Además de expandirse por el continente hasta llegar en forma de embrión a los países del hemisferio sur como Argentina y Brasil. Dos países que atraviesan un estado de situación crítico en materia de seguridad y descomposición social.
Es decir, la falta de soluciones frente a la barbarie que viven las distintas sociedades de América, invita a los narco, terroristas y maras ha reclutar individuos desde la más temprana edad.

De este modo, nos encontramos con delincuentes que no llegan a tener ni siquiera, diez años.

Sucede, que la falta de información y manipulación de los datos estadísticos representan trabas resolutivas.
Los dos países antes mencionados, si bien transitan por un camino potencial o embrionario de maras, conviven con el miedo y el terror permanentemente.
La inseguridad se presenta en todas las esferas de la vida. No se limita a las calles.
Se extiende a lo doméstico.

Se vive en las cárceles.

Grandes universidades del delito que digitan desde el interior el modus operandi del afuera.
En el caso de Argentina, la misma se encuentra en emergencia de inseguridad.
Una inseguridad que recorre al país de norte a sur y que no se limita a lo urbano.
Hay una cultura del delito entorno al crimen organizado que goza de una estructura basada en tácticas y estrategias.
En estudios de terreno y en una logística altamente especializada.
De ahí, el aumento paulatino de la inseguridad y la aproximación a lo que se conoce como maras en Centroamérica.
Nuestro país se encuentra en un estado potencial de maras como consecuencia de la insolvencia de las autoridades gubernamentales.

Y por supuesto también, de algunas agrupaciones que hartas de ser víctimas de la inseguridad encuentran inseguridad hasta en lugares dónde no la hay.
Lo cierto es, que el tema es muy complejo y suele dividirse entre buenos y malos. En realidad, lo que verdaderamente existe, es una adolescencia en el tratamiento de la inseguridad y una precariedad retórica que alarma. Razón por la cual, pensar que la problemática solo se resuelve aumentando las penas es un reduccionismo.
Igual banalidad es creer que a través del populismo, ahora progresismo, la inseguridad se erradicará con benevolencia y exceso de comprensión.

“El delincuente, el criminal, el peligroso y el sospechoso se constituye como un enemigo que debe ser derrotado.” (Lucía Dammert-John Bailey; 2005)
Que debe ser visto como un sujeto que destiñe a la sociedad. Que le impide avanzar en la consolidación de sus vínculos nacionales e internacionales.
Que obliga a los individuos que conforman esta sociedad moderna y contemporánea a vivir como sujetos sujetadas a la demencialidad y a la patología de criminales.
Coptar miembros y obtener un poder colectivo que individualmente no pueden alcanzar.
Así es en Argentina. Así es en Brasil. Un estado potencial de maras que de seguir por esta vía se transformará en pura acción. Porque sin ser alarmista, las maras, a su pasa, van bajando.

Y los intentos por copiarlas, se evidencian en las calles.
En las nuevas formas de delinquir y extorsionar por las grandes avenidas.
Las maras y la potencialidad de ellas invaden las Américas. Sin embargo, el efecto de ambas instancias es analizada por las distintas fracciones sociales de modos opuestos.
Mientras los de arriba intentan apaciguar el problema latente; los de abajo, protestan y se enarbolan en el terror.
Por un lado, porque temen por su vidas y por otro lado, porque es la mejor forma de boicotear el gobierno que no desean.
Los unos y los otros viven en un equívoco fatal, ya que la lucha contra la inseguridad no es de izquierda ni de derecha.
No debe mezclarse con la ideología.

Debe acomodarse con el sentido común que se ha convertido en el menos común de todos los sentidos. Necesita agiornamiento mental y trascender los improperios que se dicen en una lucha en la que los únicos ganadores serán los delincuentes.

Continuará