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09/12/2006 | Scaramella miente sobre Litvinenko

Ángel Villarino

Scotland Yard pierde la esperanza de que el profesor, uno de los últimos en ver con vida al ex espía, tenga alguna clave de su muerte. En una semana se han descubierto todos sus embustes.

 

Mientras la Policía inglesa interrogaba ayer a los empleados del hotel londinense donde pudo ser envenenado Alexander Litvinenko y se sucedían pesquisas y ruedas de prensa para aclarar su asesinato, el profesor Mario Scaramella recibía el alta en el hospital en el que fue internado por su supuesta intoxicación con polonio 210.

Seguro que han oído hablar de él: fue una de las últimas personas que vio a Litvinenko, ambos compartieron mesa en el restaurante japonés donde comenzó la trama. Sus testimonios han ocupado las portadas de la prensa internacional y han servido para fundamentar muchas hipótesis sobre el caso. Mucho menos ha trascendido su turbio pasado, su megalomanía y su enfermiza obsesión por la mentira.

Si algo ha quedado claro en esta historia es que Scaramella no ha parado de mentir. Primero dijo que él también estaba muriendo envenenado, que no tenía salvación. En menos de 24 horas rectificó el pronóstico y aseguró sentirse «estupendamente». Tras repetir durante una semana que sólo consumió «un vaso de agua» en el restaurante japonés, acabó diciendo que, en realidad, también deglutió «una ensalada».

El domingo reveló que tenía en su poder documentos que harían temblar los cimientos de la República y dijo que le apoyaba el mismísimo Berlusconi, que le habría prometido un alto cargo en una organización internacional. El martes precisó que ya no dispone de esas pruebas y que nunca habló en su vida con «Il Cavaliere». El ex espía ruso Oleg Gordievskij, citado como una de sus principales fuentes, tiene la siguiente idea de él: «Scaramella es un mentiroso patológico.

Todo lo que ha dicho es falso de la primera a la última palabra. Sólo en Italia se le puede dar crédito a un caso psiquiátrico tan evidente». La Inteligencia transalpina no utiliza palabras mucho mejores para definirlo.

Las contradicciones de su currículum son, si cabe, más escandalosas. A sus 36 años, dice haber sido agente de la CIA en Suramérica, profesor en las mejores universidades del mundo, juez honorario, experto en terrorismo y así hasta rellenar más de 50 páginas con desvaríos.

Sólo se ha conseguido comprobar que fue asesor de la Comisión Mitrokhin y que trabaja como consultor de políticas medioambientales en un parque natural de la provincia de Nápoles. Tampoco este capítulo se libra de intrigas: el martes la Policía registró su casa por su supuesta relación con el reciclaje ilegal de basuras, actividad tradicionalmente ligada a la Mafia.

Una perla más para un expediente criminal de infarto: fue investigado por tráfico de armas, detenido en 1992 por hacerse pasar por un policía para «confiscar» una tienda de ultramarinos, implicado en un tiroteo con la Camorra tras confundir un arsenal mafioso con una supuesta antena nuclear instalada en las faldas del Vesubio durante la Guerra Fría... Se preguntarán: ¿qué tiene que ver este sujeto fantasioso con algo tan real como el envenenamiento de Litvinenko?

Vínculos Italia-URSS

Scaramella fue presentado en 2003 a Paolo Guzzanti, senador de Forza Italia y presidente de la Comisión Mitrokhin, que teóricamente buscaba vínculos entre la ex URSS y la política italiana. Desoyendo los consejos de los asesores de inteligencia, Guzzanti lo contrató y le pidió que consiguiera toda la información posible sobre la relación entre la extinta KGB y miembros de la política italiana en activo, buscando algún escándalo que rentabilizar en términos electorales.

Scaramella empezó a contactar con todos aquellos que pudieran tener información al respecto. Entre ellos a Litvinenko, que habría accedido a vender informaciones falsas para solventar sus deudas y que incluso podría haber sido chantajeado a través de su hermano, que trabajaba sin papeles como cocinero en Italia, para obligarle a declarar una vinculación entre Prodi y el KGB. Ahora se manejan dos hipótesis sobre su participación de en el «caso Litvinenko»: que haya intentado aprovechar su implicación fortuita para darse publicidad; o que detrás de tanta mentira esté intentando esconder algo.

Toca a Scotland Yard adivinar cuál de las dos es cierta. De lo que no cabe duda es de su credibilidad: nula.

La Razón (España)

 



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