Considere lo siguiente: Irán ha llegado a la conclusión de que Corea del Norte es importante e intocable al mismo tiempo, porque en 1993 se enfrentó al mundo y acabó fabricando de a poquito su arsenal atómico. Una vez que tuvo la bomba en sus manos y la tecnología misilística para poder lanzarla a distancia, Corea del Norte pasó a ser un santuario con el que nadie, ni siquiera los Estados Unidos, se atreven. De ahí que Irán haga todo lo posible para obtener el tiempo necesario para llegar a tener sus primeras bombas que la harán invulnerable.

 

O, por ejemplo, la Venezuela de Hugo Chávez, donde se cree que jugando a la ambigüedad y cultivando las relaciones con descarados proliferadores, como Irán, obtendrá la protección suficiente para perseguir sus propias ambiciones nucleares. De las tácticas iraníes Hugo Chávez ha aprendido que se puede evitar sanciones si se pone en marcha una diplomacia del engaño sostenida en el tiempo.

 

Es decir, la lección que hoy recorre el mundo es, básicamente, que si uno se empeña, la comunidad internacional gesticula, amaga, pero no actúa. Con paciencia, evitando provocaciones, ocultando, mintiendo y siendo flexible en el plano público, un programa de armas nucleares es imparable. Sólo es cuestión de tiempo y dinero. Salvo que el nuevo Nobel de la paz lo impida con su «charme», el eslogan del mundo al que vamos va a ser «No sin mi Bomba». Desgraciadamente, la inclinación de Barack Obama en esta materia es la de desarmarnos a nosotros y dejar que los demás la tengan. Al tiempo.