Un regusto amargo recorre la espina dorsal de la América ultraconservadora, que ha descendido hasta Nashville para saborear los posos del Tea Party: la sublevación populista anti Obama que tuvo su punto de ebullición hace tres semanas y que no ha sabido destilar su propio éxito.

Sarah Palin hablará hoy de la revolución en ciernes, pero lo cierto es que se ha quedado casi sola bajo los nubarrones, flanqueada por el iracundo ex congresista Tom Tancredo, que arremetió contra el presidente y contra los inmigrantes: «La gente que no sabe cómo se escribe o se pronuncia en inglés la palabra 'votar' ha puesto en la Casa Blanca a un ideólogo socialista: su nombre es Barack Hussein Obama».

Los 600 asistentes a la primera convención del Tea Party en Nashville aplaudieron sin excesivo entusiasmo a Tancredo, como si se reservaran para la Palin.

El pistoletazo de salida lo dio en febrero del 2009 el periodista de la NBC Rick Santelli, con su proclama contra la política económica de Obama. Recogió el testigo el charlatán de Fox News Glenn Beck, apoyado en el brazo del ex congresista Dick Armey, que sacó a las huestes de FreedomWorks en los mítines contra la reforma sanitaria. Agitaron la cosa en internet los blogeros Erick Erickson (RedState.com) y Keli Carender (Liberty Bell).

Desde entonces, más de 3.200 portales revindican en internet la autenticidad del Tea Party, y cinco organizaciones se disputan el nombre en la Comisión Federal Electoral.

Los partidarios del té (herederos del espíritu del Boston Tea Party en 1773 que fue el detonante de la revolución americana) tienen en común su adversión hacia los impuestos, su desdén por el Gobierno y el sentimiento patriótico. Unos le pintan el bigote de Hitler a Obama y cuestionan la auténtica nacionalidad del presidente. Otros reinvindican su derecho a llevar armas y predican la ruptura con el sistema, incluido el Partido Republicano.

Tras su demostración de fuerza en septiembre, en el mall de Washington, dieron la primera campanada electoral en noviembre y se tomaron la revancha final el 19 de enero, cuando el conservador Scott Brown se adjudicó el escaño de Ted Kennedy en Massachusetts.

«La falta de un líder ha sido una de las claves del éxito de este movimiento populista», asegura John O'Hara, autor de A New American Party. «Hemos querido evitar el culto a la personalidad que llevó a la elección de Obama». La vuelta al ruedo de Sarah Palin y el mano a mano entre las congresistas Michele Bachmann y Marsha Blackburn (las otras dos musas del movimiento) han degenerado en una guerra de egos que está dinamitando desde dentro el etéreo Tea Party Movement.

«No hagas caso de la prensa liberal», advierte Lisa Telleman, 57 años, militante del Tea Party de Memphis. «Estamos vivos y bien vivos. Y vamos a apurar la taza de té hasta que echemos al inquilino anti americano de la Casa Blanca».

Esperando ansiosamente a Sarah

En la galaxia ultraconservadora, Sarah Palin sigue brillando como la más rutilante estrella, a 100.000 dólares la aparición. La cotización a la que ha llegado Palin y los 549 dólares de entrada son dos de las razones de las sonoras ausencias en el 'cónclave' del té.

Las congresistas Michele Bachmann y Marsha Blackburn declinaron la invitación a última hora por sus dudas sobre el destino de los fondos recaudados por el fundador de Tea Party Nation, Judson Phillips. Sarah Palin reiteró, sin embargo, su compromiso y aseguró que el dinero que reciba «será destinado a la causa» y no a sus «ganancias personales».

«Este movimiento es sobre el poder del pueblo y de los activistas de base cuyos valores demandan un Gobierno responsable», declaró Palin antes de su actuación de esta noche. «Este acontecimiento va más allá de la política; lo que está en juego es el alma de este bendito país».