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12/02/2007 | «La turbopolítica se rige por las reglas y los ritmos de la televisión y el espectáculo»

Ángel Villarino

Todo empezó un octubre de 1976. El entonces primer ministro, Giulio Andreotti, accedió a participar en un «talk show». Por primera vez, un líder democrático europeo desnudaba su vida privada ante las cámaras.

 

«¿Cómo era usted cuando era un niño?», fue la primera pregunta.

Andreotti mordió la manzana y abrió las puertas de una nueva era: la de la «turbopolítica» o la «teledemocracia». «Treinta años después, la lógica de la comunicación parlamentaria se ha adaptado a las reglas del "talk show".

En Italia, diputados y ministros están dispuestos a todo para mantener su estrellato», explica Novelli, experto en comunicación política que dio nombre a la «turbopolítica». Y tiene razón, basta encender la televisión: hay ministros que cantan, bailan, tocan el piano, fuman porros, se besan, se lanzan tartas a la cara, se cuentan chistes y muestran el culo en antena.

– ¿Es un fenómeno puramente italiano?

– No.

Todas las grandes democracias modernas presentan esta tendencia. En Italia se ha acelerado porque hemos vivido una situación de colapso brutal en el sistema político clásico y al mismo tiempo ha crecido una televisión muy potente.

– Antes de seguir, aclárenos qué es exactamente la turbopolítica.

– Es una política completamente condicionada por las reglas del espectáculo, los ritmos de la televisión y del «talk show».

Los viejos mecanismos de la política están en crisis de credibilidad. Los partidos y sus ideologías quedaron desplazados. Llegados a este punto, política y televisión se alían perversamente. La televisión le da visibilidad al político y el político a su vez se presta a dejar atrás su discurso ideológico: está dispuesto a espectacularizarse con tal de crear audiencia.

– ¿Y qué caracteriza a los líderes políticos de nuestra era?

– A lo largo de la historia los líderes han utilizado la sintaxis de la distancia: tenían que ser lejanos y eso les daba autoridad, poder y carisma. Incluso físicamente se representaban con altanería, con estatuas majestuosas. Cuando llegó la política de partidos todo estaba circunscrito a ellos: la política tenía lugares, ropas y lenguajes oficiales.

– Y ahora es más bien al revés. ¿No?

– Sí, hoy el líder político tiene que estar en medio de la gente, ser uno de nosotros. Se intenta ser familiar, y pulverizar la distancia. Las fotografías de las pancartas ya no representan la autoridad, sino que parecen la foto del amante, del novio. Se rebaja la política desde el pedestal del poder hasta el nivel de la familiaridad.

– ¿Quieren seducirnos?

– Exacto. Su instrumento es la seducción, no sólo la física, sino también la verbal. Un líder moderno tiene que seducir con su carácter, su simpatía. Berlusconi lo ha llevado al extremo. Cuando entró en política repartió por Italia el libro «Una historia italiana», en el que la política era lo de menos. Se presentaba primero como hombre, después como marido y padre, después como empresario, después como deportista y finalmente como político.

– ¿Se puede extender este modo de comunicar a otras esferas?

– Pues ha pasado incluso con el Papa. En la figura de Juan Pablo II fue vital la exhibición del dolor físico. Su decaimiento fue una enorme forma de comunicación y las cámaras buscaban el primer plano.

– ¿Y no es más democrático el líder humanizado que el líder distante?

– Es más democrático, pero existe el riesgo de que se haga superficial y carente de significados. Berlusconi es de nuevo un ejemplo perfecto.

– Los partidos pierden terreno y lo ganan los candidatos, ¿no?

– Sí, el líder moderno está por encima de aparatos y habla directamente a la gente. La televisión funciona mal con las ideologías. Lo que funciona es el personaje, el hombre.

– ¿Y qué me dice de las estrellas televisivas metidas a política?

– Berlusconi llegó a incluir en sus listas a Bud Spencer. En Italia es la fama lo que te abre las puertas de la política y no al revés.

La Razón (España)

 



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