El hecho de que la canciller alemana, Angela Merkel, haya recibido con besos este miércoles al presidente estadounidense, Barack Obama, demuestra una especie de armónico matrimonio de conveniencia entre Berlín y Washington. Pero los hechos indican que las relaciones entre la democristiana y el demócrata han tenido altibajos, quizás más bajos que altos.

A pesar de que la popularidad de Obama es mayor que la de Merkel entre el electorado alemán, la canciller no ha dado marcha atrás en sus ideas políticas. Un ejemplo es la negativa de Merkel a Obama cuando éste, en plena campaña electoral contra el republicano John McCain, le pidió dar un discurso en la Puerta de Brandeburgo, con lo que demostraba que el partido de la canciller comulga mejor con el de McCain.

Esta negativa le costó caro a Merkel, ya que el mandatario de EE.UU. viajó en varias ocasiones a Europa y nunca incluyó a Berlín en su agenda. También han influido en las frías relaciones las diferentes criterios de ambos gobiernos en cuestiones como la austeridad económica alemana, el cierre de Guantánamo, la guerra en Afganistán o la posibilidad de armar a los rebeldes sirios.

En la rueda de prensa conjunta posterior a su reunión de este miércoles en Berlín surgió la cuestión del ciberespionaje de los servicios secretos estadounidenses a los alemanes. Este país es el más vigilado de Europa por el programa estadounidense de ciberespionaje masivo Prisma. La canciller señaló al respecto que para la necesaria vigilancia debe existir un «equilibrio» entre las partes involucradas, mientras el presidente de EE.UU. defendió el programa Prisma. A la doble pregunta de un periodista, Merkel miró a Obama y le dijo: «Sobre los drones y Guantánamo deberías hablar tú».