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07/01/2009 | Dad a Israel una oportunidad

Rafael L. Bardají

Ninguna nación sobre la Tierra aceptaría ser bombardeada permanentemente desde un territorio vecino y permanecer impasible. La actuación de castigo israelí contra Hamás en Gaza no debería ser, pues, una sorpresa.

 

Lo verdaderamente sorprendente es que no hubiera sucedido mucho antes. Israel ha aguantado lo inaguantable: más de cuatro mil cohetes palestinos que si no han causado más muertes es en buena medida debido al inmenso esfuerzo realizado en la protección pasiva -en forma de bunkers- de las poblaciones del sur de Israel. Exigir un alto en sus operaciones militares a Israel es una inmoralidad así como un gravísimo error estratégico. El objetivo político de la UE y de la comunidad internacional no debe ser un alto el fuego sin más, sino un alto al terrorismo desde Gaza.

La manipulación mediática a la que nos tienen acostumbrados las facciones palestinas, terroristas o no, de nuevo está en marcha, ofreciendo por doquier las imágenes del sufrimiento de sus gentes, desgraciadamente inevitable en cualquier confrontación bélica.

Es tan hábil que hace olvidar el sufrimiento al que los terroristas palestinos tienen sometida a una buena parte de la población israelí. Hasta la retirada completa por parte de Israel de Gaza en 2005, Hamás justificaba los ataques suicidas y por otros medios como un instrumento necesario para luchar «contra la ocupación israelí». Pues bien, desde que Sharon decidiera dejar Gaza a los palestinos, el único israelí en la Franja ha sido el desgraciado soldado Gilad Shalit, secuestrado hace dos años por milicianos de Gaza. Sin embargo, que Israel no fuera ya una «fuerza ocupante» no ha disminuido el ansia de violencia por parte de Hamás y de otros grupos palestinos en Gaza. Por una razón muy sencilla: lo que Hamás quiere no es la solución de dos estados conviviendo pacíficamente uno junto al otro. A lo que aspira el islamismo palestino es a un único estado en la zona, palestino e islamista. Por eso ni quiere ni puede renunciar a su objetivo de eliminar a Israel. Y por eso Israel se ve forzado a defenderse. Si no lo hiciera dejaría de existir simplemente.

Como en toda guerra no han faltado los corifeos clamando al cielo por la desproporción de la respuesta militar israelí. No sabemos qué propondrían como alternativa, pero lo que sí sabemos es que no sólo la actuación de las fuerzas armadas de Israel, la IDF, está siendo escrupulosa con el derecho de la guerra, sino que, además, está siendo altamente eficaz en la discriminación de sus blancos. Cierto, en toda acción bélica está el riesgo de causar bajas civiles inocentes, pero a tenor de lo que cuentan los observadores sobre el terreno y la sacrosanta institución de las Naciones Unidas, tal vez menos del 10 por ciento de las víctimas podrían ser consideradas como víctimas inocentes. El resto, el 90 por ciento, serían cuadros y milicianos de Hamás. Lo cual quiere decir, entre otra serie de cosas, que la ejecución de los ataques israelíes está mejor preparada que lo que la OTAN hace en Afganistán, por ejemplo, donde la proporción de muertes por error es bastante más alta.

En suma, a Israel le asiste el derecho para defenderse y lo está haciendo de la mejor forma posible, con justicia, legitimidad y proporción. Mientras que lucha contra los terroristas de Gaza, permite que la ayuda humanitaria fluya hacia los palestinos de la zona. Y hay que recordar que si Gaza es hoy un erial, se debe a la pésima gestión de los líderes de Hamás, mucho más interesados en aterrorizar a los israelíes que en crear oportunidades para sus votantes.

¿Por qué sería un error estratégico presionar a Israel para que pare su ofensiva ahora? Por una razón muy sencilla: porque acabar con los arsenales y los cohetes de Hamás no es suficiente y es eso lo que han estado haciendo hasta ahora los bombardeos de la IDF. Fue Douglas MaCarthur quien dijo que «en la guerra no hay sustituto para la victoria». Con la excepción de la derrota, claro. Y si hay una lección que debimos aprender de conflictos inacabados o mal acabados, como la guerra de Israel contra Hizbolá en el verano de 2006, es que la ausencia de una clara, rotunda y visible victoria, esto es, la ausencia de una victoria decisiva, se vuelve rápidamente en una derrota. La supervivencia de Hizbolá entonces se vivió por los suyos y buena parte del mundo árabe como una derrota israelí. Cierto o no es lo de menos. Es la imagen lo que importa.

Por eso, acabar con los cohetes de Hamás no es suficiente. Hay que sustraerle por completo el sentimiento de victoria y para eso hay que conseguir doblegar su voluntad. Si la comunidad internacional le da esperanzas a los dirigentes de Hamás de que si aguantan un poco, se va a obligar a Israel a parar sus acciones, lo único que se estará haciendo es alimentar su sentimiento de vencedor. Aún peor, se estará patrocinando directamente a los palestinos radicales frente a los moderados, esos con los que sí se puede hablar de una solución pacífica para todos. Si Hamás no sale derrotado políticamente, quien sí lo estará será la Autoridad Palestina, su presidente Abbas y el gobierno de Salam Fayyad. Una no derrota de Hamás le daría alas para intentar en Cisjordania un golpe similar al del 2007 con el que se hicieron con el poder en Gaza. Y eso sí que sería el final de todo proceso de paz. Por el contrario, si Hamás sale claramente derrotado, se abre una nueva oportunidad para que la Autoridad Palestina recobre su papel en la Franja de Gaza, hoy por hoy, de hecho, un estado palestino separado.

Por último, no podemos olvidar que si bien Israel está luchando para defender la tranquilidad de las poblaciones vecinas a Gaza, la derrota de Hamás no sólo traería nuevas oportunidades para una paz estable en la zona, sino que representaría un grave revés para los designios de Irán en la zona. En ese sentido no podemos olvidar que Israel no sólo está luchando por su seguridad, sino que también lo está haciendo por la nuestra, europeos y occidentales. Pararle los pies a un Irán cada día más crecido, irresponsable, provocador y a las puertas de convertirse en potencia atómica sólo puede ir en beneficio de la paz internacional. Es decir, de nuestra paz y seguridad.

Por todo ello, la mejor contribución que la UE y la ONU pueden hacer a la paz y la estabilidad en la zona es dejar que Israel alcance sus objetivos. Y eso es tan sencillo y fácil como no buscar y presionar para un alto el fuego prematuro, tal y como se hizo en 2006.

La presión internacional debe dirigirse en contra de nuestros enemigos, en este caso Hamás, no de nuestros amigos o salvadores. Israel debe sentir nuestro apoyo para que Hamás sienta su aislamiento y se sepa al alcance de los soldados israelíes. Hamás ha sido una desgracia para los palestinos, es el verdadero obstáculo para alcanzar una solución razonable del proceso de paz, y es una pieza más tanto del islamismo radical como de Irán, que juega con sus peones al norte y sur de Israel en su estrategia de hegemonía en el Levante. No hay que pedir contención a Israel, hay que promover que persiga la eliminación militar y política de Hamás. Menos que eso significaría posponer un conflicto de mayores proporciones.

ABC (España)

 


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