La creciente tensión con EEUU desata una carrera para forzar la alineación de los países que dudan en tomar partido. El modelo chino avanza y muchos lo ven como alternativa para el desarrollo. “Estados Unidos ha perdido. Me he realineado con la ideología china”, sentenció Duterte durante una visita de Estado a Pekín en 2018.
Mentar la Guerra Fría está de moda. Y no por capricho. En
una entrevista con The Economist, el propio secretario general de Naciones
Unidas, Antonio Guterres, reconoció que el mundo camina rápidamente hacia una
bipolaridad similar a la que marcó el enfrentamiento entre Estados Unidos y la
Unión Soviética. La principal diferencia es que, ahora, el bloque comunista
está liderado por China, uno de los pilares de la globalización, y que sus
aliados no se limitan a los de la esfera geográfica e ideológica más cercana y
mantienen complejas relaciones de interdependencia con países del bloque rival.
“Las tres principales potencias [Estados Unidos, China y
Rusia] tienen una relación muy disfuncional, y eso dificulta que el Consejo de
Seguridad tome decisiones adecuadas para afrontar las crisis a las que nos
enfrentamos”, comentó Guterres. “En la Guerra Fría, las dos superpotencias se
enfrentaban en un conflicto que, a pesar de todo, era predecible. Pero, ahora,
la situación es mucho más complicada y resulta más difícil lograr que los
países respeten las reglas”, añadió el exprimer ministro de Portugal, quin
incidió en la necesidad de reformar la ONU para evitar que viva en un eterno
bloqueo.
En Pekín tienen claro que el culpable de todo es Donald
Trump. “Algunas fuerzas extremistas en Estados Unidos han creado conflictos
ideológicos y están forzando a los países a tomar partido en un nuevo
Macartismo. Su objetivo es provocar tensión e inestabilidad”, afirmó el
ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, en una conversación con su
homólogo vietnamita, Pham Binh Minh. “Estados Unidos ha perdido la cabeza, la
moral, y la credibilidad”, había dicho anteriormente Wang en otra conversación
telefónica con el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov.
En Washington, la misma historia se cuenta de forma muy
diferente. No en vano, allí su secretario de Estado, Mike Pompeo, pronunció el
pasado día 23 uno de los discursos más críticos con China, a la que considera
la mayor amenaza para la democracia. “Si hincamos ahora la rodilla, los hijos
de nuestros hijos estarán a merced del Partido Comunista de China”, afirmó
después de hacer un llamamiento a la unidad del “mundo libre” para hacer frente
al gigante asiático, con el que cada vez tiene más conflictos: desde el
rifirrafe diplomático provocado por el reciente cierre recíproco de consulados
en Houston y Chengdu, hasta las batallas comercial y tecnológica, pasando por
tensiones bélicas en las aguas del Mar del Sur de China. Incluso Ecuador se ha
convertido en campo de batalla de las dos superpotencias por la presencia de
cientos de barcos pesqueros chinos en el límite de su Zona Económica Exclusiva,
que el gobierno norteamericano se ha ofrecido a proteger.
Apoyos en el 'eje del mal'
Es evidente que las dos principales economías mundiales
están tratando de sumar aliados entre quienes todavía no han tomado partido o
dudan a la hora de hacerlo para ganar fuerza. Washington ya ha demostrado su
poder de convicción con algunas victorias, como el veto al equipamiento 5G de
Huawei en el Reino Unido y en otros países de su esfera de influencia, pero la
actitud de Trump y la creciente influencia de Pekín impiden que la Unión
Europea se decante claramente por su gran aliado tradicional. Mientras tanto,
China continúa sumando apoyos entre el antiguo ‘eje del mal’.
El mejor ejemplo es el acuerdo económico y de seguridad
alcanzado con Irán. Según el borrador de 18 páginas acordado por ambos países,
China invertirá nada menos que 400.000 millones de dólares en el país persa -280.0000
millones en el sector energético- en el próximo cuarto de siglo, período en el
que Teherán venderá a Pekín petróleo a un precio de ganga. Y ambos países
colaborarán en asuntos de Defensa, lo cual ofrece a China un punto de anclaje
en una región clave y a Irán un escudo disuasorio frente a Estados Unidos.
Una vez más, los líderes comunistas aseguran que se trata
de un trato ‘win-win’, término utilizado a menudo en la retórica empresarial
para referirse a un beneficio mutuo: Irán encuentra una válvula de escape para
librar presión en una economía lastrada por las sanciones americanas, y China
se asegura suministro energético y un importante aliado político a lo largo de
la Nueva Ruta de la Seda, el megalómano plan del presidente Xi Jinping para
vertebrar el mundo de forma alternativa a la planteada por los tradicionales
poderes coloniales de Occidente.
De forma paralela, China también está impulsando su
siempre compleja relación de amor y odio con Rusia. Y lo hace con otro plan
estratégico, el de la Ruta de la Seda Polar: es otra vértebra global que
descansa sobre un oleoducto de 3.000 kilómetros y 400.000 millones de dólares
de inversión para asegurar suministros y apuntalar la presencia china en el
Ártico, una región a la que geográficamente no tiene acceso pero que gana
importancia en las rutas marítimas debido a que el cambio climático facilita la
navegación.
“China ha cerrado acuerdos con empresas energéticas
rusas, ha abierto una gran Embajada en Islandia, ha financiado la construcción
de una línea ferroviaria hasta Finlandia, ha mejorado las relaciones con
Noruega, y está invirtiendo en Groenlandia para que sea más independiente de
Dinamarca”, explica Matteo Giovannini, financiero del banco ICBC, en un
artículo publicado por el diario oficial China Daily.
La decisión de Sophie
Pero si bien puede resultar sencillo para China cerrar
acuerdos con archienemigos de Estados Unidos como Irán, Rusia o Venezuela -a la
que proporciona armamento-, más difícil es convencer a estados sin una
afiliación clara. Y más aún lo es cuando Washington ha logrado forjar buenas
relaciones con ellos. Filipinas es uno de los que mejor reflejan la batalla de
las dos superpotencias por lograr la hegemonía mundial: tradicionalmente ha
sido un aliado de Estados Unidos, con el que tiene un acuerdo de defensa mutua,
pero, tras la llegada a la presidencia de Rodrigo Duterte -el Trump filipino-,
el país ha comenzado a hacerle arrumacos a China.
Hasta el punto de que, aunque en 2016 la Corte Permanente
de Arbitraje de La Haya falló a favor de Manila en el contencioso que la
enfrenta con Pekín en las aguas del Mar del Sur de China, Duterte no ha hecho
valer ese veredicto. A cambio, Filipinas ha cerrado acuerdos de exportación
para sus frutas tropicales y ha visto incrementar considerablemente el flujo de
turistas chinos. “China no crítica y es la única que nos puede ayudar”, aseguró
Duterte en una entrevista con Xinhua. “Estados Unidos ha perdido. Me he
realineado con la ideología china”, sentenció durante una visita de Estado a
Pekín en 2018.
Ahora, el controvertido presidente filipino, denostado en
el mundo occidental por su cruenta guerra contra las drogas, espera que la
amistad que ha forjado con China dé réditos en otro ámbito: “He suplicado a Xi
Jinping: ¿Podemos ser de los primeros en recibir la vacuna [del coronavirus]?
¿Podemos comprarla?”, informó el pasado día 27 durante el discurso del Estado
de la Nación, en el que también recordó la disputa territorial marítima. “China
lo reclama para sí, y nosotros también. Ellos tienen armas, nosotros no. Es así
de simple. Ellos tienen la propiedad. ¿Qué podemos hacer? Debemos declarar la
guerra, pero no me lo puedo permitir. No hay esperanza, y lo tengo que
admitir”, añadió. Así que, si no puedes vencer a tu enemigo, alíate con él.
Repliegue de EEUU
Algo parecido sucede con otros países del sudeste
asiático que tienen conflictos territoriales abiertos con China. Vietnam, por
ejemplo, cuenta con una afinidad ideológica que se resquebraja por culpa de
rencillas históricas que ambos países están tratando de limar. En los mares
orientales se libra una guerra de influencia y, tras el repliegue que ha
protagonizado Trump en su política exterior, Pekín gana terreno. “En Europa
también trata de dividir a sus estados miembros para debilitar la unión y
evitar así que el bloque gane poder de negociación”, explica un miembro de la
Cámara de Comercio Europea que prefiere mantenerse en el anonimato. “No tiene
más que ganarse el favor de algunos de los estados más necesitados para que el
consenso sea imposible y la UE tenga que bajar el tono de sus críticas o de sus
amenazas”, concluye.
China ha tenido también un éxito considerable en su
política de talonario. Lo ha demostrado con la estrategia, sobre todo en
América Latina y en el Pacífico, para arrebatar socios a Taiwán, una isla cuya
independencia cada vez reconocen menos estados. La fórmula es tan sencilla como
eficaz: si te pliegas al ‘principio de una sola China’ y dejas de reconocer a
Taipéi, haremos negocios y tu economía crecerá. Así ha ido logrando que países
como Panamá, las Islas Solomon o Kiribati hayan decidido cortar sus relaciones
diplomáticas con Taiwán para establecerlas con China, que, según la presidenta
Tsai Ing-wen, “utiliza presiones políticas y financieras para reducir el
espacio político de Taiwán en la esfera internacional”. Solo 14 países
reconocen la independencia de la antigua Formosa, ninguno tiene relevancia
global, y los analistas coinciden en que cada vez serán menos.
Las inversiones de Pekín y las infraestructuras que
construye, aunque en ocasiones son polémicas, también han servido para escorar
la balanza hacia sus intereses en África, el continente en el que más ha
aumentado su presencia. Solo entre 2015 y 2018, Pekín invirtió 299.000 millones
de dólares en la región subsahariana, y, en las dos últimas décadas, ha
ofrecido préstamos a los gobiernos del continente por valor de más de 130.000
millones. China construye infraestructuras vitales para el desarrollo, pero también
compra favores políticos. No es casualidad que la primera base militar fuera de
sus fronteras esté en Yibuti.
Ante la creciente tensión con Estados Unidos en todos los
frentes, todo apunta a que el Partido Comunista continuará estrechando
relaciones con el mundo en vías de desarrollo, que ve con esperanza su modelo
de desarrollo. “En Occidente a menudo se critica que China no anteponga asuntos
como los derechos humanos a los negocios. Pero no deja de ser una actitud
hipócrita si se tiene en cuenta que Estados Unidos cuenta entre sus aliados con
países como Arabia Saudí. China mantiene su principio de no injerencia en
asuntos internos de otros países, no se ha visto involucrada en ninguna guerra
desde 1979 [en Vietnam], y no tiene voluntad colonial”, explica en Shanghái un
profesor de Finanzas de la Universidad de Fudan que pide no revelar su
identidad. “Es lógico que vele por sus intereses. Y, si en ese proceso logra
que otros países desarrollen su economía, demostrará que otro modelo de
gobernanza global es factible”, apostilla.
https://www.elconfidencial.com/mundo/2020-08-05/china-compra-favor-mundo-vias-desarrollo-nueva-guerra-fria_2704203/