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09/08/2005 | La muerte de un rey: la muerte de Fahd brinda una oportunidad a Arabia Saudí y un reto a su sucesor, Abdalá.

Stephen Schwartz

EL REY FAHD BIN ABDUL AZIZ de Arabia Saudí ha fallecido en Riyadh a los 84 años de edad, tras diez años de coma. El príncipe de la corona, Abdaláh, medio hermano de Fahd de 81 años de edad él, ha asumido el trono.

 

Podemos contar con una avalancha de alabanzas hacia Fahd por parte de occidentales crédulos, alabándole como amigo de Estados Unidos y como un moderado. En realidad, los diez años en estado vegetativo durante los que Fahd sobrevivió estuvieron caracterizados por lo contrario, ya sea amistad sincera con Occidente o moderación islámica.

Es verdad que el socio de Fahd en el poder, el príncipe Sultán, ministro de defensa, se enriqueció de acuerdos americanos de armamento al tiempo que garantizaba a Estados Unidos su amor incondicional y el de su cohorte hacia sus protectores occidentales. Pero el reinado de Fahd también vio la erupción militante de al Qaeda, la conspiración terrorista vinculada a la monarquía saudí, y el culto wahabí que es su religión estatal.

Con respecto a los asuntos nacionales, Alí al-Ahmed, del Instituto Saudí de Washington, un grupo de monitorización de los derechos humanos, comentaba, “no echaré de menos a Fahd, que era un tirano opresor. Me encarceló, los miembros de mi familia fueron asesinados, los reformistas arrestados y la economía entró en crisis con Fahd”.

La muerte de Fahd era de esperar para los que siguen a los saudíes. Había sido hospitalizado dos meses atrás, y el reciente reemplazo del veterano embajador saudí en Washington, Bandar bin Sultán (sobrino de Fahd) por el príncipe Turkí ul-Faisal fue interpretado como indicador de una sucesión inminente. Fahd, Sultán y Bandar, los tres llegaron de la rama dura de la familia real conocida como sudairis, que han practicado la estrategia saudí clásica de apaciguar a los gobernantes occidentales con una mano, al tiempo que promueven el wahabismo con la otra.

A Turkí ul-Faisal y su facción, así como al príncipe de la corona, Abdaláh, se les supone preferir una línea más moderada, que podría contener el poder del wahabismo. Se lleva mucho tiempo rumoreando que el propio Abdaláh detesta el wahabismo, al que considera peligroso para la unidad islámica y árabe. En un suceso sorprendente, el príncipe heredero Abdaláh apareció a finales de este año en el funeral de Syed Mohamed Alawi Al-Maliki, un clérigo no wahabí, elogiando a al-Maliki por su devoción al islam y al bienestar de la nación. Al-Maliki, devoto del sufismo y jurista sunní relevante, había sufrido previamente una fuerte represión bajo las autoridades de Riyadh.

Pero en palabras de Alí al-Ahmed, “ahora es el momento de demostrar que Abdaláh es un reformista; con todo el poder que tiene, que declare la libertad para los musulmanes no wahabíes, especialmente para la minoría chi'í, que conceda a las mujeres el derecho a conducir, suspenda la financiación de la campaña global de colonialismo religioso wahabí y de apoyo al terror en Irak, cambie el plan de estudios educativos para eliminar de él la ideología de odio, arreste a los financieros de al-Qaeda, que operan públicamente en el reino, y que permita la entrada en el país de grupos sociales civiles norteamericanos, entre otros”.

Mientras que las reformas de Abdaláh pueden tardar su tiempo en llegar, puede que emerjan otros sucesos positivos de la muerte de Fahd. Puede que la familia real se retire a sus jaimas para debatir los detalles de su sucesión, y en tal situación es probable que el apoyo al islam radical quede en el aire mientras se atienden los asuntos internos de la familia.

Además, puede que los reformistas liberales de Arabia Saudí, que son mucho más numerosos de lo que los gobernantes del reino y sus pelotas occidentales quieren admitir, tomen la muerte de Fahd como una oportunidad para presionar en favor de sus demandas.

Los occidentales no deberían dejarse embaucar por las historias de que Fahd fue un santo, de que el reino necesita estabilidad por encima de todo lo demás, y de que los críticos occidentales, los musulmanes pluralistas de fuera del reino y los reformistas dentro de él deberían callarse. De hecho, lo acertado es todo lo contrario. Con Fahd muerto, puede que finalmente se abra el camino a una transición hacia la libertad en una de las mayores y más influyentes tiranías del mundo.

El Reloj (Israel)

 


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