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26/11/2016 | Fidel Castro - Un enemigo menos para Estados Unidos

Felipe Sahagún

Con la desaparición de Fidel, EEUU se libra de uno de sus principales enemigos, pero el futuro de Cuba dependerá de que Washington evite, en el poscastrismo, los errores de cálculo que cometió entre 1953 y 1960.

 

Los archivos del Departamento de Estado, de la CIA, del FBI y del Pentágono de la época, hoy abiertos, no dejan lugar a dudas: la obsesión de la Administración Eisenhower con el comunismo empujó a Fidel hacia el bloque soviético y precipitó la crisis más grave de la Guerra Fría.

En sus memorias, publicadas en 1970, el sucesor de Stalin al frente de la URSS, Nikita Jrushchev, ya lo había reconocido. «Cuando Castro entró con sus tropas en La Habana en 1959, no teníamos ni idea del rumbo que seguiría. Sabíamos que tenía comunistas en sus filas, pero el Partido Comunista cubano no tenía contacto alguno con él... Cuando los hombres de Castro conquistaron La Habana, [en el Kremlin] nos enteramos por los periódicos y la radio». En febrero del 60, Cuba restablece relaciones diplomáticas y firma el primer acuerdo comercial con la URSS. Eisenhower interrumpe las compras de azúcar cubano y Fidel comienza a expropiar a los estadounidenses en la isla.

El 20 de octubre de 1960, en vísperas de las presidenciales que enfrentaron a Kennedy y a Nixon, EEUU impone un embargo casi total a Cuba y el 3 de enero de 1961, pocos días antes de que Kennedy tome posesión de la Casa Blanca, rompe relaciones con La Habana. Convencido de que Washington prepara una invasión, Castro se declara comunista y, con la ayuda del periodista ruso Alekseyev, muy pronto convertido en embajador, pide ayuda militar a Moscú. «Les dimos tanques y artillería, y enviamos algunos instructores», reconoce Jrushchev.

«También les enviamos cañones antiaéreos y algunos aviones de combate». Con esas armas y las que habían confiscado al Ejército de Batista, las fuerzas cubanas aplastaron en 48 horas, entre el 17 y el 18 de abril de 1961, a los 1.500 exiliados entrenados y desembarcados por la CIA en Bahía de Cochinos (Playa Girón). Crecido por la victoria y en plena Guerra Fría, Jrushchev promete más ayuda a Castro si autoriza el despliegue de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Castro acepta.

Cuando Kennedy recibe las primeras pruebas de ese despliegue, durante un viaje a Chicago, el 22 de octubre de 1962, impone una cuarentena a la isla y amenaza con la guerra nuclear. En una carta al ya camarada Fidel, fechada en Moscú el 30 de octubre, el dirigente soviético asegura «haber garantizado la existencia de una Cuba socialista» con la crisis que ha puesto al mundo más cerca de una guerra atómica desde Hiroshima y Nagasaki.

En su respuesta, fechada en La Habana el 31 de diciembre, Castro confiesa: «Siempre abordé este asunto [el riesgo de una hecatombre nuclear] sin preocuparme de su carácter delicado, siguiendo mi conciencia y mi deber de revolucionario, inspirado por el sentimiento más desinteresado de admiración y afecto hacia la URSS».

Esa carta, en la que, además de subestimar como precio aceptable un posible holocausto, critica la retirada de los misiles soviéticos, es un autorretrato fiel de Castro, que se convierte en el peón más eficaz, activo y, a veces, polémico de la estrategia de la URSS en el mundo.

La crisis de los misiles cambió profundamente las reglas del juego entre las dos superpotencias y dio a Fidel el oxígeno para sobrevivir a la expulsión de Cuba, ese mismo año, de la Organización de Estados Americanos y a una intensa campaña de operaciones encubiertas y de atentados fallidos contra sus principales dirigentes. La ayuda de la URSS, sobre todo el petróleo subvencionado, hasta 1989, fue crucial para la consolidación del régimen castrista. Cuando cayó el muro de Berlín, superaba los 1.000 millones de dólares anuales.

A cambio, Fidel puso todos sus recursos militares, diplomáticos y propagandísticos al servicio de Moscú. Vietnam, Oriente Próximo, Primavera de Praga, guerras civiles en África e Iberoamérica, invasión de Afganistán... El Kremlin tuvo pocos aliados más fieles en su política internacional. La ruptura de la URSS, a finales de 1991, dejó a Cuba sin su principal aliado.

El origen revolucionario del régimen, el carisma y la inteligencia de Fidel, el embargo estadounidense (fuente decisiva de legitimidad del sistema cubano), el aparato de represión con el que cuenta, el estrechamiento de lazos con China, reformas económicas limitadas y el apoyo de países amigos, como España y Canadá, ayudaron a Cuba a superar la grave crisis -el periodo especial- a principios de los 90.

Con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1999, encontró el aliado que necesitaba en sustitución de la URSS como suministrador de petróleo y un portavoz voluntario del antiamericanismo castrista con una nueva agenda, centrada ahora contra la globalización insolidaria, el unilateralismo y las guerras ilegales de Washington. Es difícil que, tras la muerte de Fidel, sobreviva el régimen castrista como hasta ahora. Su única institución fuerte es el Ejército, que controla los principales sectores económicos: minas y turismo. Con una oposición fragmentada, un aparato represivo bien engrasado y el miedo de EEUU a éxodos masivos si el país se desestabiliza, Raúl y sus lugartenientes pueden sentirse seguros a corto plazo.

Sin Fidel, la izquierda más radical de Latinoamérica pierde a su cerebro. Sus sucesores, como todos los gobernantes cubanos desde 1898, tendrán que definirse en sus relaciones con EEUU. Washington puede facilitar las cosas levantando el embargo. Si opta por la fuerza o por endurecer las relaciones caerá en los errores de Eisenhower y Kennedy hace medio siglo.

El Mundo (España)

 



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