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26/05/2020 | Opinión - China endurece su diplomacia

Emilio Cárdenas

La terrible explosión de la pandemia le ha hecho, en poco tiempo, mucho daño a la imagen externa de China. El gobierno del autoritario país oriental, con crecientes pretensiones hegemónicas que apuntan a eclipsar a los Estados Unidos, no sólo no reaccionó a tiempo frente a la enorme gravedad de lo que sucedía en la ciudad tecnológica de Wuhan, sino que, aún peor, se demoró en informar debidamente al resto del mundo acerca de la previsible propagación del muy peligroso virus corona, poniendo así en riesgo a la comunidad internacional toda, como ya es, desgraciadamente bien evidente. Le guste o no a China.

 

Como consecuencia del impacto externo de la pandemia, la cara de la diplomacia china y, fundamentalmente, los tonos de sus mensajes han cambiado, endureciéndose. Mucho. Ya no prevalece siempre la tradicional cortesía, que no alcanza en el diálogo sobre el patológico estado actual de cosas, sino más bien una actitud bien distinta, con tonos claramente intimidatorios, muy subidos, que no le hacen nada bien al coloso oriental. Esos tonos, de alguna manera, ya habían aparecido, aunque con mucho menos fuerza, en la crisis financiera de 2008.

Cuando algún país hoy reclama, con una lógica impecable, una investigación confiable y trasparente acerca de lo sucedido en China, ciertamente para poder enfrentar -todos juntos- el futuro en materia de sanidad pública con mejores armas, China se indigna y contragolpea duro. Amenaza. Sube los tonos. Protesta. Endurece sus mandíbulas.

Como lamentablemente acaba de suceder recientemente con Australia, donde los chinos (en aparente represalia por el explicable pedido de transparencia del primer ministro local) han dejado de comprar carne a cinco frigoríficos exportadores australianos, con los que China últimamente comerciaba muy activamente, porque el buen premier australiano se animó a pedir explícitamente una investigación internacional e independiente sobre lo acontecido en Wuhan.

 Mientras, al propio tiempo, con aspecto de fea presión, China pide apoyos explícitos a otros Estados, en todo el mundo. Como el que, a su pedido seguramente, le acaba de dar nuestro propio país.

La desconfianza del líder chino, Xi Jingping, hacia Occidente es profunda y muy conocida, así como de vieja data y ha sido evidente desde 2009, cuando aún no estaba en la cima de su gobierno y hubo reacciones adversas por el desastre humanitario generado el año anterior con la represión violenta a los estudiantes que protestaban, en defensa de sus libertades personales, en la Plaza Tiananmen, en Beijing.

Para Xi, China no debe esconder más su enorme peso específico, en un mundo en el que indiscutiblemente ya es, con Estados Unidos, uno de los dos ejes principales. Debe, en cambio, imponer su propia narrativa. La que le convenga.

Lo que es ya muy evidente con el claro endurecimiento chino frente a los insistentes y justificados reclamos de los habitantes de Hong Kong, en defensa de sus cada vez más amenazadas libertades individuales.

Y con los destemplados reclamos que China hace ahora en Europa, incluyendo a la propia Alemania, ante lo que supone es una inexplicable hostilidad que supuestamente prevalecería en el Viejo Continente. En palabras del propio Xi: ``¿Si no exportamos revoluciones, ni pobreza, ni hambre, y no generamos problema alguno, cual es, entonces, la razón de sus quejas?''.

Para peor, Estados Unidos ha cambiado abruptamente de posición con la llegada de Donald Trump a la presidencia y hoy define abiertamente a China como ``el principal enemigo estratégico'' en materia de seguridad. Y quiere dejar bien en claro la existencia de una clara división de aguas en materia de poder, con dos visiones disímiles. 

Lo antedicho acaba de ser confirmado por una encuesta del Pew Research Center que muestra que nada menos que el 60% de los norteamericanos no confían en las actuales autoridades chinas. Ocurre que las tensiones son muy visibles y que la rivalidad ha crecido significativamente en los dos últimos años. La notoria brecha ideológica es cada vez más profunda, pese a que es evidente que hay asimismo algún grado de convergencia económica y, particularmente, en materia comercial.

La pandemia no sólo no ha dado lugar a más cooperación e intimidad entre las superpotencias, sino que ha puesto en evidencia una preocupante y creciente rivalidad. Una brecha, entonces. Cada una de ellas cree, genéricamente, que su propio modelo político y económico, es el desiderátum para todos los demás.

Quizás sea la integración económica de muchos sectores industriales y la que también existe en materia de servicios, la que, como una suerte de extendida red de matrimonios de conveniencia, funcione a la manera de prudente freno, para tratar de calmar las aguas, dado que, en el plano de las ideologías y de la política las ostensibles diferencias amenazan con desmadrarse, alimentadas algunas veces por las presiones que llegan desde el plano de la geopolítica. Una renovada tensión afecta hoy a la delicada relación bilateral.

Las inversiones chinas en Estados Unidos están en los niveles más bajos desde 2009. Lo mismo, en espejo, está ocurriendo con las inversiones norteamericanas en China. Una ola de frío parece haberse apoderado de la relación bilateral. Y ambos países, en el Mar del Sur de China, han aumentado su presencia militar, a la manera de silencioso desafío recíproco. La situación tiene un aire de peligrosidad. 

***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

http://www.laprensa.com.ar/489234-China-endurece-su-diplomacia.note.aspx

 

La Prensa (AR) (Argentina)

 



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