Pero ya habrá oportunidad, la próxima semana, de analizar este fenómeno de una propuesta que concita oposición desde los extremos.

En la colaboración pasada, veíamos que el problema que tenemos en México es la falta de un diagnóstico común que nos permita una idea compartida de hacia dónde debemos impulsar el país. Y yo le proponía empezar reconociendo que el régimen que tuvimos en el siglo XX, con todas las cosas buenas que usted le quiera encontrar, no logró cambios significativos ni en los niveles de pobreza ni en materia de desigualdad. Y como al final de ese régimen se hicieron locuras para no perder el poder, pues lo que nos dejaron está en muy malas condiciones.

La clave para vivir bien es generar riqueza, como ya lo hemos comentado en muchas ocasiones, y como recordábamos el martes. Pero generar riqueza no es un asunto de simple voluntad. A lo mejor a inicios del siglo XX bastaba con sembrar azúcar en buenos terrenos, esclavizar a los que vivieran en la zona, y con eso alcanzaba para construir una haciendita cerca del ingenio y una pequeña mansión en la colonia Juárez. Pero a inicios del siglo XXI, eso de sembrar azúcar no sirve mucho. Ni da para haciendas, ni para mansiones, ni para pagarle a los trabajadores. Y no crea que la diferencia está en que hace 100 años eran esclavos y hoy no. La diferencia está en que hace 100 años el azúcar era el endulzante de todo. Hoy no lo es.

El mundo ha cambiado mucho en estos 100 años, y nosotros parece que no lo entendemos. Estamos muy contentos porque producimos autos, como si viviéramos a la mitad del siglo pasado. Entonces sí, producir autos era sinónimo de desarrollo, porque no cualquier país podía tener ni los materiales, ni los diseños, ni las máquinas para producir autos. Ah, ni el mercado para venderlos. Hoy, cualquiera los produce. Es más, buena parte de los países desarrollados ya dejaron de fabricar autos, porque ya no es tan buen negocio como antes. Por cierto, no olvide que las tres grandes empresas automotrices estadounidenses están en quiebra. El mundo cambia.

Para generar riqueza, lo comentábamos hace unos meses, tenemos que producir cosas que los demás quieran comprar. Ahí es en donde está el valor agregado. Si usted compra materiales por 10 pesos y le dedica tiempo a producir, un tiempo que vale otros 10 pesos, usted no habrá generado valor a menos que alguien compre su producto en más de 20 pesos. Si lo vende en menos, usted no sólo no genera valor, sino que lo está destruyendo. Más valdría que no hiciera nada.

Bueno, pues eso exactamente es lo que nos pasa. No a todos, afortunadamente, pero una parte relevante del país no está generando valor, sino que lo está destruyendo. Por ejemplo, el maestro que no sólo no enseña nada a los niños, sino que logra que empiecen a odiar la escuela, o las matemáticas, o la historia, o simplemente leer, porque no pueden entender nada. Este maestro ha destruido riqueza, y más valdría que ya no acudiese a la escuela. Solos, los niños podrían ser más ricos. Bastaría con el tiempo libre.

Y como ese ejemplo, hay cientos: los franeleros, que no producen absolutamente nada y sólo se apropian de riqueza pública (el espacio de estacionamiento); los funcionarios, que llegan a su puesto sin entender de qué se trata, o peor, con la clara intención de redistribuir la riqueza, pero en su beneficio; los empresarios, que no agregan ningún valor a lo que producen, sino que sólo piden apoyo al gobierno y créditos blandos, y que alguien les compre. Si es posible, el funcionario que mencionamos antes.

Es claro que ni todos los maestros, ni todos los informales, ni todos los funcionarios o empresarios caen en esta descripción, pero desafortunadamente no son pocos los que, detalles más o menos, usted conoce, incluso por nombre. Todos ellos destruyen parte del valor que producen los demás mexicanos, y por eso al final no alcanza para que todos tengamos mucho, sino para que tengamos poco. Y si a eso le agrega usted que ese poco dinero está mal distribuido, pues peor.

El diagnóstico que le estoy proponiendo es el de un país que no tiene capacidad para producir riqueza porque no tiene lo que se requiere hoy para ello. Y la poca riqueza que genera es redistribuida (en su favor) por muchos grupos, que al hacerlo destruyen una parte. Si usted prefiere que lo platique como economista, nuestro problema es institucional (porque nuestras reglas privilegian a estos destructores de riqueza), de capital humano (porque nuestra gente no tiene las herramientas para competir) y de infraestructura (porque tampoco tenemos elementos básicos para producir y vender).

Tres problemas: de reglas, de capital humano y de infraestructura. Resolviéndolos, podremos ser ricos. Sin resolverlos, será la inercia la que mande. Es decir, andaremos dando lástima.

macario@macarios.com.mx