El Antiguo Régimen posiblemente concluyó en Perú con la presidencia de Fernando Belaúnde en 1985. Se decía en la época que en el país solo gobernaban "incas o virreyes". Los primeros, militares golpistas del tercermundismo no alineado como Velasco Alvarado, y los segundos, la aristocracia criollo-limeña. El sistema se busca a sí mismo desde entonces, sin que haya sido capaz de articular una estructura democrática que satisfaga a la ciudadanía.
Perú carece de un sistema inteligible de partidos. La única formación
histórica que subsiste es el APRA, que en un tiempo fue Alianza Revolucionaria y
al que pertenece el presidente saliente Alan García, pero que en las elecciones
del domingo ni siquiera presentaba candidato. El país muestra una abigarrada
muestra de movimientos, coaliciones y sensibilidades que en ocasiones se resumen
solo en un eslogan. Y en el enfrentamiento entre el antiguo indigenista Humala y
Keiko, la hija del presidente Fujimori que purga en una prisión de lujo una
condena de 25 años, el fraccionamiento es total: por sexo, porque las mujeres
han votado mayoritariamente a la condición femenina; por edad, porque los
mayores se han inclinado más por el exmilitar Humala; y por geografía, porque la
Gran Lima ha sufragado en un 57% por Keiko, con lo que sierra y selva han tenido
que inclinarse muy fuertemente por su rival para producir una diferencia de algo
más de dos puntos. Pero no por etnicidad, porque ambos son extraños al
patriciado criollo, que no ha reaparecido en la presidencia desde Belaúnde, y a
quien sucedió Alan García -dos presidencias- intelectualmente ajeno a esa Lima
señorial; el propio Fujimori, japonés de ascendencia; y Alejandro Toledo, el más
cholo, o mestizo de indígena y europeo, de todos los presidentes elegidos
democráticamente. Keiko, también llamada Sofía para hacerse más del país, es de
origen japonés como padre y madre; y Humala, puro cholo. Ese fraccionamiento
aparece, por último, con toda su intensidad en la capital que no ha acertado a
elegir un presidente en los últimos 10 años; quien gana en Lima pierde en todo
el país.
El mercado político peruano es tan heterogéneo que asimila lo que se le eche.
Como decía en la Casa de América el poli-tólogo peruano Luis Pásaro: "Hoy en
Perú, cualquiera puede presentarse a todo". Y no en vano el hecho
diferencial, tan ponderado por los nacionalismos en España, donde de verdad
se aprecia es en las calles de Lima, en las que cuesta encontrar el hilo de lo
nacional que conecte a los niños aindiados que en castellano balbucean una
rogativa con el criollato de San Isidro.
En ese más que melting pot, salad bowl de Perú, en vez de adhesión es
el miedo al otro el argumento más sólido para el sufragio. El
latinoamericanista jefe del Instituto Elcano, Carlos Malamud, definía la
elección como una pugna entre "el miedo y el espanto". El miedo a un presunto
chavista, aunque aparentemente convertido a la socialdemocracia del brasileño
Lula, y el espanto ante la vástago de Fujimori, sin más programa que la figura
del padre, por más que jurara que ella era solo ella y no una delincuente como
el progenitor. Hay que añadir, sin embargo, que el miedo se atrinchera
especialmente en el Antiguo Régimen y su clientela, los mismos que anteayer
hicieron caer la Bolsa 12 puntos por si les nacionalizaban la cartera; y el
espanto, en cambio, está socialmente más difundido, con una fuerte
representación en la clase intelectual. La victoria de Keiko Fujimori, pese al
excelente resultado cosechado, habría sido la suprema extravagancia -la elección
de la hija de uno de los hombres más execrados del Perú contemporáneo- incluso
en un continente en el que viudas, esposas, hijos y demás parientes son muy
sensibles al tirón dinástico.
Tras una elección en la que los candidatos han jugado con las cartas
apretadas contra el pecho y el elector más independiente puede preguntarse ¿a
quién ha votado?, la gran incógnita la encarna el presidente electo. El analista
de El Comercio de Lima, Juan Paredes, afirma que Ollanta Humala es "una
mezcla transversal" de sí mismo; que en él conviven el chavista de la
reivindicación indígena; el velasquista, que también jugó al golpe de Estado; el
radical antisistema de las presidenciales de 2006; y el moderado cocido al fuego
lento del expresidente Lula. Lo primero que Humala, elegido con medio país
furibundamente en contra, tiene que decidir es quién o qué combinación de los
anteriores asume la presidencia.