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01/10/2007 | Costa Rica - Los amigos (y los enemigos) del libre comercio

Thelmo Vargas

El referendo decidirá sobre nuestros flujos de empleo, inversiones y exportaciones.

 

En el fondo del corazón, la mayoría de las personas es amiga natural del libre comercio. Esto es así porque todos los que en él participan ganan: quien, un día caluroso en La Sabana, compra un fresco vaso de agua de pipa, lo hace porque estima que el beneficio que éste le da es superior a lo que paga por él. Por su parte, el vendedor considera que también ganó con la transacción, porque recibió más de lo que le costó. Lo mismo ocurre cuando se compra una empanada de carne, un televisor a color, desodorante, vivienda, un pasaje a Miami, una Biblia empastada, entrada al cine, un perrito, el servicio de corte de pelo, una ....

El comercio libre no solo estimula una oferta variada de bienes y servicios, sino también es lo más compatible con las ideas de democracia e “inclusión” que los ticos tanto apreciamos. Todos los participantes en él silenciosamente “votan” a diario en el mercado y sus votos deciden cuáles productos son los apetecidos (y, por tanto, seguirán produciéndose en el futuro) y cuáles no. Cuando hay comercio libre, la producción se adapta a los deseos de los miembros de sociedad; no hay imposición de preferencias. El mercado libre trata a todos los clientes por igual, sin distinción de raza, nivel educativo, condición social, preferencia política, religiosa o sexual. El colón –o el dólar– de uno es indistinguible del de los otros.

Además de optimizar el interés social en lo relativo a disponibilidad productos, la especialización que promueve el mercado libre hace que los trabajadores se dediquen a las ocupaciones para las que son más aptos y, por tanto, donde mejor remuneración obtienen. Así se completa un círculo virtuoso: los trabajadores (y, para el caso, los empresarios) obtienen ingresos máximos, y el mercado les ofrece la mayor variedad de productos, materias primas, calidades y precios.

Sus enemigos. Por tanto, si hacemos un análisis profundo de nuestra conducta manifiesta, casi todos deberíamos ser amigos del libre comercio. Y digo ‘casi’ porque es un hecho que el libre comercio tiene enemigos quienes, disfrazándose de defensores del interés general (del mío y del suyo, entre otros), se oponen férreamente a él. La oposición es por medios pacíficos y, de ser necesario, violentos.

El primer enemigo del comercio libre es el monopolio legal. El monopolista autorizado por ley no sirve el interés general, sino que lo explota. Quienes trabajan para el monopolista temen perder privilegios si su mercado se abre a la competencia, y luchan a capa y espada por conservar el statu quo. También son enemigos del libre comercio los de filosofía proteccionista y los empresarios “protegidos” por barreras arancelarias, o prohibiciones, pues estas le permiten explotar a los consumidores (vendiéndoles productos de calidad baja, precios altos o, más probablemente, con una y otra característica). Entre los primeros destacan algunos congresistas norteamericanos, como los que recién realizaron una “visita de cortesía” a nuestro país. Ellos se oponen abiertamente al libre comercio de países como Costa Rica con los Estados Unidos, porque le tienen pavor a que nuestros productos –minivegetales, chips, productos médicos, atún, piñas, melones, etc., etc.,– desplacen producción interna.

También se opone al libre comercio un pequeño, pero sonoro, grupo de intelectuales de izquierda, como los que (por alguna extraña razón) encontraron cálido refugio en universidades estatales del país, que viven del subsidio social, así como muchos políticos demagogos, quienes velan por cualquier interés menos el del pueblo que dicen representar.

El referendo de octubre, para decidir si se aprueba o rechaza el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, constituye una valiosa oportunidad para que, pensando con la cabeza y reconociendo las preferencias reveladas por el corazón, los costarricenses decidamos si estamos a favor de mantener, y ampliar, los flujos de inversión, los empleos y las exportaciones, o si preferimos exportar gente y (quizá) depender de las remesas que ella tenga a bien enviar. En suma, si favorecemos la luz o las tinieblas, el bienestar colectivo o una (evitable) penuria generalizada.

Diario Nación (Costa Rica)

 


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