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05/03/2009 | Culpa, delito y criminalidad

Cnel. ® José Luis Núñez Bennet

Lo peor que le puede suceder a una nación es que sus elites gobernantes pierdan el sentido de culpa. Mientras este sentimiento exista en sus mentes, puede haber lugar para la esperanza por un cambio positivo.

 

Por el contrario cuando escuchamos las diarias controversias entre los que gobernaron y los que hoy gobiernan y vemos con la ligereza con que se enfrenta la situación de crisis delincuencial y criminal que abate la nación, percibimos un sentimiento de ausencia de culpabilidad en identificar la verdadera desgracia que persigue a un pueblo noble y paciente como el hondureño.

 El tratar de culpar a otros de los males, que ellos (los políticos) durante el ejercicio de su función gubernamental han ayudado a desarrollar, séase ya, por decisiones incorrectas, yerros, omisión, ignorancia en el arte de gobierno y/o corrupción en la administración del Estado, y a la vez escuchar, a viva voz, en sus debates públicos esbozando aquella canción infantil… “yo no fui fue Teté... pégale pégale que ella fue”.

Nos revela que la clase política hondureña se siente ausente de culpa en esta crisis. Lo anterior es como rebelarse contra una existencia satisfecha de sí misma y convertirse en cadáveres vivientes, sin sentimiento, compasión, ni solidaridad con la desgracia de más de cuatro mil setecientas familias hondureñas que perdieron un ser querido el año recién pasado.

Durante las últimas dos décadas, a partir de 1990, los hondureños hemos estado sometidos a una permanente situación de crisis, desde entonces, cada gobernante, a su manera, trató de enfrentar y resolver la situación, para pasar el agua de su período presidencial, y después, que Dios salve al que venga a gobernar.

En este período nos encontramos a políticos que regalaron lo que no era de ellos, otorgaron exenciones de impuesto a quienes no las necesitaban, crearon estatutos violando el principio de igualdad ciudadana, se otorgaron dispensas y beneficios para ellos (sus familias y amigos), que han trascendido la capacidad económica del país. Se ha vendido y/o enajenado todo, y lo poco que quedaba ya está en manos de los que tienen mucho, quieren más, pero comparten poco.

Todas las puertas al desarrollo y la movilidad social se han cerrado, aquí se le tiene lástima a la clase pobre y miserable, se castiga a la clase media, y se adula a la clase rica a la vez que se le permite y facilitan sus abusos. Esta es la verdadera desgracia del hondureño, ya no hay posibilidad de una buena educación, si no hay huelgas es que no hay materiales o aulas para impartir clase; no hay posibilidad de una buena atención de salud, o no hay medicinas o las instalaciones hospitalarias son obsoletas, no hay médicos de turno, o las enfermeras están de huelga; no hay posibilidad de justicia porque el sistema está falto de técnicas científicas y hombres de entereza, la Policía está infiltrada y las cárceles son universidades de especialización del delito.

Todos los espacios se han cerrado, aparentemente sólo queda el del delito. Parece ser que en Honduras el crimen sí paga. Aquí se paga por todo, por abrir una farmacia, por introducir subrepticiamente un vehículo, un contenedor, o un avión, se paga por obtener un permiso de explotación de transporte, por abrir un negocio, por realizar una compra, por ganarse un contrato con el gobierno, por negarle al trabajador sus derechos, por otorgar una plaza de trabajo, por adular al gobernante, por importar materiales de emergencia, por un permiso de construcción y de remate, hasta se paga para registrar un muerto.

Para enfrentar esta crisis es tiempo de que los que nos gobiernan, y los que pretenden hacerlo, así como aquellos empresarios que sólo buscan su lucro personal, pongan al descubierto sus propias contradicciones como humanos y reconozcan su culpabilidad en esta crisis.

Ya no es tiempo de justificaciones, remordimientos, y redenciones. Es tiempo de planificación, acción, ejecución, ataque y persecución. Los hondureños no queremos héroes de cafetín con asesores de imagen para figurar en política, queremos hombres con “H”, ya basta de buscar chivos expiatorios, grupos fácticos y amenazas de destape de ollas, etcétera. Queremos resultados, ya basta de compadecernos que al norte y al sur las cosas están peores. Por qué no vemos hacia dónde están mejores y tratamos de imitarlos.

Tampoco los hondureños necesitamos un superman, que venga como el flautista de Hammelin, a salvarnos de todas las ratas y las desgracias del crimen. Necesitamos un equipo de hombres, de todos los partidos, de todos los sectores, de todos los estratos, hombres que se despojen de sus intereses de grupo para enfrentar con valentía esta guerra contra el crimen. Sí, también necesitamos superhombres, pero no del tipo que cree que todo lo que él hace es lo correcto.

Necesitamos un hombre que aún en su insignificancia sepa distinguir la precariedad injusta del ciudadano sometido por la injusticia, el hambre, la negación de sus derechos y su imposibilidad de moverse socialmente. Para esta guerra queremos hombres que puedan llegar, por sí solos, al  descubrimiento de que su justicia no es la justicia que queremos. Ya  que la justicia que queremos es la de sentar las bases de una sociedad justa, equitativa, sin privilegios, más allá de los que dan las leyes. Es decir todos bajo la ley nadie sobre ella.

Ahora es cuando, ya no basta con sólo referirse al alcance social de las acciones criminales, ni a sus consecuencias penales. Debe preocuparnos el porqué nuestros políticos se pierden en su propia decisión, y cuando descubren y comprenden que lo que han obrado, ya no corresponde a su destino, porque la historia les alcanzó. No pretendamos enfrentar los síntomas del mal sin querer entrar a las causas. Con estas acciones lograremos reconciliar la fe del hondureño en sus políticos, restablecer la armonía entre los que votan y los que pretenden ser votados. Señores: “Si el crimen es fatal, la salvación no es menos profunda”.

(Ex Ministro de Defensa Nacional 1996-98)

La Tribuna (Honduras)

 


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