Es bien sabido a estas alturas que el historial político de Andrés Manuel López Obrador es el de un agitador popular que emplea a las masas para alcanzar los objetivos que no puede lograr sólo con el respaldo de las urnas. Con esos precedentes y con una elección cuyo recuento provisional apenas da una ventaja de un punto porcentual al conservador Felipe Calderón no son pocos los que, con razón, temen ver desórdenes muy pronto.

 

López Obrador es un animal político con el instinto suficiente como para saber que sería un gesto excesivamente burdo el no aceptar los resultados y lanzar sus masas a la calle a disputar la legitimidad de la victoria panista. Eso le pondría en una situación política insostenible fuera de su país.

 

Pero el notable músculo electoral que ha desplegado su Partido de la Revolución Democrática -músculo probablemente más fibroso que el del Partido de Acción Nacional- le pone en situación de fomentar desórdenes en cuanto el Gobierno de Calderón promueva las reformas que México necesita. Reformas que Fox no se atrevió a realizar, malgastando así su sexenio.

 

Concurre, además, el factor Chávez. El coronel venezolano es un conocido entusiasta de López Obrador. Consciente de que su aparición en campañas políticas de otros países no siempre es un motivo de auge para sus patrocinados -Bolivia tiene un contexto muy distinto de Perú o México, como se ha demostrado en las urnas- Chávez se ha mantenido alejado físicamente de esta contienda. Mas a nadie se le oculta que sus modos y proyectos son los de López Obrador.

 

Como quiera que ya en el pasado Chávez y sus patrocinados -como Evo Morales- han demostrado que consideran positivo contestar la legitimidad democrática desde la calle, no parece aventurado imaginar que el repliegue de López Obrador sea sólo táctico.

 

El candidato del PRD ha liderado las encuestas durante años, mientras que Calderón irrumpió tarde en la contienda y su ascenso ha sido al final de la campaña porque no tuvo tiempo de darse a conocer antes. El peligro ahora es que López Obrador no reconozca el limpio resultado de las urnas que reflejan la voluntad de los mexicanos y quiera emboscarse para tender una trampa y expulsar del poder a ese «oligarca».

 

No en vano, Andrés Manuel López Obrador no se ha cansado de repetir a lo largo de la campaña que ésta era una carrera entre «ricos» y «oprimidos». Y todos sabemos que cuando alguien escoge definirse como «oprimido» es porque ve en ello una legitimidad para quedarse con los bienes del «rico»