". 

Las diferencias no fueron obs- táculo para que firmaran acuerdos de cooperación en materia de biocombustibles y para la organización del Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpíadas de 2016 en Río de Janeiro. Son frutos de la diplomacia que ambas potencias saben practicar. 

El anhelo de Brasil de ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU no tuvo respuesta, por lo pronto, del presidente Obama. Y Dilma no perdió la ocasión: "no nos mueve el interés menor de ocupar espacios de representación, sino la seguridad de que un mundo multilateral producirá beneficios para la paz de los pueblos".