Los historiadores confirman que la Rus de Kiev, alumbrada en el siglo IX d.C., fue el germen de ambos paÃses.
Pues no, la historia de Rusia no fue alumbrada en la
Moscú de las cúpulas de bulbo ni en en las costas de San Petesburgo. El origen
más remoto del país que rige hoy Vladimir Putin se halla en la misma tierra
donde se cuece a fuego lento el siguiente conflicto internacional: Ucrania. Los
historiadores coinciden en que fue allí donde diversas tribus eslavas, finesas
y bálticas formaron el germen de lo que, en el siglo IX d.C., fue llamado la
Rus de Kiev. De ella bebieron en los siglos posteriores los pueblos que podrían
enfrentarse hoy a base de fusil y carro de combate.
Aunque en la actualidad todavía genera controversia la
idea de que el origen de ambos pueblos fue común –algunos lo consideran una
aberración– historiadores como Paul Bushkovitch la suscriben.
En sus obras, el catedrático es partidario de que este
estado nacido en el siglo IX fue el antecesor de unos y otros, y hasta tiene
clara su etimología: «Rus era el nombre que sus habitantes se habían dado a sí
mismos, y Kiev su capital».
Por su parte, el también catedrático Carlos Junquera
Rubio corrobora en 'Las raíces que dieron vida a Rusia' que, para estos dos
países, la Rus ocupa un lugar análogo al que en el pasado de España y Portugal
suponen la Hispania romana o el Reino Visigodo.
Rusia antes que Rusia
La Rus de Kiev existió como estado único hasta el siglo
XII. Antes, sin embargo, esta confederación de tribus medievales prosperó hasta
convertirse en una potencia a nivel comercial. Pronto llegaron hasta
Constantinopla, Estambul y la capital del Imperio Bizantino. Según narra la '
Crónica Néstor' –la fuente más antigua que habla de este período– llegó a
establecer con Bizancio un acuerdo entre iguales. Y eso solo en principio, ya
que también terminaron por adoptar su religión: el cristianismo ortodoxo. El
Velikii Knyaz Vladimir I fue quien inició la conversión en el 988; al parecer,
para aunar bajo su cetro el poder político y religioso. A la postre se hizo
patente con la llegada del Cisma de Oriente en el 1054.
Pero toda historia llega a su fin y, tres siglos después,
la llegada de los mongoles hizo que la Rus de Kiev se desintegrara en una serie
de principados autónomos gobernados por una única dinastía: la Rurikida. De
ella emanaron, cual afluentes, una infinidad de Rus o pequeños estados. Entre
ellos, el de Vladimir, el de Galitzia-Volynia, la República de Nóvgorod o el de
Polotsk. Este último, considerado el antecesor de la futura Bielorrusia.
Diferentes sobre el papel y los mapas, en realidad todos
contaban con una misma religión, lengua y cultura. Junquera, de hecho, sostiene
que al calor de estos nuevos pueblos empezaron a forjarse las naciones actuales
del este de Europa.
La presencia mongola se extendió durante trescientos años
de vasallaje y destrucción. Aunque de forma diferente entre los territorios que
hoy corresponderían a Ucrania y Rusia. Mientras que los primeros fueron
reducidos a cenizas y padecieron una severa despoblación, los segundos
escaparon de la debacle y pudieron sobrevivir a golpe de pagar tributos. Lo
hicieron gracias al olfato político de príncipes como Alexander Nevski, que
solo ansiaban que llegara el momento en que pudieran devolver el golpe al
invasor. La venganza arribó en el siglo XV, cuando Nóvgorod y Moscú hicieron
que se tambaleara el poder y se alzaron como potencias en la región. Así nació
la futura Rusia.
Nace Ucrania
Mientras aquella primera Rusia luchaba su particular
guerra, otro tanto hacía la futura Ucrania. Su origen más cercano se halla
siglos después de la desintegración de la Rus de Kiev. En 1648, una alianza
formada por cosacos, tártaros y campesinos logró expulsar a los invasores que
se habían establecido en los territorios que hoy componen el país. Fundaron un
estado independiente, pero tuvo una vida efímera. Poco después, la zona acabó
dividida entre los dos grandes imperios de la región: el ruso y el astrohúngaro.
Su estatus no cambió a grandes rasgos hasta el siglo XX, cuando la zona se
repartía entre la Unión Soviética y Polonia.
A partir de aquí comienzan unos años turbios y agitados.
Tras la caída del zarismo, los sóviets invadieron parte de los territorios de
Ucrania en la primavera de 1918. Hasta 1920, el país fue un hervidero de
tensiones entre los partidarios de la revolución comunista y aquellos que
optaban por el nacionalismo. Ganaron los primeros y, en 1922, la región se
convirtió en una de las fundadoras de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. La llegada de la Segunda Guerra Mundial y el avance sobre Polonia
permitió a Iósif Stalin sumar a su particular imperio rojo la Ucrania
Occidental –formada por Checoeslovaquia, Polonia y Rumania– y hasta ampliar sus
fronteras.
Huelga decir que Ucrania no fue el ojito derecho del
dictador comunista. Más bien lo contrario. Desde que ascendiera al poder, las
políticas económicas de Stalin se llevaron por delante a unos cuatro millones
de ucranianos por culpa del famoso Holodomor y las limpiezas étnicas. Amén de
la lucha contra lengua local. Y de aquellos polvos estos lodos. Tras el colapso
de la Unión Soviética, Ucrania se independizó en 1991. Aunque eso no le ha
granjeado tranquilidad, pues desde entonces el país se ha dividido entre
aquellos que apoyan abrazar a Rusia y los que apuestan por reorientar su
política hacia Occidente.