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21/11/2007 | Calentamiento global, nueva religión laica

Milenio Staff

En Al Qaeda y lo que significa ser moderno (Paidós 2004), John Gray hace un recuento de la influencia positivista, desde Comte, en el surgimiento de lo que llama las religiones laicas, como el marxismo y el neoliberalismo, entre otras, pero incurre en la tentación de asomarse a una tercera y reivindicarla: la lucha contra el cambio climático, fenómeno que atribuye sin matices al hombre, “porque el calentamiento global es un subproducto de la industrialización mundial”.

 

Así, el análisis prospectivo para entender la lejanía que existe entre el grupo comandado por Bin Laden y un simple conglomerado de islamistas primitivos comienza derrumbando mitos de globalidad indudable, pero efectividad por lo menos cuestionable. De los totalitarismos socialistas a los adoradores del capitalismo salvaje, todos envueltos en rituales e irreductibles posiciones, para caer más adelante, el autor, a los pies de la nueva religión laica: la lucha contra el cambio climático.

Su pronóstico de guerras y hambrunas a partir de todos esos movimientos, con el crecimiento desmedido de la humanidad, lo defiende con una tesis que Robert Kaplan expone en Warrior Politics: “Malthus, el primer filósofo en centrarse en los efectos políticos de los suelos pobres, la hambruna y la calidad de vida de los indigentes, resulta irritante poque ha definido el debate más importante de la primera mitad del siglo XX. En los años venideros, conforme la población humana vaya pasando de 6 mil millones a 10 mil, el medio ambiente planetario se verá sometido a una prueba más dura que ninguna otra. Con mil millones de personas abocadas a la hambruna y a la violencia crónica entre los pobres, la palabra malthusiano se escuchará con frecuencia”.

Malthus, dice John Gray, enunció una verdad prohibida: “Al igual que otros animales, los humanos pueden desbordar la capacidad productiva de su entorno. Cuando esto sucede, la hambruna, las plagas o la guerra reducirán su número”. Todo este discurso, empero, encaja más en la propagación del sida, por ejemplo, que en los cambios del clima. Es decir, la peculiar teoría de que el VIH es un mecanismo natural para controlar la explosión demográfica y defenderse del perpetuo apuñalamiento, dicho con Jim Morrison, que ha sufrido la Tierra en un costado del amanecer.

El cambio climático es inevitable, con mano o sin mano del hombre. Los dinosaurios dominaron la Tierra más de 160 millones de años, y la ciencia dice que un meteorito que cayó en lo que ahora es Yucatán, el cráter Chixchulub, originó la masiva extinción. Pero sin meteoritos ni mano del hombre ha habido una serie de extinciones y cambios climáticos. La unión de todos los continentes en una sola masa rocosa, la Pangea, es un hecho confirmado por la ciencia, como las etapas geológicas. Las eras de hielo aportaron a la desaparición de múltiples especies.

El hombre, con antecesores si acaso de 6 millones de años de antigüedad, ha puesto su empeño en la materia. La deforestación, el arrasamiento de hábitats y la caza para comer o por deporte son hechos incuestionables. Pero el planeta ha pasado por múltiples procesos, por pruebas de fuego y hielo, desde que era un supercontinente rodeado por un solo gran mar, Tetis. Ya los ha superado. Se ha reinventado. Esta vez le corresponde lidiar con el Homo sapiens. Y seguro va a ganar.

¿Que se deben cuidar los recursos naturales, sobre todo los no renovables? Sin duda. ¿Que es imperativo ahorrar agua? También. Pero abrazar la religión laica de la lucha contra el cambio climático parece más una tendencia militante, como la de los altermundistas o los globalifóbicos, o una oportunista y conveniente actitud política (cuando se acude al nuevo evangelio para explicar toda pifia o corrupción personal), que un desinteresado desafío con el mercadotécnico lema del Hard Rock Café: Save the planet.

Milenio (Mexico)

 



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