No es mi propósito tratar de explicar cuál es el norte de la política exterior kirchnerista ni, menos aún, analizar con ojo crítico los movimientos del Palacio San Martín. En todo caso eso quedará para otro momento mas propicio. Lo que me propongo es trazar, a grandes rasgos, un cuadro de situación que sea orientativo para quienes vivimos en una Argentina que no podría ‹aún cuando lo deseara‹ desentenderse de sus vecinos.

En orden de importancia el tema mas importante por sus probables consecuencias ‹si acaso Evo Morales y sus opugnadores del oriente boliviano no lograsen conciliar sus diferencias de alguna manera que preservase el actual tinglado constitucional‹ es el que aqueja al país del altiplano. Hace tiempo que revolotea, en rededor de Bolivia, un fantasma absolutamente desconocido en esta parte de América: el fantasma de la secesión. Los territorios que conformaban, de México a la Tierra de Fuego, parte del gran imperio español ultramarino, y el imperio del Brasil, debieron sobrellevar desde 1810 en adelante un sinfín de dificultades. Experimentaron todo tipo de regímenes y abrazaron instituciones bien diferentes unos respecto de los otros. Sufrieron revoluciones, guerras civiles, asonadas, matanzas y experiencias de todo tipo, excepción hecha de países que se hayan quebrado y dado lugar a nuevos estados.

Pues bien, Bolivia se enfrenta a ese peligro que ha pasado de ser una posibilidad, de las miles que podría uno imaginar, a ser una probabilidad que se agazapa amenazante a la vuelta de la esquina. La reciente huelga motorizada por los sectores del oriente ‹la zona más pujante y más rica de Bolivia‹ en abierta oposición al presidente de la República, demuestra hasta dónde ha escalado un conflicto que la pretensión refundadora de Evo Morales no ha hecho más que agudizar.

En Bolivia se arrastra una contradicción que lleva décadas y que en cierta manera fue atemperada y finalmente disuelta, al menos temporariamente, por la reivindicación nacionalista del MNR y sus sucesores históricos. La citada contradicción no es otra que su carácter de nación predominantemente indígena, recién ahora sumida en toda su plenitud política por el gobierno de Evo Morales. Que el 70 % de la población del país era de origen indio lo sabía cualquiera. Pero el indigenismo nunca había sido una fuerza capaz de conjugar no sólo un programa sino también una alternativa de poder exitosa. Eso ocurrió por vez primera en su historia ahora, con la particular coincidencia que Morales ‹en consonancia con lo que juzga es una tradición soterrada por siglos de abuso y explotación‹ quiere refundar la nación sobre bases étnicas que parte del país rechaza. No es una diferencia accidental sino substancial la que separa al presidente de sus adversarios, unido al hecho de que en las provincias de Santa Cruz de la Sierra, el Beni y Tarija están los yacimientos petroleros y mineros más ricos del subcontinente, fuera de Venezuela.

Nadie dice que Bolivia vaya a romperse mañana, pero el viejo reclamo del oriente de una mayor autonomía ‹en un país crudamente unitario en punto a su sistema político‹ ha dado lugar a voces que, frente a las pretensiones maximalistas de Morales, reivindican el derecho a la secesión. Algo que, por supuesto, significaría para sus dos vecinos de mayor importancia, Brasil y la Argentina, un quebradero de cabeza por sus implicancias geográficas, económicas, políticas y hasta bélicas. Es que si la situación boliviana evolucionase para el lado más peligroso, sería la intervención de las Fuerzas Armadas de ese país el factor decisivo del conflicto. Si se mantuviesen unidas, es posible que la sombra de la guerra civil pudiese ser exorcizada. Pero si primasen en los hombres de armas tendencias centrífugas, la guerra civil dejaría de ser una sombra tan sólo.

Hay que pensar, además, en el papel que jugaría Chile en el caso enunciado, e inclusive el propio Perú. Es cierto que no hay nada que sea inevitable en relación al futuro boliviano, pero las reivindicaciones socialistas e indigenistas de Evo Morales, la intromisión de Hugo Chávez y la pretensión de refundar Bolivia a través del manejo de la Convención Constituyente en curso, son otros tantos motivos para que la oposición se radicalice al compás de la radicalización de los planteos presidenciales.

Hay que pensar, además, en el papel que jugaría Chile en el caso enunciado, e inclusive el propio Perú. Es cierto que no hay nada que sea inevitable en relación al futuro boliviano, pero las reivindicaciones socialistas e indigenistas de Evo Morales, la intromisión de Hugo Chávez y la pretensión de refundar Bolivia a través del manejo de la Convención Constituyente en curso, son otros tantos motivos para que la oposición se radicalice al compás de la radicalización de los planteos presidenciales.

El segundo asunto de relevancia ‹ya substanciadas las elecciones presidenciales de México, Chile y Colombia‹ son los comicios brasileños y la relación de fuerzas que se seguirá de los mismos. A esta altura de los acontecimientos parece fuera de toda duda que Lula se alzará con el triunfo. Lo que todavía está por verse y sólo el resultado de las elecciones generales puede revelar, es qué tan fortalecido saldrá el actual presidente. Porque no hay que perder de vista que el auge y la presencia de Hugo Chávez ‹mas allá del precio del barril de petróleo‹ es directamente proporcional a otros dos factores, uno de los cuales ‹el desinterés norteamericano en la región‹ de momento no nos interesa, siendo el otro la crisis que debió sobrellevar Lula en relación con los escándalos que enlodaron la imagen de su partido y de su gobierno.

El Brasil que ha dejado una suerte de vacío ocupado por Chávez y que debió soportar, entre resignado e incrédulo, que Evo Morales ordenase al ejército que ocupase las instalaciones de Petrobrás en el oriente boliviano para desde allí anunciar la nacionalización de la industria petrolera, es un país ‹no nos equivoquemos al respecto‹ debilitado. Aspecto éste de una enorme importancia en el marco subcontinental.

El tercer fenómeno significativo es el caso Chávez. Hay algo de exageración cuando se dice que el militar y presidente venezolano representa una amenaza para todos los países latinoamericanos. Que Chávez tenga un proyecto de dominación indirecta es probable conociendo la idiosincrasia del personaje. Que Chávez esté en condiciones de convertirse en un icono revolucionario o en el jefe de estado de una potencia regional o en el financista de una gran proceso revolucionario es, en cambio, poco probable. Por ahora su apoyo a diversos candidatos presidenciales sólo tuvo éxito en Bolivia y las supuestas o reales ramificaciones de sus contactos y seguidores en el subcontinente carecen de relevancia fuera del altiplano.

Chávez es un hablador, como Fidel Castro, al que le sobra petróleo y le falta un mito convocante. Por eso puede tener un papel a desempeñar en Bolivia o, quizás, en Ecuador, y sólo hasta cierto punto, en razón de la pobreza y falta de envergadura de estos dos países, pero no le hace cosquillas a ningún otro de los estados latinoamericanos.

Mientras los países situados al sur de México sean la prioridad 825 para Washington, el precio del barril de petróleo orille los u$s 80 y Brasil no ocupe su lugar, evidentemente Chávez tendrá una presencia que de otro modo no tendría. Pero no hay que confundir un charlista tropical con un revolucionario continental.

Por fin están Paraguay y el Uruguay ‹los dos socios menores y disconformes del MERCOSUR‹ acercándose cada vez más a Washington por distintas razones y en distintas áreas. El gobierno de Asunción marcha a pasos agigantados a tener una relación especial en materia de seguridad con los Estados Unidos. No importa qué tanto frunzan el ceño Itamaraty y el Palacio San Martín, Paraguay intuye que su futuro está en un alineamiento automático con el coloso del norte en temas de seguridad hemisférica y supone que ese alineamiento es el que le abrirá las puertas comerciales que de otra manera permanecerían cerradas. Por su parte el gobierno de la Banda Oriental desde hace rato cavila respecto de cuál sea la mejor estrategia para tender un puente con Norteamérica, compatible con el MERCOSUR. Por ahora privilegia un camino en donde su apuesta en dirección de los EEUU no colisione con su pertenencia al MERCOSUR. Pero si el camino resultase intransitable o se le hiciese cuesta arriba, no sería de extrañar que un día nos enterásemos que ha firmado con el gobierno de Washington un acuerdo bilateral de libre comercio.

Los citados problemas subcontinentales, nos guste o no, son también problemas domésticos de la Argentina.