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11/12/2007 | La CIA como arma de destrucción masiva

Rafael L. Bardají

Un amigo mío de Washington suele decir que sobre el mundo occidental pesan tres amenazas existenciales: Ben Laden, el Departamento de Estado y la CIA. Y que no está claro el orden. Pues bien: con la elaboración y publicación parcial de la Nueva Estimación de Inteligencia (NIE), la CIA, el verdadero motor de la comunidad de inteligencia americana, ha ganado muchos puntos para encaramarse al cajón más alto de ese podio tan particular.

 

"Estamos altamente convencidos de que Irán detuvo su programa de armas nucleares en otoño de 2003". Ante esta frase, que tanto daño ha causado, los esfuerzos por encontrar armas de destrucción masiva en el Irak de Sadam se tornan ahora ridículos: la verdadera ADM estaba bien cerca de la Casa Blanca; concretamente en Langley, a las afueras de Washington DC.

Al dar por detenido el programa iraní, la NIE ha acabado con muchas cosas. En primer lugar, con la línea seguida por George W. Bush de asfixiar al régimen de Teherán mediante una mayor presión política y unas sanciones más estrictas. Las palabras del entorno presidencial de que la NIE viene a demostrar la necesidad de mantener la presión sobre los ayatolás no son sino un vano esfuerzo por salvar los muebles: nos guste o no, a la Administración Bush le ha llegado la hora de poner fin a la retórica de la confrontación.

En segundo lugar, la NIE he desprovisto a la Casa Blanca del principal argumento para sacar adelante nuevas sanciones en el Consejo de Seguridad de la ONU. Si ya era difícil abrirse camino en tal terreno, ahora la balanza tenderá a favorecer a quienes defendían una línea más conciliatoria con Teherán. Muy pronto, los rusos liberarán el envío de material fisible para el reactor de Busher, sin que nadie pueda oponerse con firmeza.

En tercer lugar, la NIE se ha cargado el incipiente consenso intraeuropeo para lo relacionado con Irán. Mientras que Londres y París se habían mantenido unidos en la necesidad de seguir castigando económica, financiera y tecnológicamente al régimen de los ayatolás, Alemania, el país europeo con mayores relaciones comerciales con la República Islámica, no había mostrando tanto entusiasmo con la adopción de nuevas sanciones. Va a ser un juego diplomático harto difícil atraer a Berlín hacia una política de firmeza.

La NIE también afectará negativamente al proyecto de establecimiento de un escudo antimisiles en Polonia y Chequia. El objetivo de dicho escudo, como ha repetido incansablemente Washington, no era hacer frente al arsenal nuclear ruso, sino a amenazas cuantitativamente inferiores como... un misil iraní de largo alcance. Dado el coste político de la operación, sobre todo en términos de imagen pública, y la fricción que ha generado con Rusia, es más que dudoso que todo siga igual que antes de la aparición de la NIE. Lo mismo cabe decir del debate interno en la OTAN sobre la necesidad y urgencia de extender el sistema antimisiles táctico, para que abarque territorios y poblaciones europeas y, además, sea compatible con e integrable en el americano. Demasiado coste para tan poco retorno, según se desprende de la NIE.

¿Y qué decir del daño que se ha infligido a la imagen de un presidente, George W. Bush, incapaz de controlar su propia burocracia, que le ha dejado desnudo con un discurso duro que ya no se sostiene? ¿Qué pensaran sus nuevos y ardientes aliados, como por ejemplo Nicolas Sarkozy, que de la noche a la mañana se ha convertido en el estandarte de la política de sanciones? ¿Qué pensarán los países árabes que asistieron a regañadientes a la cumbre de Annapolis porque temían más a Irán que a Israel? ¿Y qué dirán los israelíes, que no comparten la evaluación de la inteligencia americana?

Para quienes creen a la CIA y a la NIE porque les viene bien en su estrategia de acoso y derribo de Bush, las cosas pintan de maravilla; y negro, muy negro, para quienes creen que la NIE está equivocada. Sólo los Estados Unidos podrían llegar a hacer algo contra el programa nuclear iraní, pero no parece que esta opción siga ya encima de la mesa. Así pues, Teherán acabará teniendo su bomba. Israel puede que no lo acepte, porque le va la existencia en ello, pero no sería descabellado pensar que otros países del Golfo intentaran buscar un rápido acomodo con los ayatolás. Esto último pondría fin a la política seguida por Occidente en la región durante décadas.

La NIE es una auténtica bomba política. No sólo por los daños que va a provocar y que ya ha provocado, sino porque se trata de un documento que sólo cobra sentido como recomendación política. La comunidad de inteligencia se está atribuyendo la competencia de dictar el curso deseable de la acción: ha dejado de servir al Gobierno para convertirse en motor de la política de éste. He aquí un salto que difícilmente se puede compartir, por mucho que nos resulte familiar en países como el nuestro.

Los opacos servicios de inteligencia, que son absolutamente irresponsables ante el público y operan con muy escasos controles, no pueden dejar de ser un instrumento en manos de aquellos a quienes la ciudadanía ha otorgado el poder. La inteligencia debe informar la decisión de los líderes políticos, no suplantar a éstos.

Pero es que, además, conviene tener presente que los servicios de inteligencia jamás poseen toda la verdad. De hecho, la CIA, tal vez la maquinaria de información y análisis más vasta del planeta, ha dado reiteradas pruebas de no enterarse de muchas cosas graves e importantes. Por ejemplo, no supo del programa atómico paquistaní hasta que Islamabad decidió detonar en cadena cinco de sus artefactos atómicos, en una prueba científica que fue a la vez una demostración de fuerza; tampoco supo del alcance, extensión y desarrollo del programa de armas de destrucción masiva de Libia; y para qué volver a sacar a colación el asunto de la armas de Sadam...

Desde que Washington y Teherán rompieron relaciones, en 1979, la inteligencia norteamericana ha estado lo que se dice sobrada de fuentes en Irán. De hecho, el Departamento de Estado llegó a desmantelar su sección iraní, que sólo en fechas recientes ha reconstituido. Durante todo este tiempo, han prevalecido los medios técnicos sobre los humanos. Así las cosas, ¿cómo puede la CIA sostener lo que sostiene con tanta firmeza?

Es poco probable, por no decir imposible, que haya conseguido infiltrar a uno de sus agentes en el programa nuclear clandestino de Irán. Más probable es que haya recurrido a los denominados walk-in, es decir, a desertores. Durante la Guerra Fría, ésta fue una práctica habitual para hacerse con información del bloque soviético. Pero no parece que el flujo de desertores del mundo árabo-musulmán sea muy elevado. En el sonrojante caso de Irak, la CIA estudió un centenar de informes, pero todos procedían de la misma fuente, un tal Curveball que contó una y otra vez lo que creía que los americanos querían escuchar.

Es de suponer que la CIA habrá sofisticado sus filtros, pero lo mismo no lo ha hecho. Por lo pronto, se le ha acusado de depender, de nuevo, de una sola fuente para elaborar la NIE. La CIA ha salido al paso de las críticas dando cuenta de un extenso programa de fuga de cerebros del programa nuclear iraní por el que nadie da un solo euro... De la CIA se dicen muchas cosas, de las que hay que creer la mitad. Y de las cosas que dice la propia CIA hay que creer menos de la mitad.

Lo peor de la NIE es su desfachatez. Todo el mundo ha prestado atención a lo que dice de la supuesta interrupción, en 2003, del programa nuclear clandestino iraní; pero nadie ha reparado en esa nota a pie de página, en la primera hoja, en que los autores se ven forzados a reconocer que están hablando exclusivamente del programa de armas nucleares, no del programa nuclear. Es decir, hablan de una cuestión que sólo ellos conocen (y que Irán ha negado sistemáticamente) y dejan al margen lo que está en discusión en el seno del Consejo de Seguridad: el enriquecimiento de uranio y la fabricación de plutonio. Los autores de la NIE son los únicos que no ven la conexión entre una y otra cosa. Es más, la NIE se mueve en un vacío absoluto, sin contexto ni referencias a otras actividades iraníes, como el avanzado desarrollo misilístico.

Lo importante, la NIE lo deja de lado. El mundo no ha estado sancionando a Irán por lo que se sospechaba que hacía clandestinamente, sino por lo que hace abiertamente. Irán no necesita enriquecer uranio a la escala en que lo quiere hacer, ni tiene derecho a ello, a tenor de las obligaciones internacionales que ha contraído. Lo que pretende, con sus miles de centrifugadoras, es producir el material fisible necesario para obtener armamento atómico. Y aquí reside el problema: Irán se ha negado y se niega a cualquier fórmula que le impida pasar de un programa exclusivamente civil a uno militar de la noche a la mañana.

Pero de eso la NIE no habla. Sólo habla, vaya usted a saber por qué, de que Teherán abandonó su programa militar atómico en 2003. Pero como no sabe muy bien las causas de ello, tampoco puede decir que las intenciones de los ayatolás hayan cambiado, o que no lo vayan a reactivar en el futuro. De lo que sí están seguros los redactores de la NIE (entre los cuales se cuentan, dicho sea de paso, tres acérrimos críticos de Bush) es de que Irán acabó con su bomba en otoño de 2003.

El ex embajador de EEUU ante la ONU John Bolton ha calificado la NIE de auténtico golpe de estado. Se trata, efectivamente, de palabras muy duras, pero que sirven para poner sobre el tapete la necesidad de reforzar el control sobre los servicios secretos, que siempre desean campar por sus respetos. Sea como fuere, lo más grave de todo este asunto es que la NIE ha dejado a los Estados Unidos, y a sus aliados, completamente desarmados frente a un Irán cada día más crecido.

Cuando esta NIE se revele tan equivocada como sus predecesoras, ya será demasiado tarde para poner freno a las ambiciones de los ayatolás. Y ese día llegará, por obra y gracia de la CIA, más pronto que tarde.

Publicado en el Suplemento Exteriores de Libertad Digital, el 11 de diciembre de 2007

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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