Hay algo que no cuadra. Los dos principales productores de petróleo del mundo planean una reducción en su consumo de petróleo.
Estados Unidos ya lo puso de manifiesto a través de su
presidente Joe Biden, pero el plan que más sorprende es el de Arabia Saudita.
El ministro de energía de esa nación reveló que sus
habitantes se engancharán de la estrategia europea de descarbonización por la
vía del hidrógeno, su meta es que la mitad del país dependa de energías
renovables como para el final de esta década, el resto vendrá del gas, advirtió
Abdulaziz Bin Salman, príncipe árabe.
¿De qué habla este funcionario millonario? Del camino que
siguen naciones como Alemania a través de empresas como Siemens que desarrolla
proyectos de hidrógeno hasta en Chile.
El hidrógeno es abundante en el planeta, mucho más que el
petróleo. El problema está, entre otros obstáculos, en separarlo del agua de mar.
Es necesaria mucha electricidad, tradicionalmente cara.
Pero resulta que ahora hay electricidad barata
proveniente de la energía del viento, misma que sirve para producir hidrógeno y
éste puede utilizarse cuando no hay viento, creando un ciclo virtuoso.
¿Es pura bondad la de los árabes eso de marginar su
petróleo en favor de la energía limpia? Es como si el panadero de pronto
promoviera las ensaladas en detrimento de sus bolillos.
Sucede que los europeos tienen muchos incentivos para
acelerar la descarbonización, está ahí el propósito de detener el calentamiento
global, pero otro muy relevante consiste sacudirse la constante amenaza que
supone tener a Rusia como principal proveedor de hidrocarburos. Sin esos
recursos, Europa se detiene.
Aparentemente los árabes buscan una mejor relación con
sus mayores clientes en lugar de optar por el camino de la intransigencia.
Tienen dinero para invertir y además, los chinos pusieron
en barata para el mundo los aerogeneradores y los paneles solares desde hace
tiempo.
El plan árabe de descarbonización pasa también por un
proyecto de 500 mil millones de dólares que en otra circunstancia parecería una
locura: es NEOM, una zona económica instalada en una nueva ciudad lineal y
futurista de 170 kilómetros de longitud, llamada La Línea, que pretende unir
pequeñas poblaciones peatonales en el desierto.
“Con cero coches, cero calles y cero emisiones de
carbono”. La idea fue anunciada así hace un mes por el príncipe heredero
Mohammed bin Salman, de 35 años de edad, durante una atípica aparición
televisiva.
La mitad de esa ciudad lineal que albergará a un millón
de personas tendrá vista al Mar Rojo y en su otro extremo se integrará al
desierto.
El transporte público planeado para el proyecto permitirá
viajar de un lado a otro en 20 minutos mediante un Hyperloop construido muy
posiblemente por Virgin, de Richard Branson.
“¿Por qué debemos sacrificar la naturaleza en aras del
desarrollo?”, dijo el príncipe Mohammed bin Salman. “Necesitamos transformar el
concepto de una ciudad convencional en el de una ciudad futurista”.
De paso, los árabes se harán de nueva tecnología en la
construcción de ciudades, misma que hasta en México sigue respondiendo a
estándares de la Roma antigua. La apuesta les permitiría vender algo de lo que
aprendan, tal como los chinos pasaron de ensamblar teléfonos, a construir redes
de telecomunicaciones marca Huawei en países como México.
El argumento tiene números: De acuerdo con BP, Arabia
Saudita emite 580 millones de toneladas de bióxido de carbono cada año, debido
en gran medida a su actual consumo de energía, algo similar a lo que contamina
Canadá, con 556 millones; o México, con sus 455 millones que equivalen a las
emisiones de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y Perú juntos.
China, Europa, Estados Unidos, las economías más
poderosas, establecieron estrategias de reducción de emisiones porque no
hacerlo significa ya costos políticos a sus líderes de gobierno y de empresa,
ante sociedades que presionan fuerte para que eso suceda pronto. Arabia
seguramente quiere evitar problemas políticos o futuros embargos económicos de
sus vecinos por esta causa.
*** Jonathan Ruiz Torre: El autor es director general de
Proyectos Especiales y Ediciones Regionales de El Financiero