Con nuevas risas y nuevos diparos ha celebrado estos días la visita del embajador del imperio enemigo, que circula por el vecindario con cara de pocos amigos y una carta forrada de plomo y con sello de Washington.

Mientras la Administración Trump vuelve a colocar a Corea del Norte en la punta misma del 'eje del mal', advirtiendo de que la raya diplomática no figura en la nueva colección de su hija Ivanka y de que si continúa el rearme habrá intervención militar, Kim Jong-un se carcajea.

Quizá porque él tampoco es de hilar muy fino con la diplomacia. Lo comprobó Barack Obama, al que la agencia oficial norcoreana, altavoz del Gobierno, calificaba en 2014 de «malvado mono negro». También la hoy políticamente difunta ex presidenta surcoreana Park Geun-hye, a la que Rodong Sinmun despachó con un «vieja prostituta» precisamente después de reunirse con Obama.

El domingo, mientras el secretario de Estado americano hacía malabares con la cúpula china -para rebajar el incendio que el propio Trump ha prendido con sus amenazas de guerra comercial y sus críticas a la falta de control sobre su aliado norcoreano-, Kim ensayaba un nuevo motor de cohete. «Podría ayudar a consolidar la base científica y tecnológica, y alcanzar la capacidad mundial de transmisión por satélite en el campo de desarrollo del espacio exterior», anunciaba crípticamente Kim, según Afp, para luego aclarar que, fuera como fuera, el asunto es «histórico» y un «renacimiento del programa de cohetes del país».

Un programa al que ha dado intenso uso en el último año, con dos ensayos nucleares y cuatro misiles de medio alcance dirigidos hacia territorio japonés. Lanzamientos que han tenido el efecto del mejor de los manuales de autoayuda sobre el 'Querido Líder', que se desternilla de risa mientras el mundo contiene la respiración.