El clérigo de línea dura se consideraba una parte fundamental del plan de sucesión de la república. La muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi en un accidente de helicóptero ha supuesto un duro golpe para el régimen islámico y su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei.
No es que Raisi fuera un presidente que destacara por
aplicar políticas radicales destinadas a remodelar el futuro de la república.
De hecho, la historia juzgará sin duda que su breve mandato tuvo menos impacto
que los de predecesores como Mohammad Jatamí, que introdujo una agenda más
reformista, o Hassan Rouhani, el centrista que fue un arquitecto y defensor
clave del acuerdo nuclear de 2015 que Teherán firmó con las potencias
mundiales.
Sin embargo, desde el momento en que Raisi fue elegido
presidente en 2021, sucediendo a Rouhani, se le consideró una parte fundamental
de los planes de Jamenei para reforzar la influencia de los partidarios de la
línea dura del régimen y garantizar una sucesión tranquila cuando fallezca el
líder supremo, de 85 años. Es el tema que ha dominado la política iraní durante
la última década y seguirá haciéndolo.
El éxito de Raisi en las urnas fue cuidadosamente -y
llamativamente- coreografiado con la prohibición de presentarse a los
principales candidatos conservadores y reformistas. El clérigo de línea dura,
de 63 años, era considerado un protegido de Jamenei y uno de los favoritos para
sucederle llegado el momento.
La votación pública de este año para elegir a los
miembros de la Asamblea de Expertos, el órgano que seleccionará al líder
supremo y del que Raisi formaba parte desde 2006, también fue parte de una
coreografía. Se impidió que Rouhani se presentara, lo que permitió que una
nueva generación de partidarios con una ideología más radical cobrara
protagonismo.
Al parecer, Jamenei estaba poniendo orden en su casa.
Todavía se desconoce si Raisi, cuya presidencia no gozaba
de mucha popularidad entre muchos iraníes y se vio empañada por el malestar
económico, con la inflación disparada y la depreciación del rial, habría
acabado sucediendo a Jamenei. El hijo del líder supremo, Mojtaba, es el otro
candidato destacado. Pero como presidente, fue inquebrantablemente leal a su
jefe y ayudó a presentar un frente unido entre los conservadores, evitando los
choques internos que caracterizaron las presidencias anteriores.
Se esperaba que Raisi se presentara a un segundo mandato
en las elecciones del próximo año. Según la Constitución, las elecciones deben
celebrarse en un plazo de 50 días. Eso significa que Jamenei y otros centros de
poder clave tienen que empezar a preparar con urgencia las próximas elecciones,
lo que supone un nuevo desafío para un sistema que se encuentra en un momento
delicado de su historia.
La muerte de Raisi no tendrá un impacto marcado en las
decisiones clave de política interior y exterior, que en última instancia
decide Jamenei. Pero la república se resistirá a mostrar signos de debilidad o
inestabilidad política tras las oleadas de protestas contra el régimen y
durante un periodo de mayores tensiones con Occidente e Israel, alimentadas por
la guerra entre Israel y Hamás.
Cabe esperar que muchos iraníes muestren su ira no
acudiendo a las urnas. En 2021, la participación fue inferior al 50% por
primera vez en unas elecciones presidenciales desde la revolución islámica de
1979. La votación parlamentaria de este año registró otro récord de
participación, por debajo del 41%.
Ambas cosas fueron embarazosas para la república, que
desde su fundación ha intentado proyectar la legitimidad popular a través de la
participación ciudadana. Pero el proceso también indicó que Jamenei y otros
partidarios de la línea dura estaban dispuestos a sacrificar el barniz de
credibilidad democrática para asegurarse el sucesor que deseaban y garantizar
que los partidarios de la línea dura mantuvieran el control total.
Todo apunta a que esta tendencia se consolidará y que
millones de iraníes seguirán esperando en vano que los reformistas tengan su
espacio y que el régimen suavice sus políticas de línea dura.
Es probable que ocurra algo parecido en el frente de la
política exterior, donde Jamenei ha equilibrado la beligerancia hacia Occidente
e Israel con una respuesta calibrada, aunque arriesgada, a las hostilidades
regionales desencadenadas por la guerra entre Israel y Hamás, con la intención
de mantener el conflicto lejos de las costas de la república.
Teherán ha apoyado abiertamente a los grupos militantes
que respalda en el llamado Eje de la Resistencia -incluidos Hezbolá de Líbano,
las milicias iraquíes y sirias, los rebeldes hutíes de Yemen y Hamás- en sus
ataques contra las fuerzas israelíes y estadounidenses en la región. Pero
siempre ha insistido en que actúan de forma independiente y que Teherán no
desea un conflicto regional ni con Estados Unidos.
Jamenei se la jugó autorizando el primer ataque directo
con misiles y aviones no tripulados contra Israel desde suelo iraní en abril,
en represalia por un ataque israelí contra el consulado iraní en Damasco en el
que murieron altos cargos de la Guardia Revolucionaria. Israel respondió
lanzando un ataque con misiles y aviones no tripulados contra una base aérea
cercana a la ciudad iraní de Isfahán. Pero los calibrados intercambios de
golpes de efecto causaron daños limitados, y los enemigos dejaron claro que no
querían una escalada.
En última instancia, el principal objetivo de Jamenei, ya
sea a través de la política interior o exterior, es garantizar la supervivencia
de la república. Con el accidente de Raisi, ha perdido a un lugarteniente de
confianza, pero es poco probable que la muerte del presidente desvíe a Jamenei
o al régimen de su rumbo, ya que el líder supremo está empeñado en salvaguardar
su legado y el poder de los partidarios de la línea dura.