«Desconozco cuales son las cualificaciones de Caroline Kennedy. Excepto que es famosa por su nombre, como Jennifer López». El comentario sarcástico de Gary Ackerman, diputado demócrata por Nueva York, sirve como botón de muestra para las múltiples críticas y reacciones negativas que cosecha la «Princesa de Camelot» -la hija de JFK y Jackie- al anunciar esta semana su deseo de heredar el escaño de Hillary Clinton en el Senado, el mismo que su tío Bobby Kennedy ocupaba en 1968 cuando fue asesinado en las cocinas del hotel «Ambassador» de Los Ángeles.

Sin desmerecer mucho al embrollo delictivo de la compraventa del escaño de Barack Obama en Illinois, las inesperadas ambiciones políticas de Caroline han planteado un fascinante espectáculo de ambiciones y familias enfrentadas. Y es que este codiciado nombramiento de senador interino enfrenta a algunos de los grandes apellidos que han convertido la vida pública en una industria familiar.

Además de los Kennedy, la dinastía política de los Cuomo ha entrado en juego. Ya que Andrew Cuomo -hijo del famoso gobernador, ex ministro de Bill Clinton y ahora fiscal general del Estado de Nueva York- se consideraba hasta la irrupción de Caroline como el político con más posibilidades de ser agraciado con el «premio gordo». Con el morbo añadido de estar divorciado de una Kennedy, que esta misma semana confesaba en televisión lo extraño de la situación.

El tiempo se agota

Por supuesto, los Clinton se consideran por lo menos con derecho a opinar. La senadora por Nueva York ha avanzado que no piensa abandonar formalmente su escaño hasta que sea confirmada como secretaria de Estado, lo que da un cierto margen de tiempo para que el gobernador demócrata David Paterson, que accedió al puesto por las debilidades carnales de su antecesor, tome una decisión.

Bajo las regulaciones del Estado de Nueva York, el elegido tendrá que pasar por las urnas en 2010 para terminar los dos últimos años del mandato de Hillary y de nuevo en 2012 para obtener un mandato propio. Trajín electoral con una factura estimada en 70 millones de dólares; cifra, en principio, solamente al alcance de Caroline Kennedy, conectada con la élite de Park Avenue y respaldada por grandes figuras dentro y fuera del «establishment» del Partido Demócrata, desde su gravemente enfermo tío Ted hasta el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg.

El gobernador Paterson, que se enfrenta a un agujero de 15.000 millones de dólares en los presupuestos del Estado de Nueva York, está recibiendo toda clase de presiones para su decisión. Complicada además porque en 2010 él deberá pasar por las urnas para ser ratificado como gobernador tras la forzada dimisión de Eliot Spitzer.

Caroline Kennedy, siguiendo la pauta de Hillary, ha empezado ya una gira por todo el Estado para recabar apoyos y contrarrestar su falta de experiencia electoral, que no política. La heredera insiste en su pasión por «resolver problemas». Sin que tampoco estorbe su estrecha relación de confianza con Barack Obama, para quien logró el respaldo de los Kennedy durante la campaña.

Según ha recalcado Lee Miringoff, director del reputado Instituto de Opinión Público del Marist College, «como siempre decimos, la política en Nueva York es un baile completamente distinto. Aunque Chicago se está llevando los titulares, sigue siendo una historia secundaria comparada con Nueva York».