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Excelsior (Mexico)

 

10/09/2007 | China- El éxito que mata y su desarrollo

NYTimes Staff

Ser potencia mundial hace que este país viva bajo una extensa nube de dióxido de carbono; sólo uno por ciento de los 560 millones de habitantes urbanos respira aire considerado seguro

 

Ningún país en la historia ha surgido como una gran potencia industrial sin dejar un legado de daños ecológicos que puede tardar décadas y grandes gastos de dinero público en ser anulado.

Sin embargo, tal como la rapidez y la escala del ascenso de China como potencia económica no tienen ningún paralelo claro en la historia, su problema de contaminación ha desbaratado todos los precedentes. La degradación ecológica es hoy tan grave, con repercusiones nacionales e internacionales tan sombrías, la contaminación representa no solamente una enorme carga a largo plazo para el público chino, sino también un fuerte desafío político para el gobernante Partido Comunista. Y no está claro que China pueda controlar su propio crecimiento económico.

La salud pública se tambalea. La contaminación ha vuelto al cáncer la principal causa de mortandad, según el Ministerio de Salud. La contaminación del aire por sí sola es culpada por cientos de miles de muertes cada año.

Casi 500 millones de personas no tienen acceso a agua potable segura.

Con frecuencia, las ciudades chinas parecen envueltas en un tóxico manto gris. Solamente uno por ciento de los 560 millones de habitantes respiran aire considerado seguro por la Unión Europea. Pekín busca frenéticamente una fórmula mágica, una deus ex machina meteorológica, para limpiar sus cielos para los Juegos Olímpicos de 2008.

Las preocupaciones ambientales que podrían ser consideradas catastróficas en algunos países pueden parecer algo común en China: ciudades industriales donde la población rara vez ve el sol, niños muertos o enfermos por intoxicación con plomo y otros tipos de contaminación local, una costa tan anegada de mareas rojas de algas que grandes secciones del océano ya no sustentan vida marina.

China se asfixia en su propio éxito. La economía vive una racha histórica, con una sucesión de índices de crecimientos de dos dígitos. Pero el crecimiento se deriva, hoy más que en ningún momento en el pasado reciente, de una asombrosa expansión de la industria pesada y urbanización que requieren de colosales cantidades de energía, casi todas provenientes del carbón, la fuente más fácilmente disponible y la más sucia.

"Es una situación muy complicada para el país, debido a que nuestro mayor logro es también nuestra mayor carga", afirma Wang Jinnan, uno de los principales investigadores ambientales del país. "Existe una presión en favor del cambio, pero muchas personas se niegan a aceptar que necesitamos un nuevo enfoque tan pronto".

El problema de China se ha vuelto el problema del mundo. El dióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno arrojados por las plantas de energía de ese país, alimentadas con carbón, caen como lluvia ácida en Seúl, Corea del Sur, y en Tokio. Gran parte de la contaminación en partículas sobre los Los Ángeles se origina en ese país, según la Revista de Investigación Geofísica.

Aún más acuciante es el hecho de que China ha entrado en la etapa más robusta de su revolución industrial, a pesar de que gran parte del mundo exterior se preocupa por el calentamiento global.

Los expertos creyeron alguna vez que China podría superar a Estados Unidos como el mayor productor de gases de invernadero del mundo para el año 2010, y posiblemente después. Ahora, la Agencia Internacional de Energía ha indicado que podría convertirse en el líder de emisiones para fin de este año, y la Agencia de Evaluación Ambiental de Holanda afirmó que ya ha superado esa marca.

Para el Partido Comunista, el cálculo político es desalentador. Frenar el crecimiento económico para aliviar la contaminación podría parecer lógico, pero el sistema autoritario del país es adicto al crecimiento rápido.

Generar prosperidad calma al público, provee beneficios para funcionarios bien relacionados y previene las demandas de un cambio político. Una gran desaceleración podría incitar al descontento social, distanciar a los intereses comerciales y amenazan el gobierno del partido.

Sin embargo, la contaminación conlleva su propia amenaza. Las autoridades culpan al aire y el agua fétidos de miles de episodios de descontento social. Los costos de servicios médicos han aumentado notablemente. La severa escasez de agua podría convertir más tierras agrícolas en desierto. Y la expansión no restringida de industrias que hacen un uso intensivo de la energía crea una mayor dependencia en el petróleo importado y en el sucio carbón, lo que significa que los problemas ecológicos se vuelven más difíciles y costosos de resolver mientras más pase el tiempo sin que sean resueltos.

Los dirigentes de China reconocen que el país debe cambiar de rumbo.

Prometen modernizar la filosofía del crecimiento es primero de la época de Deng Xiaoping, y adoptar un nuevo modelo que permita un desarrollo constante al tiempo que proteja la ecología. En un importante discurso pronunciado este año, el primer ministro Wen Jiabao se refirió 48 veces al "ambiente", la "contaminación" o la "protección ambiental".

El gobierno tiene metas numéricas para reducir las emisiones y conservar la energía. Los subsidios a la exportación para las industrias contaminantes han sido reducidos en forma gradual. Se han iniciado diversas campañas para cerrar minas de carbón ilegales y clausurar algunas fábricas muy contaminantes. Hay en proceso grandes iniciativas para desarrollar fuentes de energía limpia como la solar y eólica. Asimismo, los reglamentos ambientales en Pekín, Shanghai y otras destacadas ciudades han sido endurecidos con miras a los Juegos Olímpicos.

No obstante, la mayoría de los objetivos del gobierno de lograr la eficiencia en el uso de la energía, además de mejorar la calidad del aire y el agua, no han sido cumplidos. Y hay muchos indicios de que los dirigentes no están dispuestos o no son capaces de realizar cambios fundamentales.

La tierra, el agua, la electricidad, el petróleo y los créditos bancarios siguen siendo relativamente poco costosos, incluso para los grandes contaminantes. Pekín se ha negado a usar la clase de políticas fiscales e incentivos orientados al mercado que han funcionado bien en Japón y muchos países europeos.

Las autoridades provinciales, que gozan de una gran autonomía, suelen hacer caso omiso de los edictos ecológicos, y ayudan a reabrir minas o fábricas cerradas por los gobiernos centrales. En general, la vigilancia del cumplimiento de la ley suele verse matizada por la corrupción. En la primavera pasada, las autoridades de la provincia de Yunnan, en el sur de China, mejoraron el aspecto de la Montaña Laoshou, que había sido usada como cantera, rociando pintura verde sobre hectáreas de roca.

El intento más ambicioso del presidente Hu Jintao por cambiar la cultura del crecimiento rápido se derrumbó este año. El proyecto, conocido como "PBI Verde", fue un intento por crear una medición ambiental para evaluar el desempeño de cada funcionario en China. Recalculó el Producto Interno Bruto, o PIB, para reflejar el costo de la contaminación.

Sin embargo, los primeros resultados fueron tan tibios -en algunas provincias los índices de crecimiento ajustados a la contaminación fueron reducidos casi a cero- que el proyecto se limitó a los círculos académicos de China, y despojado de toda influencia oficial.

Los dirigentes chinos aseguran que el mundo exterior es un cómplice en la degradación de la ecología del país. Los fabricantes chinos que arrojan desperdicios a los ríos o lanzan humo al aire fabrican los productos baratos que llenan las tiendas en Estados Unidos y Europa. Con frecuencia, estos productores subcontratan a compañías extranjeras, o son propiedad de ellas.

De hecho, la inversión exterior sigue aumentando en tanto las corporaciones multinacionales construyen más fábricas en China. Además, Pekín recalca que no aceptará límites obligatorios a sus emisiones de dióxido de carbono, lo que casi con seguridad reduciría su crecimiento industrial. Alega que los países ricos causaron el calentamiento global y deberían encontrar una forma de resolverlo sin interferir en el desarrollo de China.

En realidad, Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón alcanzaron la prosperidad generando contaminación, y se preocuparon por el daño ecológico solamente después de que sus economías maduraron y sus clases medias urbanas exigieron cielos azules y agua para beber segura.

Pero China es más como un fumador adolescente con enfisema. Los costos de la contaminación se han disparado mucho antes de que esté lista para frenar el desarrollo económico. Pero el precio de seguir adelante -incluyendo los efectos pronosticados del calentamiento global en el país- les parece a muchos de sus propios expertos y a algunos altos funcionarios como intolerablemente alto.

"Comúnmente, los países industriales enfrentan los problemas ecológicos cuando son ricos", afirmó Ren Yong, experto en el clima del Centro para la Ecología y la Economía, en Pekín. "Tenemos que resolverlos cuando todavía somos pobres. No hay un modelo que podamos seguir".

Ante los desafíos del pasado, el Partido Comunista ha respondido usualmente con amplios edictos desde Pekín. Algunos ecologistas dicen que esperan que los altos dirigentes hayan convertido hoy el control de la contaminación en una prioridad tan alta que los funcionarios de menor nivel no tendrán otra elección que acatar sus órdenes, tal como Deng obligó alguna vez a la lenta burocracia china a enfocarse en el crecimiento.

Sin embargo, el medio ambiente podría llegar a representar un reto político diferente. Una cultura de mando y control, acostumbrada a emitir sonoras directivas se ve hoy bajo presión, incluso por parte de personas en el partido gobernante, para someterse a la supervisión del público, para el que la contaminación se ha vuelto una realidad cotidiana, y cada vez más mortal.

Buscan soluciones

La ONU es la que más se ha ocupado por alcanzar un acuerdo para combatir el calentamiento global, por lo que ha convocado a cumbres para debatir sobre el tema, en medio de una creciente preocupación mundial por el lento ritmo de las negociaciones internacionales.

Se busca que los países más industrializados del mundo se pongan de acuerdo sobre cómo combatir el problema durante la cumbre que se celebrará en diciembre próximo en la isla indonesa de Bali. En esa cita buscarán reducir las emisiones de gases invernadero después de 2012, año en que expirará el Protocolo de Kyoto.

EU es uno de los países más contaminantes y de los más reacios para atacar el problema, sin embargo, en los últimos meses se ha mostrado interés y hasta ha convocado a reuniones para empezar a trabajar sobre el asunto.

China, por su parte, propone que las naciones industrializadas reduzcan las emisiones entre 25 y 40 por ciento por debajo de los niveles de 1990. Aunque todo esto está apenas en pláticas.


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