Ni las creencias y costumbres de los propios musulmanes se salvan de los ataques de los islamistas más radicales. En numerosos países las tumbas de los santones y sabios locales son lugar de peregrinación y oración. Pero esto es considerado por los más extremistas como una competencia desleal al único al que se debe idolatrar, Alá.

Por eso cada vez son más frecuentes los ataques a mausoleos. Los últimos casos están teniendo lugar estos días en Libia, donde un grupo de ultraconservadores han empleado explosivos y una excavadora para destruir este viernes la tumba de Abdel Salam Al-Asmar, teólogo sufí del siglo XVI, en la ciudad de Zlitan. También atacaron la biblioteca de la vecina mezquita.

Ayer mismo destruyeron parte del mausoleo de Al Chaab Al Dahmani en la propia capital, Trípoli. También Misrata y Derna han sido escenario de acciones similares.

Con la demolición de los budas de Bamiyán por los talibanes afganos hace una década en la memoria, grupos de salafistas, una corriente rigorista del Islam, están tratando de impedir que la población siga con sus costumbres de acudir a estos mausoleos.

En los últimos meses ha habido ataques de este tipo, además de en Libia, en Egipto y en Malí.

En este último país la Unesco ha tratado en vano de frenar a los yihadistas que llevan semanas atando el riquísimo patrimonio de la ciuda de Tombuctú, en manos de grupos armados aliados con la banda terrorista Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI).