Dispone así mismo de una maquinaria electoral de primera línea, conformada por los talentos que integraron la Administración de aquél. La red de contactos de los Clinton no tiene comparación dentro de la tolda Demócrata. Ello no sólo le ha permitido la mayor recaudación de fondos de candidato alguno, sino que pone a su disposición apoyos a todo nivel.

Disfruta, a la vez, del respaldo de uno de los estados de la Unión con mayor número de votos electorales, Nueva York. El haber logrado su reelección al Senado con 67 por ciento de los votos de ese Estado, le brinda un posicionamiento muy especial dentro de su partido. Con todas esas ventajas en el bolsillo, pareciera difícil que no obtuviese la candidatura presidencial Demócrata.

El problema de su candidatura es que constituye una de las más polarizadoras en el ámbito nacional. En un país crecientemente conservador, ella lleva un nombre que es anatema para la derecha. No sólo su marido es la figura más odiada por aquella, sino que la acompaña el recuerdo de su intento por reformar la seguridad social de su país, haciéndola extensiva a todos los norteamericanos. Ello es visto aún por los conservadores como expresión de un liberalismo manirroto e irresponsable.

Para compensar esa deficiencia, la ex Primera Dama ha hecho todos los movimientos adecuados en dirección a los conservadores. No sólo apoyó la guerra en Irak, sino que se ha asociado con destacados senadores de derecha en iniciativas de diversa naturaleza. Más aún, en temas de alta sensibilidad política como el del aborto, ha sabido evidenciar una gran ambigüedad.

Nada de lo anterior le gana la simpatía de los liberales, desde luego. No obstante, ella pareciera estar apostando a que es más fácil neutralizar a aquellos al interior de su partido, que ganar las elecciones presidenciales sin las necesarias credenciales conservadoras. Ello es clara evidencia del viraje hacia la derecha dado por ese país. Es muestra también del pragmatismo creciente que prevalece en el partido Demócrata.

La estrategia anterior pareciera estar funcionando, al menos puertas afuera. A partir de la segunda mitad del 2006, las encuestas generales comenzaron a mostrar un empate entre ella y McCain y, para comienzos del 2007, ya su nombre aventaja al de aquél. Más aún, de acuerdo a The Economist del 27 de enero, 2007, su nivel de rechazo se encuentra en 36 por ciento, lo que representa una baja de 11 por ciento con respecto a un par de años atrás.

El problema pareciera plantearse ahora de puertas adentro. ¿Qué tanto la afectará el descontento de los liberales? Ella pareciera creer que no lo suficiente como para hacerle perder la candidatura Demócrata. Sin embargo, siempre queda la posibilidad de que alguno de sus contendores, al interior del partido, pudiese generar una coalición entre los liberales y un segmento significativo de la mayoría pragmática. De ser así, se encontraría en serios aprietos para regresar junto con su cónyuge a la antigua casa que ocuparon en Washington.

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