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17/10/2007 | ‘Putinochet’

Jean Meyer

Perdón, estimados lectores, el juego de palabras no es muy elegante, pero no es mío, lo encontré en la prensa rusa, y es que para los rusos el nombre de Pinochet no despierta emociones como entre nosotros, sino evoca el orden y el progreso, el cirujano de hierro que salva al país del caos y a la economía de la ruina.

 

Vladimir Putin llegó al poder supremo de manera inesperada, hace ocho años; lanzado al puesto de primer ministro por la segunda guerra de Chechenia, sucesor-sorpresa de Boris Yeltsin el 31 de diciembre de 1999, ganó fácilmente las presidenciales en marzo de 2000 y su reelección fue triunfal en 2004. Ahora que termina su segundo mandato, no es prematuro poner en vilo sus ocho años de gobierno.

Vaslav Havel, ex presidente-filósofo de la República Checa, comentaba en 2005 que “Rusia no sabe exactamente dónde empieza, ni dónde termina. En la historia, Rusia se extendió y se redujo; cuando convengamos tranquilamente dónde termina la Unión Europea y dónde empieza la Federación de Rusia, entonces la mitad de las tensiones entre las dos desaparecerá. De hecho la línea de fractura pasa a lo largo de Ucrania. Ucrania parece inclinarse hoy hacia el mundo euro-atlántico, no creo que los occidentales hayan captado la importancia de su ‘revolución Naranja’. Vladimir Putin, sí”. Y aunque ustedes no lo crean y piensen que Ucrania no nos importa, la posible y no muy lejana guerra del gas entre Moscú y Kiev, nos afectaría directamente porque definirá el precio mundial del gas, del gas que importamos.

Putin tomó el relevo de Yeltsin hace ocho años y el mundo se sigue preguntando: ¿estableció un sistema político fuerte, eficiente, duradero o bien su autoritarismo está tocando sus límites, al no ser posible una segunda e inmediata reelección? Los rusos se hacen la misma pregunta y por eso la mayoría soñaba con una reforma de la constitución que hubiera permitido a Putin perpetuarse en el poder. Otra vez Pinochet.

Es un lugar común decir que el autoritarismo burocrático, moderadamente represivo pero siempre policiaco, corresponde al contexto ruso, a una sociedad que ha conocido siempre la mano dura; lugar común también, repetir que los hidrocarburos contribuirán para rato a esa estabilidad y a una aparente prosperidad.

Es cierto que la instalación del busto de bronce de Félix de Hierro (Dzerzhinski, el fundador de la Cheka en tiempos de Lenin, matriz del NKVD, KGB y actual FSB) en la Secretaría de Gobernación es todo un símbolo; simbólica también, la digestión de 70 años de sovietismo por la conciencia histórica oficial: en los libros de texto oficiales de historia no hay un solo remordimiento; todo se justifica por las necesidades del Estado y de la defensa nacional, se exalta a los grandes zares autoritarios, Pedro el Grande, Alejandro III, Lenin y Stalin. Liubé, el grupo pop que aparece frecuentemente al lado del presidente Putin y es muy querido por la juventud, canta sin pestañear: “Devuélvanos la tierra de Alaska, es nuestra patria”. Hay que saber que Rusia vendió Alaska a Estados Unidos en 1867. Uno de sus CD recientes se llama Rusia y en la portada figura un mapa del inmenso imperio de 1866. Según el famoso cineasta Niñita Mijalkov, incondicional del presidente, Liubé es para los rusos lo que los Beatles para los ingleses.

Entre la población, la opinión mayoritaria es que el régimen soviético no era tan malo; hubiera sido suficiente corregirlo un poco, pero unos tontos lo arruinaron todo. Vladimir Vladimirovich ha realizado el sueño popular al reconstruir un Estado fuerte y modernizado. Acabó con la enfermedad que arruinó la URSS, a saber la economía planificada. Hace varios años que la economía crece y, si bien el PNB ruso alcanza apenas la tercera parte del PNB de China y se sitúa al nivel de Bélgica o México, las cosas pueden cambiar con el creciente flujo de inversiones extranjeras. Además el alza de los hidrocarburos surge justo cuando petróleo y gas son “nuestros” de nuevo, gracias al presidente Putin que los quitó a los “oligarcas” y ha devuelto “Rusia a los rusos”. Ya no Pinochet, sino Lázaro Cárdenas.

Por lo mismo los rusos se preguntan con inquietud: ¿Qué pasará después de marzo del 2008? cuando Putin dejará la Presidencia… Últimamente ha mencionado la posibilidad de transformarse en primer ministro de un presidente que bien podría ser su actual primer ministro, un hombre desconocido hasta su nombramiento reciente, aparentemente gris y sin ambición, muy cercano y leal a Vladimir Vladimirovich. Entre las múltiples especulaciones, señalaré algunas: Putin podría ser el director de Gazprom, el Pemex ruso, o director de los servicios de seguridad; en todos los casos volvería a presentarse a las elecciones presidenciales de 2012. Una última hipótesis: el próximo presidente reformaría inmediatamente la constitución para permitir la reelección permanente (como en Francia), luego renunciaría y Putin triunfaría en las nuevas elecciones. Ya no Pinochet sino Porfirio Díaz.

Porfirio Díaz lo logró después de dejar un turno a su amigo Manuel González, pero Álvaro Obregón, si bien parecía haberlo logrado, fue asesinado por José de León Toral. En cuanto a confiar en los amigos o en los servidores aparentemente grises y leales, para calentar la silla y devolverla, ahí está la historia del jefe máximo nuestro, Plutarco Elías Calles, y del presidente Lázaro Cárdenas quien, en 1935, unos meses después de la toma de posesión, defenestró a su “patrón”. Aparentemente el presidente Putin está buscando una solución infalible al arduo problema de la vuelta al poder, de conservar el poder real, hasta poder recuperar el poder formal. Por eso los rusos, en su mayoría, hubieran preferido una reforma constitucional y la vinieron pidiendo desde 2004.

Una minoría no piensa así y dice como aquel joven preparatoriano: “Tengo un mal presentimiento, siento que una fuerza oscura, indescriptible, está tomando el poder; no tiene nombre, no es una persona, pero decir la verdad es peligroso otra vez. Pero al mismo tiempo no veo cómo un país como Rusia podría sobrevivir sin un poder fuerte. Estaba cayendo a pedazos en los 1990 y Putin juntó de nuevo las piezas”.

jean.meyer@cide.edu  

Profesor investigador del CIDE

El Universal (Mexico)

 


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