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16/12/2007 | La venganza de las finanzas

NYTimes Staff

La crisis financiera que empezó a finales del verano (boreal), y después se tomó unas breves vacaciones en setiembre y octubre, está de regreso con una venganza.

 

¿Qué tan grave es? Bueno, nunca había visto financieros internos tan asustados, ni siquiera durante la crisis asiática de 1997 y 1998, cuando las fichas del dominó económico parecían estarse cayendo en todo el mundo. Esta vez, los jugadores del mercado parecen verdaderamente aterrados, porque de pronto se han dado cuenta de que no comprenden el complejo sistema financiero que crearon. No obstante, antes de llegar a eso, hablemos sobre lo que está sucediendo en este momento.

El crédito -préstamos entre jugadores del mercado- es a los mercados financieros lo que el aceite para los motores de los coches. La capacidad para recaudar efectivo con poca anticipación, que es lo que la gente quiere decir cuando habla de “liquidez”, es un lubricante esencial para los mercados, y para la economía en su conjunto. Sin embargo, la liquidez se ha estado secando. Algunos mercados crediticios han cerrado efectivamente el negocio. Las tasas de interés en otros mercados -como el de Londres, en el que los bancos se prestan unos a otros- se han elevado aun cuando han bajado drásticamente las de la deuda del gobierno estadounidense, que aún se considera segura.

“De lo que somos testigos”, dice Bill Gross de Pimco que maneja certificados de inversión, “es esencialmente la descomposición de nuestro sistema bancario moderno, un complejo de préstamos apalancados tan difícil de entender que el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke solicitó un curso de actualización en persona a los administradores de fondos de inversiones libres a mediados de agosto”.

El congelamiento de los mercados financieros conducirá, si se prolonga mucho más, a una reducción severa en los préstamos totales, lo que causará que la inversión empresarial se vaya por el camino de la construcción de vivienda, y eso significará una recesión, quizá una terrible.

Detrás de la desaparición de la liquidez yace el colapso de la confianza: los jugadores del mercado no quieren prestarse unos a otros porque no están seguros de que se les pagará. En un sentido directo, este colapso de confianza fue provocado porque se reventó la burbuja de la vivienda. El aumento sustancial en los precios de las casas no tuvo lógica ni razón alguna, pero de alguna forma, los mercados financieros aceptaron los precios locos como lo que ahora era normal. Y cuando se rompió la burbuja, un montón de inversiones etiquetadas como AAA resultaron ser basura.

Por tanto, los reclamos “súper séniores” contra las hipotecas de alto riesgo -es decir, las inversiones que reclaman primero cualquier pago de la hipoteca que haga el prestatario, y por lo tanto se suponía que amortizaría totalmente aun si una fracción considerable de éstos dejaba de pagar su deuda- que han perdido una tercera parte de su valor en el mercado desde julio.

Sin embargo, lo que de verdad ha minado la confianza ha sido el hecho de que nadie sabe dónde está enterrado el desperdicio tóxico financiero. Se suponía que Citigroup no debería haber tenido decenas de miles de millones de dólares en exposición de alto riesgo; sí los tenía. Se suponía que el Local Government Investment Pool de Florida, que funge como un banco para los distritos escolares del Estado, no tenía riesgos; sí los tenía (y ahora las escuelas no tienen dinero para pagar a los maestros).

¿Cómo fue que las cosas se pusieron tan sombrías? La respuesta es “innovación financiera”, dos palabras que, a partir de ahora, deberían meter miedo en el corazón de los inversionistas. Está bien, para ser justos, ciertos tipos de innovaciones financieras son buenas. Sin embargo, las innovaciones de los últimos años -la sopa de letras de los CDO, SIV, RMBS Y ABCP- se vendieron bajo pretensiones falsas. Se promovieron como formas de ampliar el riesgo con lo que se hacían más seguras las inversiones. Lo que hicieron en cambio -aparte de hacer que sus creadores ganaran muchísimo dinero, que no tuvieron que regresar cuando todo explotó- fue ampliar la confusión engañando inversionistas para que asumieran mayores riesgos de los que creían.

¿Por qué se permitió que esto sucediera? A un nivel profundo, creo que el problema es ideológico: quienes formulan las políticas, comprometidos con la concepción de que el mercado siempre está en lo correcto, simplemente hicieron caso omiso de los signos de advertencia. Sabemos, en particular, que Alan Greenspan hizo a un lado las advertencias en cuanto a una crisis potencial de los préstamos hipotecarios de alto riesgo. Y la ortodoxia del libre mercado nunca muere. Apenas hace unas semanas, Henry Paulson, el secretario del Tesoro, admitió que la innovación financiera se adelantó a las regulaciones, pero agregó: “Sin embargo, no creo que hubiéramos querido que fuera al revés”.

Ahora, la nueva propuesta de Paulson para ayudar los prestatarios a renegociar los pagos de su hipoteca y evitar las ejecuciones hipotecarias en principio suena como una buena idea. No obstante, en forma realista, no será más que una pequeña mella en el problema de los préstamos de alto riesgo.

La esencia de todo es que los diseñadores de las políticas dejaron libre la industria de las finanzas para que hiciera innovaciones, y lo que hizo fue innovarse a sí misma, y al resto de nosotros nos dejó en un caos enorme y desagradable.

Los Andes (Argentina)

 



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