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01/08/2007 | Cristina F. Kirchner Aspirante a nueva Evita

Carmen de Carlos

Los Reyes y el matrimonio Kirchner se encontraban a orillas del glaciar Perito Moreno cuando los periodistas y los humoristas de la versión argentina de Caiga Quien Caiga comenzaron a gritarle a Doña Sofía: «¡Reina, Reina, por favor, unas palabras!». De oído fino, Cristina Fernández se dio media vuelta y preguntó: «¿Cuál reina, cuál de las dos?».

 

La anécdota pinta de cuerpo entero a la candidata a las elecciones presidenciales del 28 de octubre. Cristina Fernández de Kirchner, también conocida como CFK, siglas que identifican a «la mujer más poderosa de Argentina», según la califica la escritora Olga Wornat en su biografía autorizada, «Reina Cristina», está cerca de tocar el cielo con las manos. La «bruja», como la llama su marido en tono cariñoso o como se refieren a ella sus detractores, tiene la totalidad de los sondeos rendidos a sus pies. Pero el mismo mundo que hoy parece girar alrededor de su eje más de una vez le dio vueltas como una peonza.

Cristina Elisabet (sic) Fernández nació en un ambiente difícil, en La Plata, hace 54 años. Capital de la provincia de Buenos Aires, abrió los ojos por vez primera en la casa de una partera situada, ironías del destino, en la calle Eva Perón y fue inscrita, de nuevo otro guiño del azar, en el Registro del mismo nombre, en la sección número 2.

Durante varios años, hasta poco antes de cumplir los 9, vivió sin otra familia directa que no fuera su madre, Ofelia Esther Wilhelm. Su padre, Eduardo Fernández, conductor de autobuses de línea, se uniría a ellas un tiempo después, poco antes de que naciera la única hermana de CFK, Giselle, a la que Cristina saca once años.

Pasión por los bolsos y el fútbol

Sin temor a equivocarse, la abogado Cristina Fernández, confiesa a su biógrafa: «Yo saqué lo mejor de papá y de mamá». Entre las virtudes heredadas, destaca un temperamento fuerte por parte de madre y un fanatismo ilimitado por el club de fútbol Gimnasia y Esgrima. Entre las adquiridas con el tiempo, por voluntad propia y por capacidad de bolsillo, sobresale su debilidad por los bolsos y los zapatos. Generosa para actualizar su vestuario y atender los caprichos de sus hijos, Máximo y Florencia, le molesta la fama de tacaño que arrastra -al parecer con motivo- su marido y defiende a muerte su costumbre, «desde los quince», de pintarse «como una puerta».

Defensora a ultranza de la estética y amiga reciente -en mala hora- del botox, las formas es lo que más trabajo le ha costado guardar, pese a haber soñado en su infancia con ser bailarina. La pasión por la política, su afinidad con la guerrilla montonera, la superación de un mes de cárcel, los amigos desaparecidos durante la dictadura (1976-1983) y los enfrentamientos con el menemismo han hecho de esta mujer la versión argentina -al menos en las apariencias- de la dama de hierro, no Margareth Thatcher exactamente, pero sí la mujer de carácter a la que nada arredra.

Pero ningún trauma de los vividos supera al horror de un niño que nació muerto con varios meses de gestación: «No se lo deseo ni a mi peor enemigo», le juró a Wornat. Quizás ese recuerdo se le vino a la memoria cuando Joseph Contreras, periodista del semanario estadounidense «Newsweek», le preguntó su opinión sobre la despenalización del aborto: En contra, por una cuestión de convicciones profundas y porque era católica, le respondió.

Poder compartido

Con habilidad para moverse en el laxo tablero del peronismo, movimiento al que pertenece, como su marido, desde su juventud, Cristina Fernández de Kirchner es senadora por Buenos Aires, una provincia en la que no vive desde hace más de treinta años y a la que, en términos legislativos, no le ha dado «bolilla» (no le ha hecho ni caso) después de su arrollador triunfo en octubre del año 2005 (cuando ganó con más del 46 por ciento de los votos). Concentrada y aprovechada de su condición de mujer del jefe del Estado, «cogobierna» con él, desde que su marido ejerciera como Gobernador en Santa Cruz, cargo que ella ejerció, temporalmente, antes que el presidente. «Es la dama o la reina de un tablero de ajedrez en el que Néstor es el rey (...) Se definen como una sociedad política en la que él tiene la mayoría de las acciones», reflexiona el abogado Tito Plaza, amigo de la pareja y asesor de Cristina en 1997. Sin embargo, cuando a ella se le pregunta por cuestiones bastante más prosaicas y polémicas de la Administración, como los fondos provinciales que su marido depositó en el exterior -más de quinientos millones de dólares cuyo destino final, con intereses incluidos, es ambiguo-, se hace de nuevas: «De la plata no sé nada. De eso siempre se ocupó Kirchner», tal y como se refiere en público y en privado, a su marido.

Cristina, a secas, como se presenta en los carteles de campaña, está acostumbrada al ordeno y mando. Su voz, con tendencia a elevarse, y su voto, con peso infinito por «ser vos quien sos», se escucha con una mezcla de miedo y respeto en la «mesa chica», expresión que resume la participación de unos pocos -que se pueden contar con los dedos de una mano- en las decisiones de Gobierno.

Admiradora de Napoleón, CFK ha demostrado que no le tiembla el pulso a la hora de levantar el teléfono para quejarse de una crónica o para pedir el despido de un periodista que no es de su agrado. Acostumbra, cuando el tiempo se lo permite, a desayunar en la cama con su marido y leen juntos la prensa. En ese momento, entre el té y las frutas, es cuando se le atragantan las noticias y se lleva los mayores berrinches. Su estilo autoritario, sin piedad con las torpezas o errores de sus subordinados, la han hecho a menudo blanco de acusaciones de déspota y soberbia, aunque todos coinciden en que va de frente y no actúa a traición.

Difícil trabajar con ella, está acostumbrada a los portazos -propios y ajenos-, a que sus colaboradores salgan en estampida directos hacia el diván -que ella también frecuenta por su presunta condición de «bipolar»- y a que las discusiones con su marido se trasformen en un «remake» criollo de «La guerra de los Rose». Pero, a diferencia del cine, uno de sus entretenimientos favoritos junto a la lectura y la música, el final de su película con Kirchner siempre es feliz.

Desde hace cuatro años, tiempo que Carlos Néstor Kirchner lleva en el poder, nadie se atreve a toserla, pero no siempre fue así. Durante el segundo Gobierno de Carlos Menem (1995-1999) protagonizaba auténticas batallas dialécticas en el Congreso con sus compañeros peronistas. Rebelde con causa, sus intervenciones sacaban de quicio al peronismo neoliberal que gobernaba en ese momento, pero hacía las delicias de la oposición.

Con la cabeza bien amueblada para diseñar discursos -incluidos algunos de su marido- y agilidad mental de sobra para exprimir hasta el último segundo el turno de réplicas, los hombres del PJ (Partido Justicialista), sus compañeros, no pudieron con ella. Incapaces de someterla a la disciplina del partido optaron, con el beneplácito de las otras legisladoras, por expulsarla en 1997 del bloque del Senado. Paradojas de la historia, los dos motivos que provocaron su intempestiva salida del bloque hoy parecen repetirse, pero. ya no suponen un obstáculo para la senadora que disfruta del poder.

En aquel año la mujer indomable se resistía a modificar la ley del Consejo de la Magistratura -equivalente al Consejo General del Poder Judicial español- y a secundar la posición del Gobierno de Carlos Menem en un caso de tráfico de armas a Ecuador y Croacia. Entre sus argumentos, puso sobre la mesa principios democráticos que hoy parece haber olvidado. Bajo el Gobierno de su marido y con ella al frente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, hace unos meses dio luz verde a una ley muy similar a la que se opuso entonces para el Consejo de la Magistratura. En virtud de la misma, el Ejecutivo tiene la llave para destituir y nombrar jueces. Casualmente, este organismo es el que suspendió, en tiempo record, de sus funciones -la semana pasada- al juez Guillermo Tiscornia que, otra ironía de la historia, había imputado veinticuatro horas antes a Nilda Garré, la ministra de Defensa, en una causa de. contrabando de material bélico.

Quién te ha visto y quíen te ve

Inasequible al desaliento para denunciar la corrupción de la etapa de Carlos Menem, Cristina se ha quedado muda en el caso de la ex ministra de Economía, Felisa Miceli, obligada a dimitir tras descubrirse una bolsa con miles de dólares en el baño de su despacho del ministerio. Sin pronunciar palabra frente a los viajes en jet privado de Romina Picolotti, la secretaria de Medio Ambiente y sus gastos y contrataciones sin límite, Cristina Fernández actúa hoy más como la mujer de Kirchner que como la senadora que un día fue incorruptible. Quién te ha visto y quién te ve, podrían pensar algunos.

«Nunca te insulta, pero hiere hasta el hueso (.) Golpea en el lugar exacto. Muchos diputados le tenían pánico». Recuerdo del pasado, hoy lejano, del gobernador de Chubut, Mario Das Neves, Cristina daba y cobraba en sus buenos tiempos. En aquellos años se convirtió en blanco favorito de sus colegas, sin distinción de sexo. También sin distinción de sexo, tenía -y tiene- tendencia a mirar por encima del hombro «a los mediocres o los que considera menos que ella», reflexiona Tito Plaza. «Las mujeres que tenemos pensamiento propio no somos inteligentes, somos hijas de puta, brujas, malditas, locas, inmanejables. Esa es la desvaloración permanente de la mujer», se defiende ella.

Obsesiva en el cuidado de su aspecto, amante de las joyas, el rímel a pegotes y las marcas, para verla bajar la cabeza tiene que haber violencia de por medio. En público únicamente se registró esa imagen en vísperas de las elecciones de 2003: la provincia de Catamarca la recibió con una lluvia de huevos como gesto de desprecio. El hombre que mantenía el control remoto de la operación era otro peronista, el sindicalista Luis Barrionuevo, hoy declarado «kirchnerista».

En privado, no hay registro conocido de claudicación. Los treinta días de cautiverio que permaneció en Santa Cruz los pasó, según sus palabras, animando a las otras presas, todas comunes: «No llorés, hacé como yo, hacé gimnasia y cantá y vas a ver que te sentís mejor», les decía la futura abogada, detenida por opositora junto a su marido el día de Reyes de 1976.

Provincia más cerca del fin del mundo que de Buenos Aires, el feudo de los Kirchner es de los pocos que no registra detenidos desaparecidos ni ejecutados durante la última dictadura militar (1976-1983). Pero eso se sabe ahora. Entonces, el matrimonio seguía una máxima que hoy todavía mantiene y Cristina defiende: «La política no es una actividad social, ni un «hobby» o una profesión, es mi forma de vida (.) La lucha política es la lucha por el poder».

«Vos estás completamente loco». Hasta Alex, el bóxer del matrimonio, debió de oír la exclamación de Cristina cuando su marido le planteó disputar la presidencia en el año 2003. «Jamás creí que podía ser presidente», le confesaría después a Olga Wornat. Han bastado cuatro años para que la primera dama -se hace llamar primera ciudadana-, la senadora, la candidata designada por su marido, se dé cuenta de que puede llegar más lejos que nadie: ser la única presidente de la historia Argentina elegida en las urnas. A fin de cuentas, es su turno y él siempre se inclinó por ella.

Con todos los sondeos a su favor, Cristina Fernández ha aprovechado su reciente visita a España para dar un cierto lustre internacional a su candidatura. Preparado el viaje por todo lo alto -fue recibida por el Rey Don Juan Carlos, por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y por el líder de la oposición, Mariano Rajoy, entre otros-, Cristina, sin embargo, no pudo evitar la controversia en esta visita que, como tantos otros episodios de su vida, también ha pasado como un ciclón. Ya empezó por unas sorprendentes declaraciones, en las que, para intentar ilustrar que no estamos en los tiempos de las ideologías, afirmó que en el siglo XX había unas certezas que ya no existen, porque «a unos se les cayó el Muro de Berlín y a otros, que habían imaginado el mundo perfecto, se les cayeron (sic) las Torres Gemelas». Un poco fuerte lo de comparar la caída del comunismo con el 11-S. Sin que faltara tampoco la controversia económica cuando, en un encuentro con empresarios españoles, éstos reanudaran sus críticas por lo que consideran que siguen siendo obstáculos a su actuación.

El poder en casa

Por su fuerte presencia bajo los focos de la atención pública y su innegable mando en plaza, es inevitable que aparezca el fantasma de Evita Perón. La pareja Kirchner ha tenido siempre buen cuidado de distanciarse de la liturgia de los Perón. A Cristina Fernández con quien le gusta compararse de verdad es con Hillary Clinton que, como ella, aspira a tomar el testigo de su marido y a mantener el Gobierno en casa tras ser revalidada en las urnas.

Pero su paso por España también le ha servido para evocar la figura de Evita Perón que, al fin y al cabo, más que una mujer es uno de esos mitos que -para bien o para mal- dan identidad a Argentina. Cristina negó parecerse a «esa mujer única, irrepetible». Pero confesó su admiración por la Evita de los «descamisados» que ante ella se presentaba también como la «Evita hada» de su niñez. «Un hada junto a los obreros».

«La recuerdo flamígera, anunciando batallas en nombre del pueblo y para el pueblo, una Evita a la que luego sobrevivieron silencios y la larga noche de la dictadura», según afirmó en un encendido discurso en homenaje a aquella mítica mujer en el 55 aniversario de su muerte. Cristina insiste en que tiene ideas propias, monta en cólera cuando se la identifica al cien por ciento con su marido y tampoco quiere parecer la reencarnación posmoderna de Evita. Pero el mito, el viaje a España, la oratoria encendida, la presencia en los medios crean esa fugaz sensación de deslumbramiento en torno a su figura que tan oportuna es para ocultar sus defectos... que también los tiene.

ABC (España)

 


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