El sábado pasado Diario Exterior publicó un estudio de la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO), que revelaba la alta incidencia que las remesas enviadas por los bolivianos en el exterior tenían para esa economía nacional. El aporte en divisas llegaba a equiparar (y superar) a sectores clave del mercado boliviano y constituía en una fuente indispensable de recursos financieros.

La evidencia mostrada por el informe es concluyente y arroja pistas para descifrar el estado socioeconómico del país. En primer término, los aportes que llegan son producidos externamente, lo que implica que una vasta porción de recursos y mano de obra boliviana está produciendo bienes, servicios, o lo que fuera, más allá de las fronteras nacionales. Lo que llega al país es solamente una porción de lo que esos bolivianos producen en otros países, que se benefician con el consumo y los bienes y servicios que allí producen.

En segundo término, que las remesas externas sean gravitantes en una economía no es necesariamente malo (siempre es bueno el ingreso de capitales) pero es infinitamente menor a lo que un verdadero proceso de desarrollo podría proporcionar.

Los recursos de las remesas son importantes para economías pequeñas, pero incomparables con los que la inversión productiva directa puede aportar. La producción genuina de riquezas puede llegar más ciertamente, a través de la explotación de los propios recursos y de una "absorción" cada vez mayor de la mano de obra local en ese proceso.

Pero mientras el sector financiero se vea desahogado por las remesas y no por el valor de su propia producción, pues es probable que los problemas continúen, y aún se acentúen (es interesante el planteo que hace Fareed Zacaría, en su libro "El Futuro de la Libertad" sobre el efecto contraproducente que genera en algunos país el contar con recursos no generados por su propia disposición a producir).

La pegunta que cabe hacerse entonces es: ¿está el Gobierno de Morales trabajando para mitigar esta realidad? ¿Está trabajando en una estrategia de incorporación genuina de recursos? ¿Existe un plan para empezar a sacar a Bolivia de su pobreza crónica, aunque sea una meta de muy largo plazo?

Pues no parece. Bolivia se debate hoy en discusiones laterales, poco significativas para el desarrollo del país. El Gobierno ha decidido hace unas semanas convocar una Asamblea Constituyente para replantear el tema de la integración territorial mientras queda por resolver el gravísimo desbalance de la economía nacional. Ese desbalance que hace que el gas sea el más importante medio de abastecimiento del Estado, pero que ha su vez somete a la economía a un estado de dependencia.

Diario Exterior publicaba este sábado: "el monto de remesas estimado por el BID-FOMIN representa el 8,5% del PIB nacional, siendo el porcentaje más alto entre los países de Sudamérica y se posiciona como la segunda fuente de divisas de Bolivia, después del ingreso por exportación de gas natural, que al primer semestre de 2006 llegó a los 844 millones de dólares".

Este es el verdadero costo del subdesarrollo. La condición obligada de un pueblo que recibe los tributos de quienes deciden emigrar, pero que queda atrapado en una retórica popular de difícil concreción y de más difícil coherencia.

Las remesas son una buena noticia transitoria pero un pésimo síntoma para el futuro. El desafío de Morales y sus animadores no es entonces la apropiación (seguramente ávida) de esos capitales, sino su máximo aprovechamiento para sacar al país de la pobreza. Porque sino, y como ocurre frecuentemente en América Latina, tampoco esta coyuntura servirá para encausar ninguna solución.