En la República Popular China sólo el Partido Comunista está oficialmente autorizado a pensar y, como consecuencia, su opinión no puede ser discutida, sino que debe ser siempre aceptada.
Allí ocurre lo que, salvando las distancias, sucede
también en la Iglesia Católica respecto de las llamadas
"cuestiones
de dogma". Se entiende por dogma una verdad absoluta, y
absolutamente segura, sobre la cual no puede flotar ninguna duda o
cuestionamiento. La opinión del Partido Comunista, cuando es dogmática, no
admite sino las interpretaciones oficiales. Ninguna otra.
Por lo antedicho, la libertad de prensa no existe en
China, lo que está generando dificultades enormes en el proceso de
incorporación de Hong Kong que hoy está en curso. Porque la población local,
acostumbrada a gozar de ella, no quiere ser despojado de ella.
CONTROL TOTAL
El control sobre la opinión es total. Por ello se extiende a las universidades
chinas, respecto de las cuales el Estado suprime la libertad de expresión,
mantiene un evangelio único, en un esfuerzo por tratar de controlar las mentes
no sólo dentro de sus propias fronteras, sino también en las universidades de
otros países.
Esto último genera resistencias, porque la vitalidad
de las universidades dependen esencialmente de la libertad de opinión y de la
libertad de expresión. Esto es así, particularmente en el campo de la
investigación, en el que el nivel de excelencia depende del intercambio abierto
en materia cultural. Sin posibilidad de crítica y sin discusión libre en el
plano de las ideas, es muy difícil concebir la labor universitaria. Casi
imposible, más bien.
Pese a lo antedicho, China permite a sus ciudadanos
estudiar en el exterior, incluyendo en las universidades occidentales, pero
supervisa muy de cerca las actividades de sus estudiantes expatriados, a los
que impone la obligación de pertenecer a asociaciones que los aglutinan, de las
que sólo pueden ser miembros los ciudadanos chinos. Esas asociaciones están muy
controladas por el Estado.
Además, obliga a sus estudiantes expatriados a informar sobre lo que ocurre en
sus respectivos centros de estudios, que "pueda ofender la sensibilidad política china".
Como si eso fuera poco, en algunos consulados chinos se entrena a los
estudiantes sobre formas y mecanismos para interrumpir discursos y eventos en
los que se predique una opinión sobre China diferente de la oficial.
Cuando un activista chino contrario a las posiciones de su gobierno sale al
exterior, sabe perfectamente bien que puede quedar sometido a fórmulas
intimidatorias. Y advierte cuales son los riesgos que, consiguientemente,
corre.
Los estudiantes chinos expatriados son convocados a
dar la bienvenida a los funcionarios de su país que visiten las universidades
extranjeras en las que ellos están enrolados. A coro.
Los consulados chinos están asimismo especialmente alertas respecto de todo lo
que pueda tener que ver -en su respectiva jurisdicción- con los chinos de etnia
uigur o taiwanesa. A los últimos se los persigue especialmente cuando defienden
lo que consideran es "su propia y distintiva identidad", postura
sobre la que el Estado chino sostiene que "hiere sus sentimientos".
Ha habido algunos casos en los que los estudiantes
chinos presionaron fuertemente a sus profesores para que cambiaran sus visiones
sobre China, cuando ellas son especialmente críticas. Lo mismo ocurre con la
labor de investigación de algunos expatriados chinos. El Estado chino todo lo
supervisa, de cerca, cuando se trata de sus ciudadanos en el exterior.
En su insistencia por controlar estrictamente la
libertad de opinión, las autoridades chinas presionan hasta a sus propias
universidades para que reformen sus documentos constitutivos, proclamando
específicamente en ellos su fidelidad a las ideas del presidente Xi Jinping y
del Partido Comunista chino.
LA REACCION
Contra esto último ha habido ya manifestaciones estudiantiles en algunas
universidades de Shanghai. Los estudiantes responden cantando himnos en los que
se ensalza la independencia universitaria y la libertad de pensamiento en
actitud de discreta confrontación.
En este momento hay un esfuerzo oficial, sistemático,
que procura reemplazar la noción de libertad de opinión por aquella que
predica, en cambio, "la necesidad de armar al cuerpo de profesores y a sus
alumnos con el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo a la china, que
caracteriza a una nueva era".
El plano cultural no ha podido sustraerse, queda
visto, de la política de culto a la personalidad que promueven insistentemente
Xi Jinping y sus colaboradores desde su acceso al poder, a fines del 2002.
Constantemente. La presión por consolidar esto es tan grande que el Partido
Comunista ha incluido frases que sintetizan el pensamiento del actual
presidente del país en la propia Constitución.
Quienquiera desafíe esta constante política oficial se expone enseguida a
sufrir represalias. Particularmente en los campos universitarios, respecto de
los cuales el Estado chino se mantiene particularmente vigilante. Quizás porque
no puede olvidar que, detrás de los acontecimientos en la plaza de Tiananmen,
en 1989, estaban algunos activistas universitarios que procuraban aumentar el
margen de libertad personal de su sociedad, en su conjunto. Y ellos no han
desaparecido, sino que han crecido en número y actividades.
El gobierno chino parece aferrado a aquello de que las
opiniones son como los clavos, esto es que cuanto más se golpea con ellas, más
penetran. Sin advertir, en cambio, que mala opinión es aquella que no puede
mudarse.
* Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República Argentina ante las
Naciones Unidas