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03/02/2023 | Opinión - ¨La radicalización del campo ultra¨ Así son los nuevos golpistas de Occidente: conspiranoicos, ultras y bien conectados

Daniel Iriarte

Los 'Reichsbürger' en Alemania y la operación Azur en Francia para acabar con los gobiernos europeos y desestabilizar a los países no son hechos aislados. ¿Qué está pasando?.

 

El pasado 7 de diciembre, 3.000 policías se desplegaron por casi todo el territorio de Alemania con un objetivo: impedir un golpe de Estado. Los agentes registraron más de 130 viviendas y detuvieron a 25 personas, una lista que se ampliaría en los días siguientes. Los detenidos pertenecían al llamado movimiento Reichsbürger o de "los ciudadanos del Reich", que no reconoce la legitimidad del Estado alemán contemporáneo, y que cuenta con varias decenas de miles de seguidores en todo el país. Pero esta pequeña facción, de acuerdo con las autoridades alemanas, había decidido pasar a la acción para convertir sus aspiraciones en realidad.

Los presuntos conspiradores llevaban un tiempo haciendo prácticas de tiro, habían adquirido teléfonos por satélite por si se producía un bloqueo de las comunicaciones convencionales y habían acumulado grandes sumas de dinero. Lo más preocupante es que el grupo contaba con un ala militar, varios de cuyos miembros eran oficiales del ejército o de la policía, incluyendo un miembro en activo de los comandos especiales o KSK.

El plan, según la Fiscalía alemana, implicaba el asalto armado del Bundestag (el Parlamento alemán), la toma de diputados como rehenes, la disrupción de las redes eléctricas y, finalmente, el derrocamiento del Gobierno alemán. Después pondrían al frente del país a su líder, el aristócrata Heinrich XIII, príncipe Reuss de Greiz, el cabecilla de toda la operación. Según el fiscal general Peter Frank, la organización buscaba "eliminar el orden existente en Alemania usando la violencia y medios militares". Y tenían buenas conexiones. Una de las investigadas, por ejemplo, era la exdiputada de Alternativa para Alemania Birgit Malsack-Winkemann, que en el nuevo régimen habría sido nombrada "ministra de Justicia".

Pero este presunto complot era, además, sorprendentemente similar a otro destapado a finales de 2021 por las autoridades francesas. Según estas, una red de unas 300 personas lideradas por Rémy Daillet, una conocida figura del movimiento antivacunas en Francia, planeaba asaltar el Palacio del Elíseo y derrocar al Gobierno en un golpe de mano que denominaban operación Azur. Entre los conspiradores había miembros del ejército retirados y en activo —en algunos casos, oficiales—, que habían formado a otros en técnicas paramilitares. Varios de ellos habían empezado a fabricar explosivos y a almacenar armas. La policía también incautó listas de objetivos a atacar, que incluían sedes institucionales, centros de vacunación y torres 5G. Daillet y otras 13 personas fueron imputadas por estos hechos.

El plan golpista de la operación Azur era simple: convocar una manifestación gigantesca frente al Elíseo y tratar de abrirse paso hasta el interior del recinto. Cuando, inevitablemente, las fuerzas de seguridad recurrieran a la violencia contra los manifestantes, los equipos entrenados por el grupo de Daillet responderían abriendo fuego contra estas y forzando el asalto a la sede del Gobierno francés. El plan, de hecho, fue descubierto de forma fortuita cuando las autoridades investigaban a Daillet y a su grupo por el secuestro forzoso de una niña al cuidado de su abuela, a petición de la madre de la pequeña, a quien se le había retirado la custodia legal.

Lo más inquietante es que ninguno de estos dos episodios son hechos aislados. ¿Qué está pasando?

Un fenómeno en expansión

Este mes de enero, las autoridades alemanas y francesas han llevado a juicio a varios miembros del movimiento Reichsbürger por "fundar una organización terrorista nacional", "preparar un acto de alta traición" contra el Gobierno y "un acto grave de violencia con peligro para el Estado", que incluía el secuestro del ministro de Salud alemán Karl Lauerbach, en el primer caso. En el segundo, por conspirar para apuñalar al presidente francés, Emmanuel Macron, durante una visita al nordeste del país en 2018. Lo asombroso es que ni los primeros son miembros de la red de Heinrich XIII ni los segundos de la de Daillet, sino que se trata de grupúsculos diferentes.

El Confidencial, además, ha podido encontrar ejemplos similares en Austria, donde otro grupo del llamado movimiento Staatenbund (equivalente al Reichsbürger alemán) había tratado de incitar a miembros del ejército a cometer un golpe de Estado en 2017, y en Australia, donde en 2021 se detuvo a un hombre de Perth que había fingido ser un agente de policía para tratar de formar un cuerpo paralelo de oficiales con el propósito de "derrocar al Gobierno" y arrestar a parlamentarios "traidores". Es decir, tenemos al menos media docena de ejemplos en los que organizaciones de corte mesiánico y ultraconservador, con un pie fuera de la realidad, conspiran para destruir violentamente el orden constitucional en sus países, que se suman a episodios como el asalto al Capitolio de EEUU en 2020 o la toma del Congreso brasileño hace apenas unas semanas.

"La extrema derecha grupuscular de nuestros días, con la consolidación de internet y el aumento exponencial de la actividad ultra en redes sociales, ha provocado un solapamiento de perfiles, referencias, modos de acción, etcétera", explica Arsenio Cuenca, investigador de movimientos ultraderechistas afincado en París. Con todo, recuerda este experto, "los individuos que componen esta nebulosa guardan cierto parecido con la ultraderecha terrorista de antaño. En el caso de Francia, el ejemplo más claro es el de la OAS", dice a El Confidencial.

Cuenca se refiere a la llamada Organización del Ejército Secreto, un grupo terrorista compuesto por militares galos de alto rango, activo durante los años de la guerra de Argelia y la época inmediatamente posterior, que entre otras cosas trató repetidamente de asesinar al general Charles de Gaulle por la "traición" que cometió al negociar la independencia del territorio norteafricano. "Gran parte de los grupos de extrema derecha desarticulados en Francia a día de hoy están compuestos igualmente por miembros de las fuerzas del orden (ejército, gendarmería, policía...). Al mismo tiempo, otro grupo terrorista ultra desarticulado en 2021, que tenía como objetivo atentar contra musulmanes o el líder de LFI, Jean-Luc Mélenchon, llevaba el mismo nombre", explica.

La radicalización de la ultraderecha digital

¿A qué se debe que este tipo de conspiraciones se estén produciendo justo ahora, tan cercanas en el tiempo unas de otras, en lugares diferentes? Cuenca explica que "estamos presenciando una radicalización considerable del campo ultra. Sus ideas están cada vez más presentes en el debate público, banalizadas. En EEUU, por ejemplo, miembros vinculados a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se sienten interpelados por los discursos que tratan de amenaza comunista al Gobierno del presidente Joe Biden, incitándolos a la acción", comenta.

La principal diferencia, sin embargo, estriba en el contexto digital, que ha favorecido un pensamiento conspiranoico que ha penetrado con fuerza entre quienes se ven a sí mismos como "librepensadores" y "contra las corrientes dominantes de la corrección política", como a menudo sucede en círculos ultraderechistas. No es casual que en países como Alemania se haya producido un solapamiento entre las redes antivacunas, los Querdenker o negacionistas del covid-19, el fenómeno QAnon y aquellos que rechazan la autoridad del Estado y sus imposiciones. Y, cuando los movimientos anticiencia se fusionan, además, con aquellos que no solo rechazan la democracia, sino que, en algunos casos, están dispuestos a utilizar la violencia para imponer sus ideas, el cóctel resultante es explosivo.

Algunos expertos, de hecho, consideran que el factor del pensamiento conspiranoico es el que más importancia tiene en este fenómeno. "Mientras las autoridades y los políticos alemanes poseen una comprensión profunda de algunas de las variantes del extremismo de ultraderecha, así como del extremismo islámico, todavía se tiene que salvar la brecha del concepto de terrorismo conspiratorio", señala el analista Thomas O. Falk en un reciente artículo en la revista Foreign Policy.

El crecimiento de la amenaza, en cualquier caso, es meteórico. En 2018, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución cifraba el número de miembros del movimiento Reichsbürger, que no deja de ser un término paraguas para aquellos individuos que no reconocen la legitimidad del moderno estado alemán, en 15.600. Para este año, el número ha crecido hasta los 23.000, de los cuales, según estiman los servicios de inteligencia alemanes, unos 2.100 están dispuestos a utilizar la violencia. Este movimiento estaba considerado como inofensivo —cuyos miembros hacían poco más que negarse a pagar impuestos y emitir sus propios pasaportes—, hasta que en 2016 uno de ellos se resistió a un arresto durante una redada y disparó contra la policía, matando a un agente e hiriendo a otros cuatro.

Erosión democrática y fabulación violenta

"Las detenciones en Alemania arrojaron luz sobre el creciente movimiento antidemocrático en el país, ejemplificado en el momento en el que manifestantes motivados por el escepticismo hacia el covid, por conspiraciones y por un sentimiento antigubernamental asaltaron el Reichstag. Aunque fueron rápidamente repelidos, el simbolismo no pasó desapercibido para aquellos que entienden la historia de los movimientos antidemocráticos", escribe la consultora de inteligencia privada The Soufan Group, especializada en terrorismo y extremismo violento, en un reciente análisis.

"Hay preocupaciones legítimas de que lo que puede empezar como un comportamiento antidemocrático o antigubernamental puede evolucionar y fusionarse con conceptos como el aceleracionismo para incrementar la probabilidad de complots para atacar a políticos, una perspectiva que ya ha impactado directamente a Alemania", prosigue el documento. El aceleracionismo es una corriente política que busca generar caos para acelerar el colapso del sistema actual y permitir el nacimiento de uno nuevo, una corriente que tiene presencia tanto en la extrema izquierda y el ecologismo radical como en la extrema derecha.

Algo similar sucede en la vecina Francia, en un contexto si cabe aún más inestable. "Creo que en Francia existe una importante voluntad contestataria que puede derivar en una violencia alienante. Lo vimos con el movimiento de los chalecos amarillos o con las agresiones que ha sufrido el presidente Emmanuel Macron en este último año", señala Cuenca. "Del mismo modo, en Francia hay un problema de aprovisionamiento de armas, así como un número mucho más reducido de extremistas violentos dispuestos a pasar al acto, en comparación con otros países europeos como Alemania", indica.

En ese sentido, EEUU, debido al enorme número de milicias organizadas y la facilidad de acceso a las armas, es el país en el que los expertos consideran que es más probable que se produzca un estallido violento motivado por estos mismos factores. En 2020, el FBI consiguió abortar los planes de un grupo de milicianos que se preparaban para secuestrar y asesinar a la gobernadora del estado de Míchigan, Gretchen Whitmer, por las restricciones impuestas por esta en espacios públicos durante la pandemia del coronavirus. El lema del grupo era: '¡Liberen Míchigan!'.

España tampoco está exenta de este tipo de riesgos, como muestra el caso de Manuel Murillo, el vigilante de seguridad que en 2018 fantaseó con matar al presidente Pedro Sánchez con un rifle de francotirador, y que la pasada primavera fue condenado a siete años y medio de cárcel por estos hechos. Murillo, de hecho, comparte muchos rasgos con los individuos y grupos descritos a lo largo de este artículo, como su formación en seguridad, su ideología ultraconservadora y su tendencia a la fabulación violenta.

¿Podría un complot como los descritos arriba llegar a derribar el orden constitucional en una democracia occidental? Por ahora, las instituciones, a ambos lados del Atlántico, han logrado resistir todos los embates, cuando no anticiparse a los planes de los conspiradores. En general, por el momento, todos estos planes violentos han sido vistos como poco realistas y, en cualquier caso, con escasas posibilidades de llegar a alterar un sistema que se está demostrando mucho más robusto de lo que creen sus detractores. Pero, precisamente, esa desconexión de la realidad en quienes están dispuestos a llevar a cabo sus fantasías radicales no los hace menos peligrosos, sino todo lo contrario.

El Confidencial (España)

 



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