Mientras en Buenos Aires se realizaba la reunión de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), con la reaparición estelar del flamante presidente brasileño Luiz Inacio da Silva (Lula) y la sonora ausencia de su colega venezolano Nicolás Maduro, y en Perú las movilizaciones campesinas contra la primera mandataria Dina Boluarte cercaban Lima y desataban una crisis de gobernabilidad, el ex jefe de Estado boliviano Evo Morales desembarcaba en la capital argentina para impulsar su iniciativa de la RUNASUR, orientada a crear una confederación sudamericana de comunidades indígenas, cuya sigla conjuga el término “runa” (“hombre” en idioma quechua) con la UNASUR, aquella virtualmente disuelta organización regional que el nuevo gobierno brasileño busca ahora recrear bajo su liderazgo.Ni Boluarte, acorralada por los disturbios, pudo participar del cónclave de la CELAC ni Morales pudo viajar a Perú, donde fue declarado “persona no grata” por su apoyo público a los grupos sublevados.
Un hilo subterráneo vincula a estos tres episodios. La
movilización campesina sobre la capital peruana fue bautizada la “Marcha de los
Cuatro Suyos”, antiguo nombre de las cuatro regiones en que estaba dividido el
imperio incaico hasta 1533, fecha de su caída en manos de los conquistadores
españoles, encabezados por Francisco Pizarro. Los promotores de la protesta,
que exigen la renuncia de Boluarte, el inmediato llamado a elecciones
presidenciales y legislativas y la convocatoria a una asamblea constituyente,
enarbolan como estandarte las reivindicaciones postergadas de las mayorías
indígenas del interior contra los privilegios de la “clase política” enquistada
en Lima.
El alzamiento contra Boluarte tiene como epicentro el sur
del país, antigua sede del imperio incaico, una región limítrofe con el norte
de Chile y de Bolivia. Cuzco (la histórica residencia de los incas), Arequipa
(la segunda ciudad del país), Puno y Ayacucho (cuna de la guerrilla maoísta de
Sendero Luminoso) son los cuatro principales focos de la rebelión, que cuenta
con el respaldo de las autoridades locales. El gobierno de Boluarte denuncia
que las protestas son alentadas por Morales y encubren un intento separatista
orientado a crear una “Cataluña peruana”.
Históricamente no se trata de una novedad. En 1825,
después de la batalla de Ayacucho, que consagró la independencia sudamericana,
Simón Bolívar ya había sugerido dividir Perú en los estados Norte y Sur, con
capitales en Lima y Cuzco, respectivamente. En 1836, como resultado de un
estado de anarquía que provocó la coexistencia de dos gobiernos que reclamaban
su legitimidad en el norte y el sur peruanos, el presidente boliviano Andrés
Santa Cruz intervino militarmente y promovió la creación de la Confederación Peruano-Boliviana,
integrada por Bolivia, Perú del Norte y el Estado Sur-Peruano. El experimentó
naufragó por la intervención conjunta de los ejércitos de Chile y la
Confederación Argentina, entonces a cargo de Juan Manuel de Rosas.
LA TESIS DE GARCÍA LINERA
El ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, un
intelectual marxista erigido en ideólogo de Morales, elaboró una teoría que
intenta sintetizar la propuesta de transformación revolucionaria de los estados
latinoamericanos, tales como se los reconoce en la actualidad, con la
institucionalización de las comunidades indígenas como entidades subnacionales
autónomas dentro de esos estados.
Puntualiza que “la plurinacionalidad es el reconocimiento de los pueblos
indígenas como naciones previas a las naciones republicanas. Es la
transformación de la nación republicana a partir de la impronta de lo indígena
en la constitución de la Nación”.
García Linera postula la construcción de “una gran nación
continental plurinacional, a nivel de todo el continente”, respetando,
manteniendo y conservando las identidades republicana nacionales y
plurinacionales de cada país. Hoy lo que cuenta en el mundo son los Estados
regionales y América Latina tiene que actuar como un Estado regional, como un
Estado plurinacional de varias naciones, donde se respeta la identidad de cada
nación a nivel de su territorio, pero se actúa coordinadamente a nivel regional
en ciertos temas. Esa sería la idea de un Estado plurinacional continental”.
Esto permitiría institucionalizar una acción coordinada entre los gobiernos
sub-nacionales de las comunidades indígenas de los países de la región.
Esta concepción de García Linera retoma la tradición de
una vieja corriente del marxismo latinoamericano, inaugurada en la década del
20 por Juan Carlos Mariátegui, un intelectual socialista peruano, que postulaba
una síntesis entre marxismo e indigenismo. En la década del70, Abimael Guzmán,
líder de Sendero Luminoso, un reconocido antropólogo, fue mucho más creativo:
la guerrilla “senderista” inventó un lenguaje ambivalente, casi esotérico,
cuyos términos y consignas tenían una doble significación y podían
interpretarse a la vez en clave marxista por la militancia revolucionaria e
indigenista por los pueblos aborígenes.
INDIGENISMO E IZQUIERDA
Pero la confluencia entre las reivindicaciones
indigenistas y la izquierda latinoamericana tuvo un salto cualitativo con la
caída del “socialismo real”. No es casual que la primera gran movilización de
protesta indigenista a escala continental, con un protagonismo de
organizaciones de izquierda, ocurriera el 12 de octubre de 1992, a diez meses
de la desaparición de la URSS, con motivo de los 500 años del descubrimiento de
América. En ese giro cabe inscribir la
presencia de veteranos combatientes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, ex
brazo armado del Partido Comunista Chileno durante el régimen de Pinochet, en
la Coordinadora Arauco-Malleco, la organización que plantea el separatismo
mapuche en el sur chileno.
García Linera formula teóricamente la propuesta
político-institucional de Morales, que busca compatibiliza las ancestrales
reivindicaciones indígenas con la estrategia regional del “arco bolivariano”,
que incluye a Cuba, la Venezuela de Nicolás Maduro, la Nicaragua de Daniel
Ortega y sus acólitos en América Latina. El modelo es la constitución boliviana
de 2009, que define al país como un “Estado plurinacional” y otorga a las
comunidades aborígenes un amplio grado de autonomía política, incluidos el
respeto a la legislación indígena tradicional y a un poder judicial propio,
independiente del poder central.
Esta visión permite dimensionar la derrota política
sufrida por Morales con el resultado del referéndum chileno que rechazó el
proyecto constitucional elaborado por la asamblea constituyente, cuyos autores
se habían inspirado en el texto de Bolivia y hasta habían recibido
asesoramiento de dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de
Morales, para replicar la idea de la “plurinacionalidad” y establecer la
autonomía de las comunidades mapuches en la Araucanía. Ayuda también a
interpretar el verdadero sentido de la exigencia de la convocatoria a una
asamblea constituyente erigida en uno de los ejes de las movilizaciones de
protesta en el sur peruano.
Pero Morales tiene también otra mirada estratégica en su
proyecto de autonomización de las comunidades indígenas del Perú meridional. Su
objetivo es forjar un acuerdo entre Bolivia y los gobiernos sub-nacionales de
la región, sin participación del Estado peruano, para concretar la salida al
mar, esa reivindicación histórica de reparar la pérdida experimentada con la
derrota en la guerra del Pacífico y consagrada jurídicamente por el fallo del
Tribunal Internacional de La Haya que desestimó en 2020 la demanda boliviana de
entablar negociaciones con Chile para resolver el litigio.
Morales tiene presente que ante de llamarse Bolivia esa
región del imperio incaico era conocida como el Alto Perú.
* Pascual
Albanese, Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico