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08/07/2005 | Liberen a África de sus elites políticas

Moeletsi Mbeki

Mientras la reunión de los G-8 se acerca y los líderes del mundo desarrollado consideran aumentos masivos en ayuda externa para África, debemos preguntarnos qué ha pasado con los miles de millones de dólares que ya han sido vertidos en el continente. África sigue estando arruinada por la pobreza y enfermedades mientras que otras colonias como las de Asia Oriental están floreciendo. En la raíz de los problemas en África se encuentran las elites políticas dominantes que han derrochado la riqueza del continente y socavado su productividad a lo largo de los últimos 40 años.

 

La lista de abusos es larga e impresionante. Las elites políticas africanas han abusado sistemáticamente sus puestos para llenar sus propios bolsillos. Ellos han dado favores y ganado influencia mediante el financiamiento de proyectos de industrialización que generan pérdidas masivas. Han explotado los recursos naturales de sus países y han transferido ganancias, impuestos, y fondos de ayuda externa a sus propias cuentas bancarias en el extranjero mientras que incurrían en deudas enormes para financiar las operaciones del gobierno.

¿Cuáles fueron los resultados de estas políticas predatorias? De acuerdo al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, los cuales se han convertido en las hadas madrinas de África, los africanos son pobres y se están empobreciendo aún más. El Banco Mundial indicó, “A pesar de haber generado ganancias en la segunda mitad de los noventa, África Sub-sahariana…entra el siglo XXI con muchos de los países pobres del mundo. El ingreso promedio per cápita es más bajo que el existente a finales de los sesenta. Ingresos, bienes, y el acceso a los servicios básicos no están distribuidos equitativamente. Y la región contiene una porción creciente de los extremadamente pobres del mundo, quienes tienen poco poder para influenciar la asignación de los recursos”.

Esta división es facilitada por el Estado moderno africano, el cual fue creado en muchos países por los poderes europeos imperiales que tenían poco conocimiento de las diferencias étnicas y religiosas entre los africanos. Desde los tempranos días de la independencia, grupos contrincantes y rivales fueron unidos a la fuerza a través del proceso político. Las elites políticas que tomaron el control de África en los sesenta, por lo tanto, vieron al gobierno como la fuente de poder y enriquecimiento personal. “Primero búscate el reino político y todo lo demás vendrá luego”, urgía Kwame Nkrumah de Ghana. Los líderes políticos de la región han hecho esto desde ese entonces.

El desarrollo exitoso en África no será obtenido echándole más combustible a las llamas. Meramente entregándole más ayuda externa a los gobiernos africanos solo fortalece la tradición del abuso. La clave para el desarrollo yace en el dinámico sector privado. Para que un país produzca más, los individuos privados deben generar ahorros y retornar esos ahorros al proceso productivo en la forma de nuevas y mejores técnicas, procesos y productos.

El sector privado de África está predominantemente compuesto de campesinos, y en una parte menor, subsidiarios de corporaciones multinacionales extranjeras. Pero esos grupos son explotados e intimidados por las elites políticas improductivas que controlan el Estado. El sector privado africano carece de poder porque no es libre para decidir que sucede con sus ahorros.

Por ejemplo, las elites políticas africanas usan el control del Estado para extraer el superávit agrícola de la región. Si los campesinos tuvieran la libertad para retener ese superávit de capital, ellos podrían invertirlo para mejorar sus técnicas de producción o diversificar sus actividades económicas. En vez, las elites políticas utilizan agencias agrícolas estatales e impuestos para desviar esos ahorros y así financiar su propio consumo y fortalecer los instrumentos represivos del Estado.

Mientras más consolidan su poder las elites políticas africanas, y mientras más aprieten las riendas del Estado, es más probable que los campesinos se empobrezcan más, y que las economías africanas entren en recesión o estancamiento. El caso más impresionante de ese fenómeno es Nigeria. De acuerdo a un estudio de ese país realizado por el Centro para el Estudio de las Economías Africanas en Oxford, entre 1980 y el 2000 el PIB per cápita en dólares de 1996 ajustados a la paridad de poder adquisitivo cayó de $1,215 a $706—una caída de un 40%. El número de nigerianos viviendo bajo la línea de la pobreza aumentó de 19 millones en 1970 a 90 millones en el 2000. Eso fue acompañado de un aumento masivo en la desigualdad. En 1970, el 2% más rico de la población ganaba lo mismo que el 17% más pobre. Para el 2000, el ingreso del 2% más rico de la población equivalía al del 55% más pobre.

El desarrollo futuro en África requiere de un nuevo tipo de democracia—una que le de poder no solo a la elite política sino también a los productores del sector privado. Es necesario que los campesinos, quienes constituyen en gran parte el sector privado, se conviertan en verdaderos propietarios de su bien primario: la tierra.

La posesión privada de la tierra no solo generaría riqueza sino también controlaría la deforestación y la acelerada desertificación. El sistema conocido como propiedad comunitaria de la tierra, el cual en verdad es propiedad estatal de la tierra, debería ser abolido. Además, los campesinos necesitan acceso directo a los mercados mundiales. Los productores deben tener la habilidad de subastar sus propios cultivos en lugar de ser forzados a vendérselos a las agencias agrícolas controladas por el Estado.

África necesita nuevas instituciones financieras que sean independientes de las elites políticas y que puedan satisfacer las necesidades financieras no solo de los campesinos, sino también de otros productores de pequeña a mediana escala. Más allá de proveer servicios financieros, esas instituciones podrían emprender todo tipo de servicios técnicos que no están siendo ofrecidos en el presente por los gobiernos africanos, tales como la investigación de cultivos, la extensión de servicios, la mejora de la ganadería, el almacenamiento, el transporte y la distribución para hacer más productiva la agricultura. Tales cambios podrían por primera vez forjar la existencia de una economía de mercado genuina que responda a las necesidades de los productores y consumidores africanos.

Los gobiernos africanos reconocen actualmente el papel del buen gobierno en estimular el crecimiento económico. Sin embargo, ellos todavía están haciendo poco para solucionar el problema fundamental del enorme desequilibrio de poder entre la elite política y los productores del sector privado. Los gobiernos africanos deben dedicar más tiempo a solucionar este problema en lugar de dedicarse a impresionar a los gobiernos extranjeros, incluyendo a aquellos del G-8, con cuentos exagerados de democratización en el continente.

Moeletsi Mbeki es sub-director del Instituto Sudafricano para Asuntos Internacionales (un centro de investigaciones independiente de la Universidad de Witwatersrand), y el hermano del presidente sudafricano, Thabo Mbeki. El es el autor de un reciente estudio del Cato Institute, titulado, "Sub-desarrollo en África Sub-Sahariana: El Rol del Sector Privado y las Elites Políticas".

Este artículo originalmente apareció en el Wall Street Journal 5 de Julio, 2005.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 


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