George Bush se hunde en las encuestas de popularidad porque es reprobado en el manejo de la política exterior.

Y los temas que van a ser centrales en la campaña presidencial que se avecina son migración y terrorismo.

Así es que los dos asuntos que pueden decidir quién ocupará por cuatro años la Casa Blanca son fundamentalmente externos: nos hablan de cómo van a querer los estadunidenses su relación con el mundo.

No siempre la política es local.

Tres de los principales candidatos demócratas a la Presidencia, han expresado como una prioridad la reforma migratoria, aunque todos están a favor de la construcción de un muro en la frontera con México.

Hillary Clinton manifestó en el debate de la semana anterior: “Me esforzaré para que la reforma migratoria sea tratada exitosamente en mi primer año. Tenemos que trabajar con el Congreso para aprobar una legislación amplia, para asegurarnos de no separar a las familias en el proceso de legalización”.

Para Barack Obama, la reforma migratoria “es no sólo prioridad para la comunidad latina, sino para todo Estados Unidos. Debemos cerciorarnos de invertir en nuestra relación con México, para que el pueblo mexicano sienta que puede criar a sus familias y tener buena vida de su lado de la frontera”.

Bill Richardson apuntó: “Yo fomentaría una nueva Alianza para el Progreso, como lo hizo el presidente Kennedy. Debemos reconocer que lo que pasa en América Latina es clave para el futuro de Estados Unidos”.

En efecto así es: la falta de crecimiento adecuado de la economía mexicana va a aumentar el flujo de trabajadores indocumentados hacia Estados Unidos.

De hecho, cada año cruzan 575 mil mexicanos en busca de trabajo en el país del norte.

Es decir, cada minuto un mexicano abandona su tierra y su familia para alcanzar prosperidad en el país de las oportunidades.

Esos datos también indican que cada minuto se desintegra una familia en México.

Uno de cada nueve mexicanos vive en Estados Unidos.

Al ritmo que lleva el proceso migratorio, uno de cada cinco mexicanos estará viviendo en la Unión Americana en menos de 20 años.

Las remesas que envían a su tierra los migrantes mexicanos en Estados Unidos crecieron, de cuatro mil 744 millones de dólares en 1998, a 13 mil 369 millones en 2003 y a 25 mil millones de dólares en 2006.

Una recesión en Estados Unidos no va a impedir que continúe el flujo migratorio desde México. Provocará que disminuya el crecimiento de las remesas, pero la disparidad salarial continuará siendo un imán para la migración indocumentada.

Los indicadores de The Economist del año 2006, citados por Juan María Alponte en México y el Mundo, revelan que Canadá, con 33 millones de habitantes, tenía el año pasado un ingreso per cápita de 35 mil 840 dólares. Estados Unidos, 44 mil 180 dólares. México, siete mil 280 dólares.

Las exportaciones a Canadá fueron de 338 mil millones de dólares en mercancías. Estados Unidos exportó un trillón de dólares. Y, México, 250 mil millones de dólares.

Así las cosas, el problema de la migración para Estados Unidos está en la debilidad de la economía mexicana.

Y la solución de la economía mexicana está en una mayor integración con la de Estados Unidos.

Las cifras hablan: 84.7 por ciento de las exportaciones mexicanas fueron hacia Estados Unidos. Hacia América Central sólo fueron 1.36 por ciento.
A Brasil, 0.46. A Venezuela, 0.71.

¿Qué hacer en México? ¿Reforzar el Plan Puebla-Panamá, para ligar la economía de Oaxaca y Chiapas a la de Nicaragua u Honduras?

¿O es necesario un corredor marítimo entre Chiapas y Galveston, para sacar mercancías hacia Texas y llevar empleo y tecnología a la región sur de México?

¿No es preciso construir tres o cuatro aeropuertos binacionales en nuestro territorio para agilizar exportaciones e integración económica?

El próximo año son las elecciones presidenciales en este país. Es una oportunidad para México.

En Estados Unidos se han dado cuenta de que sus decisiones políticas no pasan únicamente por su conciliábulo local.