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15/09/2010 | ¿Hacia un nuevo orden económico?

Jagadeesh Gokhale

Debido a que la imposición de regulaciones financieras internacionales más estrictas podría desacelerar la recuperación mundial de la actual crisis, el nuevo orden económico internacional demorará en surgir.

 

El cambio más patente que ha ocurrido a raíz del severo colapso del sector financiero y el declive en los volúmenes de comercio provocado por la recesión ha sido la aparición del G-20 como el grupo que guía a la economía mundial.

Sin embargo, el orden emergente puede que termine siendo muy similar al orden económico pre-crisis si EE.UU. logra contener las potenciales presiones inflacionarias de una incesante política monetaria laxa y si el tipo de cambio del dólar se mantiene firme. Esto requerirá, eventualmente, de un retiro oportuno de las extraordinarias infusiones monetarias que se están llevando a cabo para ayudar a que la economía estadounidense y la mundial se recuperen.

Además, serán necesarias reformas que eliminen los desequilibrios fiscales masivos en los países desarrollados para prevenir que sigan aumentando los impuestos y se mantenga el incentivo de las generaciones más jóvenes para continuar invirtiendo en capital humano y físico.

Mantener las tasas tributarias lo más bajas posibles es claramente una precondición para mantener el crecimiento de la productividad a futuro y para satisfacer los próximos retos en varios frentes: la población, el envejecimiento, el ahorro energético, el cambio climático, los crecientes costos de atención médica, entre otros. No obstante, el escepticismo está creciendo en cuanto a sí todos los asombrosos retos de políticas económicas pueden resolverse a tiempo.

También a nivel microeconómico es poco probable que el orden económico post crisis detenga la erosión de la seguridad económica para los trabajadores en las naciones desarrolladas —de hecho, probablemente sucederá lo contrario. Si el nuevo marco regulatorio que se está debatiendo preserva exitosamente el proceso de integración económica global, los trabajadores en el mundo desarrollado continuarán experimentando una creciente inseguridad en sus trabajos y una mayor competencia por parte de trabajadores extranjeros. De tal forma, se verían obligados a adaptarse adquiriendo nuevas destrezas y siendo más móviles. Por lo tanto, los tomadores de decisiones en los países desarrollados se enfrentarán a crecientes presiones políticas para reducir estas incertidumbres a través de protecciones sociales crecientes.

La crisis económica de 2007-2009 ha provocado respuestas distintas en distintos países. Muchos han introducido paquetes de estímulo para extender la ayuda para los desempleados, han expandido los proyectos de obras públicas, han respaldado las inversiones y brindado asistencia a instituciones financieras para que estas puedan volver a prestar.

Aunque estas ayudas deberían ser removidas conforme se vayan recuperando las economías, puede que no sea posible revertirlas completamente ya que las presiones económicas, anteriormente mencionadas, de la globalización se volverán más intensas y las tasas de desempleo permanecerán altas.

Es probable que el nuevo orden económico se enfoque en someter a las entidades financieras privadas a regulaciones más severas de tal manera que se reduzca su exposición al riesgo. Pero eso restringiría el flujo global de capitales, cuando más bien es necesario expandirlos —y no solo a corto plazo para acelerar la recuperación de la actual recesión.

La clave para expandir los flujos de capitales, especialmente hacia los países del “sur”, es reformar los sistemas financieros de los países emergentes de tal manera que estos tengan una mejor gobernabilidad corporativa, menos corrupción y políticas macroeconómicas orientadas hacia el crecimiento. Estas reformas beneficiarían tanto a países desarrollados como a los que están en vías de desarrollo.

En general, tanto las fuerzas que detendrían la globalización como aquellas que la promoverían están presentes. La reciente crisis financiera ha debilitado las economías del mundo desarrollado, ha promovido políticas nacionalistas que beneficiaron a algunas naciones a costa de otras y ha socavado el respaldo para que continúe la globalización.

Pero puede ser que los intereses regionales promuevan la globalización de una manera fragmentada conforme los países busquen maximizar las ventajas del comercio y de la integración internacional sin que un poder global haga cumplir y respetar las leyes, normas e instituciones internacionales. Sin embargo, un orden económico como este trae consigo una considerable incertidumbre y podría ser inestable en última instancia.

La aversión a las consecuencias de un colapso del orden económico internacional —lo que ocurrió después de 1914 con la destrucción económica y física de dos guerras mundiales— podría brindar suficiente impulso para permitir que el orden liderado por EE.UU. continúe por unas cuantas décadas más.

No obstante, ninguna nación parece capaz de llenar los zapatos de EE.UU. como este país lo hizo cuando Gran Bretaña estuvo económicamente exhausta luego de la Segunda Guerra Mundial. Los únicos candidatos son Europa, China e India —pero cada uno de ellos o no están interesados o no son económicamente y militarmente capaces de asumir de manera exitosa el papel de poder hegemónico global.

Este artículo fue publicado originalmente en The Globalist (EE.UU.) el 20 de agosto de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 



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