La mujer del presidente comenzó a recorrer el camino que le permitirá alterar el orden de los factores de una sociedad (limitada) cuyo objetivo conyugal es conservar el poder. Si los resultados oficiales confirman los sondeos, en menos de dos meses, ella será protagonista de la primera ceremonia de investidura presidencial de una mujer en Argentina por obra y gracia del sufragio universal, y él, Néstor Carlos Kirchner, pasará a ser, al menos sobre el papel, el consorte o «primer caballero».

Los que conocen al matrimonio recuerdan la máxima de los Reyes Católicos: «Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando». Considerados dos caras de una misma moneda, a juicio del analista Rosendo Fraga, las modificaciones del futuro Gobierno K serán más cuestión de forma que de fondo: «Ella recibirá las cartas credenciales de los embajadores, no llegará tarde a los actos ni dejará plantados a otros mandatarios, viajará de buena gana a las cumbres, pero los grandes asuntos los seguirán manejando juntos».

Por el cambio

En la misma línea se manifiesta Olga Wornat, autora de la biografía «Reina Cristina», donde recoge las explicaciones de la protagonista: «Néstor y yo pensamos lo mismo, tenemos las mismas convicciones sobre la vida y la política, como instrumento de cambio de la sociedad. Antes queríamos cambiar el mundo, hoy nos conformamos con algo más humilde: cambiar la Argentina». El término «cambio» ha sido su lema de campaña. Graciela Rommer, titular de la consultora Rommer y Asociados apunta: «La conozco. Tiendo a pensar que se va a esforzar de inmediato en demostrar que ella es independiente y puede gobernar con criterio propio». Lo mismo opina Julio Cobos, actual gobernador de Mendoza y candidato a vicepresidente de Cristina: «Conociéndola, ella no se va a dejar manejar por nadie».

Temperamental, como ya sabe medio mundo y toda Argentina, CFK, siglas que la identifican como si fuera una Kennedy en versión criolla, a la mínima pone el grito en el cielo. Esta práctica no es nueva ni fruto de su ascenso a la Casa Rosada. El genio la acompaña de sus épocas de estudiante de primer curso de Psicología -que abandonó- y de sus años de Derecho en La Plata. En esta ciudad conoció a su marido, remolón para clavar los codos pero, como ella, dispuesto a levantar el tono como ha demostrado públicamente.

Los ataques de ira de Cristina -nunca desmentidos- provocan el pánico de sus colaboradores que huyen en estampida. El último tuvo como resultado un par de copas estrelladas contra la pared en la «Quinta de Olivos», residencia del jefe del Estado. El motivo... otro caso más de corrupción.

Cristina Fernández de Kirchner, pese al resultado, ha estado perseguida por los escándalos del Gobierno desde que anunció su candidatura en el mes de julio. Ella, que en los 90 rogaba: «No hay que ser corruptos». El primero destapó los «chanchullos» en obras públicas. El siguiente puso al descubierto bolsas de miles de dólares y pesos ocultos en el baño de la ex titular de Economía, Felisa Miceli. El tercero demostró el derroche de recursos del Estado en nombre del medio ambiente a través la responsable del área, de Romina Picolotti. El último incluyó el procesamiento de Nilda Garré, responsable de la cartera de Defensa e involucrada en contrabando de armas.

«Piel de teflón»

Para colmo de malos augurios, el asesinato de tres jóvenes policías a días de las elecciones remataron una campaña salpicada de contratiempos que hubieran hecho temblar los cimientos de cualquier candidatura pero, a estas alturas, se puede decir que CFK, como el brasileño Luiz Inácio Lula, tiene una epidermis con efecto teflón: todo lo malo en términos electorales y políticos les resbala. Veremos si en el Gobierno el fenómeno se mantiene.