Los Estados Unidos están atravesando un momento particularmente difícil. En rigor están siendo muy fuertemente sacudidos por una ola de airadas y reiteradas protestas callejeras que los extremistas, tanto de izquierda como de derecha, organizan y llevan a cabo en las calles y plazas de sus principales ciudades, algunas las cuales desgraciadamente, tuvieron derivaciones violentas.
Con ese motivo, en el país del norte acaba de ocurrir
algo que realmente es inédito: un grupo de importantes ex comandantes militares
norteamericanos publicó una suerte de “solicitada”, en la que se oponen
expresamente a lo que llaman: “la politización de las fuerzas armadas
norteamericanas”. Porque, sostienen con razón, que ello “fragiliza” la relación
de los militares con la sociedad toda.
En primer lugar, el General Mark A. Milley, el jefe del
poderoso Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, cuestionó, y condenó
además -bien claramente- el liderazgo de su Presidente ante las protestas
populares que estallaron luego de la infame suerte corrida por George Floyd,
quien murió como un inesperado mártir.
Los cuestionamientos se vincularon, fundamentalmente,
contra la odiosa y evidente cuota de constante -y subyacente- discriminación
racial que, lamentablemente, aún afecta a una buena parte de la sociedad
norteamericana.
Frente a lo cual, para tratar de controlar las protestas,
Donald Trump amenazó de pronto con recurrir a las Fuerzas Armadas, si de
mantener el orden público se trataba.
Al propio tiempo, Trump de alguna manera hizo pesar su
autoridad, respondiendo negativamente a la sugerencia de cambiar los nombres de
algunas de las principales bases militares norteamericanas, que aún se
identifican en referencia a los apellidos de algunos líderes militares sureños
del país del norte, que sufriera una durísima guerra civil provocada por la
condenable institución de la esclavitud.
Lo mismo hizo el Secretario de Defensa, Mark T. Esper.
Estas posiciones específicas ocurrieron luego de que el
mencionado general Milley, vestido con uniforme militar de fajina, acompañara,
entre otros, a Trump en su breve -pero
desafiante- paseo personal frente a la conocida y emblemática iglesia episcopal
de San Juan, emplazada en la Plaza Lafayette, muy cercana a la Casa Blanca,
portando un ejemplar grande de la Biblia en sus propias manos, en actitud
propia de un profeta.
Poco tiempo después de todo ello, Trump concurrió, como
es ciertamente habitual, a la impactante ceremonia de graduación de los nuevos
oficiales del ejército de su país, que se llevó a cabo en la sede de la
Academia de West Point, pronunciando allí un discurso, con tono más bien
conciliador y unificador. Destacando, de paso, una verdad sumamente importante:
los EEUU tienen hoy las Fuerzas Armadas más poderosas de toda su larga historia
y del mundo.
Curiosamente, el modo cadencioso -y más bien lento- de
caminar del actual presidente norteamericano en esa ceremonia, excesivamente
cauto al tiempo de dar un paso en su camino al podio, motivó alguna
preocupación pública respecto de su verdadero estado actual de salud.
El particular diálogo mantenido entre el presidente
norteamericano y sus militares al que nos hemos referido, recordó a todos por
igual que, para no actuar a la manera de “travestis”, los militares
norteamericanos deben empeñarse decididamente en defender -a brazo partido- a
su propia Constitución y no a los que, de pronto, aparecen como
circunstanciales líderes políticos, respecto de los cuales deben
-ideológicamente, al menos- mantener su independencia.
El actual director de esa muy respetada institución
educativa militar que es West Point, que tiene ya nada menos que 218 años de
historia sobre sus hombros, es actualmente un hombre de color. Lo que es todo
un símbolo. Positivo, naturalmente.
Lo sucedido puede tenerse como una reiteración de la
importante definición social prevaleciente en el país del norte acerca de cómo
debe, efectivamente, ser y manejarse la compleja relación de los militares
norteamericanos con la sociedad a la que ellos ciertamente sirven y pertenecen
y por la que deben combatir, eventualmente. De cuya actividad política ellos
deben tratar de permanecer esencialmente excluidos. Al costado, entonces. Para
no herir la delicada pero esencial, sensación de respeto recíproco y confianza
mutua que debe idealmente imperar entre ambos grupos.
Las elecciones
Mientras tanto, los EEUU caminan raudamente hacia la
elección presidencial del próximo mes de noviembre, que será previsiblemente
muy reñida.
Hoy Joe Biden, el candidato opositor, lleva alguna clara
ventaja sobre Donald Trump y las encuestas de opinión hoy sugieren entonces que
Donald Trump no será reelecto. Pero lo cierto es que nada está aun
definitivamente escrito al respecto y que, respecto de los eventuales
resultados electorales, todos los escenarios siguen aún siendo posibles.
Pero los EEUU –reitero- lucen hoy bastante inquietos.
Esto es disconformes con su presente e inseguros respecto de su futuro
inmediato como nación.
Frente al mundo, parecieran estar ya inmersos en el
inicio de una previsible e incómoda línea de decadencia en materia de liderazgo
e influencia respecto de las demás naciones.
Mientras tanto, el eje del poder efectivo del mundo,
político y económico, se ha desplazado ya del Atlántico al Pacífico, desde hace
rato, por cierto. El timón del poder no es ya monopolio norteamericano. Está,
cada vez más, siendo compartido con otras naciones.
***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República
Argentina ante las Naciones Unidas