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18/10/2017 | La caída de Raqqa acelera el derrumbe del 'califato' del Estado Islámico

Lluís Miquel Hurtado

La mayoría de los yihadistas, faltos de armamento y motivación, huyen despavoridos o se rinden a las fuerzas opositoras sirias

 

Prometieron conquistar Roma desde Raqqa y en Raqqa acabaron conquistados. La derrota del Estado Islámico en su mayor bastión en Siria ayer, antes incluso de lo previsto y tras una deserción masiva de combatientes, ha revelado las miserias del pseudocalifato. El Estado Islámico, impotente y sin cuartel, se bate en retirada ante los avances de las fuerzas apoyadas por EEUU, por un lado, y de los leales al Gobierno sirio, por otro. Una Raqqa echa añicos se enfrenta ahora al reto hercúleo de reconstruirse y reconciliarse.

La última bandera negra se arrió en Raqqa a primera hora de la tarde. Poco después, los milicianos de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF en siglas inglesas) hincaron la suya, amarilla y con una gran silueta de Siria, en el centro de la 'rotonda del infierno': la plaza Al Naím, escenario de las ejecuciones públicas que horrorizaron al mundo hasta hace bien poco. Mientras tanto, un comando peinaba el campo de batalla para cerciorarse de que no quedaba ningún combatiente escondido y dispuesto a morir matando.

La que en el siglo IX y durante trece años fue capital del califato abasí celebró con júbilo el fin de tres años y ocho meses de capital del pseudocalifato del IS. Los fastos se extendieron por los alrededores, en territorio de las SDF, donde aguardan no menos de 240.000 desplazados. Para los alojados en los campos del norte sirio, en tiendas de campaña destartaladas, la alegría fue a medias: el retorno a casa, probablemente destruida o minada, no podrá ser inmediato. De Raqqa, en algunos barrios, no quedan ni los cimientos.

"Según he oído de la Coalición, hay un plan para reconstruir Raqqa tan pronto como sea posible", explicó a EL MUNDO el sábado pasado Idris Nassan, un funcionario local que ha dirigido la reconstrucción de la ciudad kurdosiria de Kobane tras el asedio del Estado Islámico, finalizado en 2015. "Hay ONG y empresas estadounidenses y de otras nacionalidades respondiendo a la llamada, y preparando planes al respecto, para después de la liberación", añadió.

Los últimos combates entre las SDF y los extremistas tuvieron lugar en la plaza de Al Naím, el hospital central y el estadio municipal. Los ataques aéreos se habían detenido y los atacantes confiaron en sus armas cortas frente a una resistencia mermada por la falta de munición y ánimos, más tras la rendición de 275 combatientes del IS el domingo pasado. Según fuentes, muchos de los que se atrincheraron hasta el final eran extranjeros. Entre ellos, se cree, había un ciudadano francés o belga investigado por los ataques de París.

No fue sólo Raqqa. En pocas semanas, el IS ha perdido Hawiya, en Irak, y Raqqa, Deir Ezzor y Mayadín, en Siria. Sus dominios en suelo sirio han quedado reducidos a un pequeño tramo de la ribera del Éufrates, sin grandes núcleos de población. En algunos casos, como en su hasta ayer capital en Siria y en la frontera sirio libanesa a finales de agosto pasado, los combatientes prefirieron pactar con los atacantes su repliegue antes que luchar hasta la última gota de sangre.

"Se han visto forzados a aceptar rendirse", sentenció a este periódico, bajo anonimato, uno de los miembros de Raqqa 24, un medio que sigue desde cerca los acontecimientos en Raqqa. En su opinión, la situación es de un desgobierno tal que los milicianos del IS han perdido contacto con sus líderes: "Creo que cada combatiente está decidiendo sobre su futuro por sí mismo", explica, "y Daesh - otro apelativo del IS - no tiene tiempo para castigarlos por haber firmado este tipo de acuerdos, pese a haber amenazado a sus miembros por realizarlos".

Cautivo y desarmado, el IS ha capitulado en Raqqa dejando tras de sí un reguero de tragedias. Al llegar, en enero de 2014 y tras arrebatar la urbe a las fuerzas opositoras que, a su vez, habían expulsado a las oficialistas en marzo de 2013, los yihadistas trajeron bajo el brazo un pliegue de normas draconianas: fumar, beber alcohol o no atender a los rezos podía conllevar castigos físicos; tratar de escapar o ser acusado de espionaje, la muerte. Los gays fueron lanzados desde campanarios. Los monumentos preislámicos fueron arrasados.

A principios del pasado junio, las SDF lanzaron la operación para expulsar al IS de Raqqa con el apoyo desde la retaguardia y por el aire de la coalición anti IS que lidera EEUU. Los cien mil residentes que, se estima, quedaban en la ciudad acabaron atrapados entre dos fuegos. Organizaciones internacionales de la talla de Amnistía Internacional, Médicos Sin Fronteras y la misma ONU han denunciado las tortuosas condiciones de vida bajo las bombas, así como en los campos de desplazados del norte de Siria.

Amnistía enumeró en un informe bombas trampa y francotiradores del IS, ataques aéreos y fuego de artillería de los aliados y bombardeos del Gobierno sirio y sus aliados como culpables del sufrimiento civil. Otros rigores venían provocados por la escasez de agua y alimentos, especialmente durante el último mes de asedio en que aquellos atrapados dentro de Raqqa no podían acceder a las aguas del Éufrates. "Cada vez que matas a un combatiente del IS, matas a 40 civiles", reconoció al medio Middle East Eye un líder local.

El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos ha contado 3,250 muertos en la batalla por Raqqa, entre ellos 1.130 civiles, la mayoría muertos por bombardeos de la Coalición. En un alarde de última hora para evitar una calamidad mayor, mediadores locales lograron arrancar a los yihadistas un trato para evacuar a los civiles que permanecían en el retazo de Raqqa que controlaban. Unos 3.000 habitantes, la totalidad de los no combatientes que quedaban en la ciudad según las SDF, pudieron abandonar aquel infierno.

Con el IS fuera de Raqqa, la localidad norteña pasa a manos de las SDF. Según fuentes de esta alianza dominada por la milicia kurdosiria YPG/J, e integrada además por miembros árabes, asirios y turcomanos, un consejo civil gestionará la ciudad en esta primera fase con el beneplácito de los vencedores. A pesar de que las SDF se han esforzado en presentar su proyecto como una apuesta atractiva porque, aseguran, cuenta con el respaldo de los clanes locales dominantes, el periodista hispanosirio Yassin Swehat, con raíces en Raqqa, se muestra escéptico: "No hay el menor interés por crear una representatividad real", lamenta, y concluye que los nuevos dueños de la ciudad priorizarán el establecimiento de un Gobierno políticamente favorable antes que uno formado exclusivamente por vecinos de Raqqa.

El reto político no es baladí. Los kurdos jamás han sido mayoría en Raqqa. Además, la ciudadanía local, mayormente árabe, ha tendido a sentir animadversión hacia estos, avivada durante cuatro décadas de política panarabista del régimen de los Asad. "Prefiero una ciudad dominada por Daesh que por los kurdos", se aventuró hace dos años a decir, a este periodista, un habitante de Raqqa que se declaraba comunista. Varios analistas han expresado su temor a que un rechazo al poder kurdo desemboque en un conflicto futuro.

A partir de hoy, Raqqa ya no equivaldrá a horror allí y aquí. "La ciudad se había convertido en un imán para combatientes extranjeros, y ataques en todo el globo, como los de París, Bruselas, Niza, Manchester y otros fueron planificados, apoyados, financiados o inspirados por los líderes del IS en Raqqa", recordó anteayer un portavoz de la Coalición. Raqqa acogió a algunos de los miembros más infames del IS como 'Jihadi John', verdugo de varios periodistas occidentales, el portavoz Abu Mohamed Adnani, asesinado allí por un dron estadounidense y el autoproclamado 'califa' Abu Bakr Bagdadi, sobre el que todavía pende un cartel de 'se busca'. Su proyecto terrenal se desmorona. Pronto puede acabar tan desaparecido como él.

El Mundo (España)

 



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