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02/04/2016 | Lo que los cubanos no saben, y no saben que no saben

Patricia Mazzei

Una reportera del Miami Herald cuenta su experiencia en La Habana. No tenían idea de lo que es un Teleprompter, Sorprendió el fuerte aislamiento de los cubanos, aunque solo están a 45 de Miami

 

A pocos pasos de la Esquina Caliente, la zona del Parque Central de La Habana donde los hombres se reúnen a toda hora para discutir del pasatiempo favorito en la isla, la pelota, un marino de 54 años que dijo llamarse Manuel de Jesús Richards Adams admiraba el ornamentado teatro al otro lado de la calle. Esperaba poder ver al presidente Barack Obama.

El ahora famoso discurso de Obama en el Gran Teatro de La Habana estaba programado para el día siguiente, y Richards no tenía idea porque la agenda del mandatario en la capital cubana era un misterio.

“¿Sabes si está allí?”, me preguntó. “¿Sabes cuándo viene?”

En Cuba, la gente sencillamente no sabe.

Y no era solo sobre el itinerario de Obama, aunque la falta de información detallada sobre su visita parecía particularmente asombrosa dado el entusiasmo de los cubanos sobre su vista.

En la calle más transitada de La Habana Vieja, Obispo, Alexander Noriega, de 34 años, vendía pequeñas tallas de madera que hace su tío, en un pequeño mercado de artesanía. Pareció sorprendido al enterarse que Obama había dado una conferencia de prensa unos momentos antes, junto al líder cubano Raúl Castro, quien se vio obligado a responder un par de preguntas de reporteros.

“Seguro que lo pasan más tarde”, dijo Noriega con confianza, refiriéndose a la televisión estatal. Esa suposición resultó ser parcialmente correcta: un canal del gobierno trasmitió la conferencia de prensa conjunta, pero sin las inconvenientes preguntas que le hicieron a Castro sobre los presos políticos.

En Cuba la gente no sabe que no sabe lo que no sabe.

Durante el discurso de Obama, Jesús Magán y su esposa, María Lastres, se asombraban que un presidente pudiera dar un discurso tan largo sin un texto escrito delante. No tenían idea de lo que es un Teleprompter. Aunque el diario oficial Granma se apresuró a señalar el día siguiente que Obama sí estaba leyendo.

Mientras yo esperaba una tarde a la delegación de Philip Levine, alcalde de Miami Beach, su guía cubana me preguntó por qué me había ido de Venezuela, el país donde nací y pasé mi niñez. La delincuencia, le dije. Fue la respuesta más concisa que pude encontrar. Ella nunca había escuchado del altísimo índice de delincuencia en Caracas.

“No entiendo”, dijo, asombrada. Se refería al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez. “¿Eso fue cuando Chávez? ¡Porque Chávez era el mejor!” Traté de explicarle. “No entiendo”, respondió. “Nunca nos dijeron nada de eso”.

Los cinco días que pasé en La Habana la semana pasada —mi primera visita a la capital cubana— me dejaron una fuerte impresión del aislamiento en que viven los cubanos, aunque estén a 45 minutos en avión de Miami.

Yo había estado en Cuba una vez, hace seis meses, para cubrir en Holguín la visita del papa Francisco. Pero pensé que en La Habana, con su gran cantidad de turistas y por ser una ciudad más grande, me sentiría menos aislada. Pero no fue así: aunque hay más establecimiento y conexiones Wi-Fi, esos servicios están dirigidos más a los extranjeros que a los cubanos.

“Aquí vivimos una vida sencilla”, me dijo la guía de Levine.

Algunos turistas le han dicho que quieren experimentar Cuba “antes que cambie”, como si los cubanos fueron un museo o animales en un zoológico detenidos en el tiempo. Esta es la Cuba antes de los cambios: Estudiantes de la Universidad Tufts que viajaban con Levine y se quedaban en apartamentos alquilados a través de Airbnb, se dieron cuenta rápidamente que no hay CVS, ni 7-Eleven, ni siquiera un mercadito donde puedan comprar agua embotellada o algo ligero de comer. (Cuando una familia les ofreció jugo de guayaba casero, les subrayaron que lo habían preparado con agua hervida).

Turistas estadounidenses le dicen que les gusta el ritmo de vida relajado de los cubanos, porque en Estados Unidos la gente no dedica mucho tiempo a hablar con los demás, como hacen los cubanos en Cuba. Allí, dijo ella, los estadounidenses pueden compartir sin prisa una comida. Lo que no dijo: en restaurante que la mayoría de los cubanos no puede darse el lujo de visitar, sin que los molesten los correos electrónicos y los teléfonos móviles, ni las búsquedas en Google que la inmensa mayoría de los cubanos no pueden desactivar porque no tienen acceso a eso.

Antes de mi viaje, un colega y yo planeábamos escribir historias paralelas sobre el discurso de Obama que veríamos en televisión, en Miami y La Habana. Cada uno escogeríamos un lugar público digamos, un restaurante en Hialeah, y recogeríamos las observaciones de los televidentes al mismo tiempo, para comprar experiencias en ambos lados del Estrecho de la Florida.

Cuando llegué a Cuba, le pregunté a varias personas a dónde podía ir para esta experiencia. Todos se me quedaron mirando raro. ¿Un lugar público de reunión para ver un discurso político junto con otros cubanos? ¿Fuera de hoteles y restaurantes para turistas?

Quizás el gobierno colocará pantallas gigantes en alguna parte, me dijo esperanzado un hombre, como hizo durante la Copa Mundial del 2014.

Pero eso solo pasa con Lionel Messi. El hombre tuvo que ver a Obama por TV solo en su casa.


El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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fecha
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